Antonio Malo Larrea

Hablar de economía no es tan complicado. Sólo debemos ir su origen. La oikonomia no es nada más que administrar la casa para satisfacer todas nuestras necesidades, y así poder alcanzar la vida plena. En la lógica de Aristóteles el comercio (la crematística) que nos permite satisfacer dichas necesidades es legítimo y hasta deseable, sin embargo, el comercio dirigido a ganar plata es antinatural. Esto nos lleva a otra pregunta: ¿de qué hablamos cuando hablamos de necesidades humanas? Según Manfred Max-Neef podemos hablar de cuatro necesidades básicas: ser, estar, tener y hacer, y de nueve necesidades axiológicas: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad. Abraham Maslow propuso una pirámide de necesidades formada por cinco niveles, para poder subir a un nivel superior, primero debemos satisfacer el nivel inferior: las necesidades básicas, necesidades de seguridad y protección, necesidades de afiliación y afecto, necesidades de estima, autorrealización o autoactualización. Todo esto queda incluido y completado en los planteamientos de la economía feminista. De esta manera, el sentido de la economía es garantizar que todas y cada una de las personas de este planeta tengamos una vida plena, podamos ser felices. Nadie a quien le quede un resto de humanidad podría oponerse a eso.

En términos menos abstractos, pero todavía no muy concretos, podríamos decir que la economía debe garantizar los derechos de primera, segunda y tercera generación. La humanidad ha dado unos primeros pasos, no los suficientes, no todos los necesarios, pero ha hecho un esfuerzo enorme para ponerse de acuerdo en unos derechos mínimos, por ejemplo, los derechos humanos, los derechos de la mujer, distintos tipos de derechos colectivos, los derechos de los pueblos originarios, o derechos a distintos grupos vulnerables o marginados. Si nos ha costado tanto ponernos de acuerdo como humanidad, ¿no es absurdo justificar que la economía los vulnere?

De esta manera, ahora sí podemos ir aterrizando y llegando al debate más concreto. Las dos preguntas clave son: ¿cómo garantizamos esos derechos?, ¿quién debe garantizarlos? De modo general, existen dos posiciones políticas concretas: que sean garantizados por el Estado o que sean garantizados por el mercado. Aunque el debate teórico es enorme, en términos concretos y solamente en lo referente a la economía, los dos extremos políticos son: el Estado redistribuye la riqueza (izquierda) o el mercado lo hace (derecha).

Para que el mercado sea quien redistribuye la riqueza, todo debe ser privado, y los derechos deben ser mercancías. Pues al ser el mercado un espacio virtual de intercambio de bienes y servicios, y para que los derechos sean asignados por éste, se requiere que sean convertidos en mercancías en forma de bienes y servicios. No hay otro camino. Es así que podrían acceder a sus derechos solamente quienes puedan comprarlos. Es decir que todo se individualiza y los costos los asume quien busca acceder a un derecho. Evidentemente para que el mercado asigne de forma eficiente los derechos (lo que no es sinónima de justicia), se requiere que sea perfecto.

La otra vía requiere que el Estado garantice los derechos. Esto tiene costos, y también implica que el Estado debe intervenir en la economía, no sólo coordinarla. Es la vía por la que han optado desde la socialdemocracia light, hasta el socialismo puro y duro con todas sus variantes. Implica que nos pensemos como sociedades, y no solamente como individuos. Implica que toda la sociedad haga vaca para garantizar esos derechos, y que quienes más tienen más pongan, tal cual se hace en ‘las vacas’ para salir a comer entre verdaderos panas.

En la vía del mercado es el sector privado quien debe montar toda la infraestructura humana, institucional y física para garantizar los derechos. En la segunda vía es el Estado quien lo hace. Esto no solamente tiene costos en el montaje, sino tiene costos de operación. Cuando el sector privado se hace cargo, el costo es mayor, pues tiene que recuperar la inversión, cubrir los costos de operación, y tener utilidad (es decir, ganar plata). Todo esto tiene que estar contenido en el precio que paga quien quiere acceder al derecho. Cuando el Estado lo hace, en cambio, tiene que garantizar solamente los costos de operación (lo que necesariamente involucra el mantenimiento y reemplazo de la infraestructura y equipos), pues su objetivo no es ganar plata, y la inversión se recupera a través de todos los beneficios que tiene la sociedad, de formas financieras y no financieras.

El mercado redistribuye la riqueza a través de la generación de trabajo. Mientras que el Estado lo hace a través de la garantía de derechos sin ningún tipo de discriminación, como la educación o la salud, a través de subsidios, de prestación de servicios, regulando e interviniendo la economía y el trabajo, y también generando de trabajo. Tanto el sector privado, como el Estado, necesitan acceso a capital para financiar la inversión inicial. La pregunta es de dónde se obtiene ese capital. Para analizar el tema del sector privado, debemos indagar profundamente sobre los procesos de acumulación originaria. El Estado, en cambio, lo obtiene de los ingresos permanentes, por ejemplo, los impuestos (la vaca que hacemos para garantizar nuestros derechos), y de los ingresos no permanentes, por ejemplo, el petróleo.

La economía de mercado cree que el mercado es un ente justo y meritocrático, cada uno tiene lo que se merece. Pero el mercado perfecto no existe, no ha existido y no existirá porque es una idea construida sin ninguna base real, ni científica, y mucho menos empírica, es sólo una hipótesis que repetidamente ha sido demostrada como falsa. La evidencia real y concreta muestra que tras casi 40 años de globalización neoliberal se ha generado privilegios para muy pocos, y la gran mayoría no tiene acceso a sus derechos.

En mi próximo artículo hablaré de cómo el Estado redistribuye la riqueza, y de los indicadores de la economía política, mientras tanto debemos preguntarnos en nuestro querido país si queremos que nuestros derechos sean mercancías, o si queremos que todas y todos podamos los tengamos garantizados. Si queremos que los derechos de verdad sean universales, tenemos que dejar de confundir la economía con crematística, subyugarla a la sociedad, y hacer vaca dejándonos de mezquindades.

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