Convencerse de su propia mentira puede ser un error fatal. No sería la primera vez para la derecha venezolana. Repiten, desde que ha comenzado el intento de conformar un gobierno paralelo, que el chavismo ya no es más que Nicolás Maduro encerrado en el Palacio de Miraflores rodeado de una cúpula militar amarrada por la corrupción. Solo sería cuestión de empujar lo que ya no existe, el árbol muerto. 

En el 2017 afirmaban lo mismo: sobrestimaron su fuerza, subestimaron al chavismo. Esa lectura los condujo a un asalto violento seguido de una sucesión de derrotas políticas que los trajo hasta este escenario en el cual afirman que derrocarán a Maduro, otra vez por la fuerza.

La realidad del chavismo es otra. En primer lugar, no se ha desmovilizado. Quedó expresado no solamente en la marcha del 23 de enero –invisibilizada por la derecha y los grandes medios– sino también en las movilizaciones que siguieron los dos días siguientes, como la del viernes en Vargas, localidad cercana a Caracas. 

Sobre este punto conviene desarmar dos mitos de la derecha. En primer lugar, que el apoyo se debe a una red clientelar, y, en segundo lugar, que quienes se movilizan lo hacen por obligación. Existe entre 37 y 41% de personas que se autodefinen chavistas, según los números de la encuestadora Hinterlaces. Sus relaciones respecto al actual proceso político son varias, con combinaciones complejas como de distanciamientos/desgaste debido a las profundidades de las dificultades económicas, y de filas cerradas ante un cuadro donde queda evidenciado que se está ante un Golpe de Estado direccionado desde los Estados Unidos. 

Ese chavismo tiene además otra característica: sus niveles de organización y politización. Existe un tejido organizativo en las barriadas populares, zonas rurales. Se trata de consejos comunales, comunas, comités locales de abastecimiento y producción, mercados comunales, consejos campesinos, emprendimientos productivos, milicias bolivarianas, entre otras experiencias. El chavismo tiene una dimensión identitaria y territorial. La derecha no tiene presencia organizada allí, por eso recurre a grupos armados y pagados para crear focos que logren sumar apoyo popular.

Además de ese entramado se encuentra el Partido Socialista Unido de Venezuela, principal instrumento político del chavismo, el partido más grande del país, que no ha mostrado rupturas. El reflejo de la unidad ante la agresión es poderoso. La derecha busca quebrarlo, generar deserciones, arrepentidos que luego son presentados como héroes. 

Esa fortaleza política se une a la falta de respuesta que ha tenido el llamado al Golpe de Estado sobre la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) y sobre los diferentes poderes del Estado. En el 2017 la derecha había logrado que la Fiscal General diera un giro total a su posición respecto al gobierno, esta vez no, solo un magistrado del Tribunal Supremo de Justicia que abandonó su cargo y pidió ser acogido en los Estados Unidos. Es poco para una acción de fuerza como la que está sobre la mesa. 

La situación de debilidad absoluta del chavismo presentada por la derecha es entonces una construcción que no se sustenta en lo que ocurre en barrios o altas esferas. ¿Creen lo que afirman? 

No significa que no existan fragilidades, producto de los ataques, errores propios, equilibrios internos inestables. El cuadro económico prolongado es el factor que más corroe. Por eso una de las estrategias anunciadas por los Estados Unidos reside en profundizar los frentes del bloqueo sobre la economía para secar una economía dependiente del petróleo y las importaciones. Por eso también resulta claro que la fuerza del plan del gobierno paralelo no reside en el plano interno sino internacional.  

El destiempo entre ambas variables es prístino visto desde Venezuela. El sábado lo evidenció: mientras el día transcurría con tranquilidad en Caracas y el país, la reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas era territorio de enfrentamientos entre el bloque liderado por Estados Unidos y los países opuestos al avance de la injerencia. Es allí donde se juegan los movimientos principales hoy. 

La derecha en Venezuela parece a la espera de recibir instrucciones desde afuera según la evolución de las diferentes acciones emprendidas. Ha quedado evidenciada una partición de posturas internacionales, con claros apoyo a Maduro como el de Rusia, a la vez que la consolidación de la alianza autodenominada como “comunidad internacional”: Estados Unidos, Francia y Alemania –la dirección real de la Unión Europea–, España –quien marca la agenda hacia América Latina por razones neocoloniales–, Gran Bretaña, Canadá, y el Grupo de Lima sin México. 

Resulta demasiado arriesgados pronosticar la evolución de las variables, aunque el desarrollo hasta ahora dado parece evidenciar que los Estados Unidos avanzan paso tras paso en un plan establecido. La pregunta que circula a estas horas es: ¿cuáles son los tiempos que han calculado para lograr el derrocamiento de Maduro? ¿Piensan acelerar en lo nacional una vez que el cuadro internacional quede establecido según sus necesidades? ¿Con qué actores? ¿O piensan por el contrario ingresar a un cuadro de mediano plazo? Existe un elemento que hasta el momento no ha entrado en acción con la fuerza que se espera: el gobierno de Colombia.

La política no funciona como ajedrez, en particular cuando el mundo ya no es la unipolaridad de los años noventa donde los Estados Unidos hacían y deshacían, la forma en que ha mutado la guerra en Siria es un ejemplo claro. Tampoco Venezuela es un terreno donde los cálculos hasta el momento les hayan dado los resultados previstos, y la derecha venezolana ha resultado una pésima y costosa inversión: este es el cuarto intento de asalto al poder en seis años. Una de las razones para entender cómo han fracasado en ese objetivo una y otra vez es la caracterización del chavismo, sus complejidades, potencias, arquitecturas, capacidades de respuestas al estar contra las cuerdas.

Subestimar al adversario, en este caso enemigo por cómo han planteado el conflicto, es un error central. La derecha no ha dejado de cometerlo. ¿Lo hará también los Estados Unidos?

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