Andrés Reliche

El 5 de enero de cada año se conmemora el Día del Periodista Ecuatoriano por la aparición del primer número del periódico Primicias de la Cultura de Quito, en 1792, por el investigador, médico, abogado, escritor, periodista Eugenio Espejo. La fecha de recordación fue instituida en 1992 por el Congreso Nacional (el 7 de agosto de 1992).

Desde entonces, cada 5 de enero sirve para que los periodistas ecuatorianos nos echemos felicitaciones, hablemos de mitos como la objetividad y la imparcialidad, nos autoalabemos con frases que –de tanto repetirlas-  se han vaciado de contenido: que sin periodismo no existe democracia,  que este oficio no es para cínicos, que el periodismo es el mejor oficio del mundo, etcétera, etcétera.

Detrás de ese cliché, del mejor oficio del mundo, existe realmente una crítica a la actividad periodística. Fue un discurso que el escritor colombiano pronunció hace más de veinte años: el 7 de octubre de 1996, en la 52ª. Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, en Los Ángeles, EE.UU.

Entre otras cosas, decía que los jóvenes al salir de las escuelas de comunicación social parecían desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y que (entonces, al igual que ahora) primaba un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas.

También, que la mayoría de graduados llega con deficiencias flagrantes, con graves problemas gramática y ortografía y dificultades para una comprensión reflexiva de textos.

Entre otros cuestionamientos, García Márquez señaló que algunos periodistas “se preciaban de que podían leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, atentados éticos que obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo”.

Las palabras de Gabo siguen más vigentes que nunca, en el mundo, donde predomina la dictadura de la inmediatez, y la distorsión de las Fake News, el clickbait, las burbujas informativas, tanto como en Ecuador donde siempre (y mucho más en la actualidad) ha estado ausente un ejercicio de autocrítica. Nos seguimos mirando el ombligo.

El error de origen viene desde las facultades de comunicación donde se forman profesionales que manejan las herramientas que permiten operar en la actividad, pero no se fomenta un pensamiento crítico.

El criterio es un elemento que no se enseña en las aulas, pero que es fundamental para crear un periodismo cuestionador, que no asuma sin beneficio de inventario lo que se dicta desde los mandos editoriales, que investigue, que no se quede con la primera versión, que no asuma el oficio como una receta: un bait de lo que dijo el uno, otro bait de lo que dijo el otro. Nada de contexto.

Tampoco, el periodismo puede ser una bitácora policial como se ve en los noticieros matinales. Ni una pasarela para rostros “bonitos”. No puede ser una tribuna para exigir prebendas para ciertos sectores, ni para presionar al gobierno, según sus intereses.  

En Ecuador se ha degradado tanto el oficio periodístico que para algunas personas los referentes de la información son La Posta y La República, medios que tienen una evidente intencionalidad política y que son realmente panfletos digitales, bien fondeados.

¿Libres e independientes?

La paradoja del periodismo ecuatoriano, al que le gusta autodenominarse “libre e independiente” es haberse convertido en operadores políticos del gobierno de Lenín Moreno en su cruzada contra el correísmo.

No es ajeno para nadie que la agenda anticorreísta ocupa los espacios de la prensa, radio y televisión nacionales desde que Moreno decidió desmarcarse del proyecto político que lo llevó al poder.

Desde entonces, casi no ha pasado un día sin que los noticieros abran sus emisiones con denuncias de corrupción, escándalos elaborados, “investigaciones” que se sustentan en información entregada por los voceros del régimen.

En este maridaje, gobierno-prensa, se cometen errores de bulto que manchan de vergüenza el oficio.

Recientemente, el jueves 3 de enero, Lenín Moreno anunció con bombos y platillos el supuesto resultado de un informe de las Organización de las Naciones Unidas sobre presuntas irregularidades en cinco obras emblemáticas construidas en el gobierno de Rafael Correa.

Al día siguiente, los diarios de circulación nacional dieron por hecho la versión gubernamental y titularon atribuyendo a la ONU la evaluación técnica de las obras en las que haría sobreprecio, e incluso catalogando como “auditoria” a la evaluación que nunca realizó la ONU (porque no está dentro de sus facultades).

Uno de los “referentes” del periodismo ecuatoriano, Alfonso Espinosa de los Monteros, comentó en el noticiero estelar del viernes 4 de enero que era “importante que ahora se señalen responsables” del “informe avalado por las Naciones Unidades”.

Nada de verificación, nada de contrastación. La prensa ecuatoriana que se pavonea llamándose crítica del poder, está, hoy por hoy, más cerca del poder que nunca. Yo diría que se acuesta con el poder y a cambio de cariñitos, como la promulgación de una versión light de la Ley de Comunicación, le hace el trabajo al gobierno de Moreno para intentar sepultar al correísmo.

La prensa ecuatoriana se ha convertido en una de las patas sobre las que se asienta la mesa de la persecución política (en las que están: el gobierno, la Contraloría y la Fiscalía).

Otro aspecto que causa vergüenza es cómo la prensa ecuatoriana pasó de agache las medidas neoliberales del gobierno: el alza de los combustibles, amplificando las excusas oficiales y ocultando las expresiones de rechazo.

También cómo Teleamazonas actuó oportunamente para ocultar el escándalo por la compra de muebles de un empresario petrolero a Lenín Moreno mientras este se desempeñaba como enviado de la ONU en Ginebra, Suiza.

La prensa al servicio del poder, no del pueblo. Nada que celebrar en el Día del Periodista. 

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