Las conversaciones entre María Paula Romo y Guillermo Lasso (según él: algunas en los últimos meses) ponen en cuestión dos asuntos de fondo:

1.- El diálogo propuesto por el Gobierno no es transparente y al mismo tiempo es una cortina de humo para el verdadero “diálogo” entre los poderes fácticos del Ecuador (todas las reuniones secretas o a espaldas del país determinan la política nacional y los shows a los que mandan a Otto como animador).

2.- Los favores a los banqueros son retribuidos por Lasso con sus “huestes” en la Asamblea Nacional y con la plataforma mediática que controla el banquero. Las ganancias de su banco en el 2018 han callado al más frenético anti morenista de 2017 y con su estado de salud, prefiere contar billetes antes que hacer política.

Lasso se traga, con harta saliva, su denuncia de que Lenín Moreno es fruto de un fraude. Mientras, el actual “Primer Mandatario”, en una más de sus deslealtades, administra nuevas amistades con los apoyos políticos, pero sobre todo con prebendas en el sistema financiero y en algunas acciones gubernamentales para favorecer ciertos negocios, ganancias y nuevas modalidades en la contratación laboral, entre otras. ¿Moreno ya olvidó todo lo que dijo de él Lasso y su equipo de parlantes, como César Monge?

Claro ahora tienen a Romo como el enlace de las conversaciones en búsqueda de gobernabilidad para un Ejecutivo y un presidente que en las encuestas está por debajo del 20% de credibilidad. Una gobernabilidad para pasar “volando” los dos últimos años de gobierno, con pronósticos oscuros para la economía, un crecimiento menor al 1%, más endeudado que nunca y, más que nada, con una rabia social contenida por tanto desparpajo, muertes en las cárceles y una persecución política al servicio de la embajada del norte.

Y como si esto fuera poco tienen a unos medios gobiernistas que desde los micrófonos de las radios Visión, Caravana, Democracia, Atalaya o los canales Ecuavisa y Teleamazonas (todos ellos premiados con contratos y frecuencias) hacen olas por la anomia política con el fin de que no salgan afectados sus verdaderos dueños: banqueros y empresarios de la gleba de la partidocracia.

Lasso ha probado que ni es un buen político y que tampoco merecía ganar las elecciones de 2017, porque en realidad lo más importante para él y sus aliados es y será ganar plata, no importa el gobierno de turno, con tal de incrementar sus patrimonios y favorecer a las empresas de sus socios. Para tal cometido ahora cuenta con Romo, como ese canal “solvente”, donde se licuan todas las diferencias, encuentran puntos en común y, de paso, hacen rabiar a Jaime Nebot y su entorno.

Por eso queda la duda de si Nebot será el representante de la derecha en el 2021 y si el modo en que actúa Romo, en nombre de Moreno, le dotará de confianza a la relación política y de negocios del exalcalde guayaquileño con su amigo (¿empleado?) en la Presidencia. Y también si Lasso cree que con no hacer ruido con el gobierno que mima a la banca podrá pensar en una tercera participación electoral. Su salud está deteriorada y su figura en el imaginario social se desvanece como la niebla de la madrugada cuando sale el sol.

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