Lucrecia Maldonado

Decidí cerrar este año con una lectura para nada navideña y bastante heterodoxa: el famoso y extenso It de Stephen King. Y no sé si el genial escritor norteamericano esté consciente de ello, pero en esta obra se refleja con maestría la confrontación con la propia sombra personal, cultural y nacional. Ese ser terrorífico que anida en el fondo del inconsciente y del corazón de los seres humanos y sus agrupaciones y comunidades.

Para quienes no conozcan la historia, en breves rasgos, todo comienza cuando un pequeño niño sale a navegar un pequeño barquito de papel hecho junto con su hermano, enfermo de gripe, aprovechando el remanente de una tremenda inundación ocurrida en el pueblo imaginario de Derry, espejo de la sociedad norteamericana del siglo XX. En esa travesía, mientras el barquito navega por un canal de la calle, el pequeño Georgie Denbrough es atraído por el monstruoso payaso Pennywise, quien termina cercenándole un brazo y matándolo de miedo y desangramiento.

Poco a poco la trama se va complicando con la desaparición y asesinato de otros niños, de las formas más espeluznantes y dolorosas para ellos y sus familiares. Los monstruosos seres que los perpetran, representados en mucho por el temible payaso, pero también por otros seres monstruosos en los que éste se puede transformar, a saber: un leproso repugnante, un terrorífico remedo de hombre lobo, un lavabo que rezuma sangre y un asombroso y mortífero pájaro de más de veinte metros de envergadura. Todos monstruos, todos asesinos, todos despiadados y criminales.

Sin pretender dilucidar la profunda crítica que esta novela puede entrañar en relación con la idiosincrasia norteamericana y la sombra que anida bajo la superficie del más poderoso y avanzado país de este planeta, este espeluznante relato me ha traído de vuelta a la curiosa realidad que hemos vivido en el Ecuador durante los últimos diecinueve meses.

Tal cual como en el relato de King, también se nos atrajo, a través de una figura ‘divertida’ y ‘conciliadora’, hacia un mundo en donde diversos monstruos terminan por mostrarnos, como en un espejo, la terrible realidad de nuestro interior: qué clase de podredumbre, y cuánta, guardamos en el fondo de nuestro espíritu. De qué deleznable y repugnante textura está hecho el detritus de nuestra sombra, que negamos hasta las últimas consecuencias, pero de la que nos servimos cada vez que así lo consideramos conveniente.

Llama la atención en la novela cómo todos los personajes acosados por los monstruos son niños, a quienes se les permite tener un contacto con lo más oscuro y terrorífico del ser humano. Son, además, niños rechazados y hechos de menos por sus pares, lo que en inglés y en el spanglish tan frecuente en nuestras clases medias con pretensiones de altas se llama tan pomposamente losers, niños hostigados y maltratados tanto en sus colegios como en sus hogares y en el pueblo mismo donde ocurren los hechos. Por otro lado, son niños a quienes su mismo infortunio les ha dado una visión más amplia y diferente de la realidad que la que pueden tener los ‘triunfadores’ o quienes los acosan y hostigan. O sea, los que alcanzan a tener una visión diferente del mundo a partir de la adversidad. Y no sé si esa sea, en últimas, la condena de tener un nivel de consciencia más elevado que el común de la población y de la gente que busca su satisfacción inmediata o la solución fácil de sus problemas arrimándose a los más poderosos o traicionando a su consciencia.

Al leer esta gran novela (en más de un sentido) de alguna manera avizoro lo que este tiempo nos ha traído en mucho a los ecuatorianos: la confrontación con nuestra propia sombra desde el poder utilizado con toda malicia para conductas deleznables y espurias. Porque solamente viendo lo execrable desde fuera podemos darnos cuenta de cuán despreciable es la mentira, la traición y sobre todo la discrepancia entre el discurso y las acciones, defectos de los que en mucho adolece la sociedad ecuatoriana: promesas incumplidas, encuentros agredidos por la impuntualidad culposa o por la falta despreocupada, ofertas que se hacen sabiendo que no se cumplirán, arribismo, cinismo ante las propias malas acciones, mentiras descaradas encubiertas por chistes de cuarta… y ese vasto etcétera que en la novela de King, curiosamente, también utilizan un pavoroso disfraz de payaso para enquistarse en la sociedad a través del engaño y la mentira. ¿Qué nos dice de nosotros y de los cambios que debemos hacer en nuestro interior toda esta gigantesca y terrorífica payasada nacional?

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