Cada día que pasa, la probabilidad de una intervención militar directa estadounidense en Venezuela parecería aumentar. A diferencia de un año atrás, cuando la oposición venezolana escenificó acciones de protesta aparentemente sin respaldo externo, los medios de comunicación transnacionales están generando y difundiendo la impresión de que “ahora sí” la intervención militar de Estados Unidos es inevitable. Un autoproclamado presidente interino era el ingrediente que les faltaba para la construcción simbólica del “principio del fin” del gobierno de Nicolás Maduro y de todo lo que representa en América Latina. “Ahora sí”, nos incitan a creer, el Imperio y sus aliados parecerían estar embalados con todo y dispuestos a todo.

Para poder apreciar si efectivamente es así, se debería efectuar una prospectiva sistemática sobre la geopolítica y la geoeconomía de la intervención militar estadounidense. Empero, un ejercicio de esa naturaleza no equivale a una “predicción” pues su validez depende de explicitar cuáles son los supuestos que la interpretación asume como punto de partida.

Por ello, en esta ocasión, antes de postular escenarios sobre el desarrollo futuro del conflicto en Venezuela, conviene postular los parámetros para la interpretación pero rompiendo con algunos “lugares comunes” sobre Estados Unidos y su comportamiento como actor internacional.

  1. La intervención de Estados Unidos en Venezuela ya comenzó desde hace tiempo atrás.

En América Latina, muy sutilmente, los medios de comunicación transnacionales nos inducen a esperar que comience la intervención estadounidense en Venezuela como si aquella no hubiese sucedido hasta el momento. Esta semiótica de la geopolítica estadounidense nos incita a imaginar que la guerra tiene una sola modalidad de expresión que, para fines del imaginario para el consumo de las masas, coincide con los estereotipos de conflicto armado generados por las películas.

En las guerras al estilo Hollywood, Estados Unidos es “obligado” a enviar sus tropas apenas unos días después de que recién se entera de que algo malo sucedía en el territorio tercermundista a ser salvado. En la vida real, sin embargo, el despliegue de fuerzas bélicas sin mayores antecedentes no sucedió ni siquiera en la “Operación Causa Justa” contra Panamá (1989), en la guerra contra Irak (2003) o en la invasión de Libia (2011), tres casos en los cuales Estados Unidos disparó sus balas sin duda alguna… Pero después de justificar su inevitable “participación humanitaria”.

Desde el colapso de la geopolítica bipolar de la época de la guerra fría, antes de ingresar con sus tropas a salvar a un país tercermundista en un día cualquiera, Estados Unidos ha practicado diversas modalidades de intervención que se enmarcan en una misma matriz político-militar, a saber, los “Conflictos de Baja Intensidad”.

Si bien la manipulación ideológica masiva es siempre importante en las guerras contemporáneas, los conflictos de baja intensidad suelen dedicar buena parte de sus recursos y esfuerzos a la construcción simbólica de la necesidad de la presencia militar estadounidense. Y esta tarea puede tomar años e incluso décadas.

En Venezuela, por ejemplo, las primeras interpelaciones a la intervención militar estadounidense sucedieron en 1999 cuando la derecha local y sus medios llamaban a salvar a su país del gobierno del Comandante Hugo Chávez que recién comenzaba su primer mandato constitucional. Desde ese entonces, con más o menos dramatismo coyuntural, Venezuela ha sido construida simbólicamente como una “amenaza existencial” para Estados Unidos. Con la muerte del líder revolucionario y con el ascenso al poder de Nicolás Maduro en 2013, el conflicto de baja intensidad estadounidense contra Venezuela solo entró en una nueva fase.

Por tanto, en estricto sentido, sería un error preguntarse “cuándo comenzará la guerra de Estados Unidos contra Venezuela” porque aquella ya está en marcha prácticamente desde la instalación del primer gobierno bolivariano. En estos momentos, a principios de 2019, una indagación más pertinente comenzaría preguntándose “qué condiciones requiere aún Estados Unidos alcanzar para iniciar operaciones militares directas en Venezuela”.

2-. La guerra de Estados Unidos contra Venezuela es una “Política de Estado”.

Si se asume que el conflicto de baja intensidad contra Venezuela comenzó hace no menos de una década, entonces la figura de Donald Trump no es el factor que genera, determina o precipita el escalamiento de la violencia contra el pueblo venezolano.

La estructuración del conflicto contra Venezuela ha sido y será efectuada en función de “la Razón de Estado” de Estados Unidos. Esto significa que incluso los minúsculos movimientos tácticos en la guerra contra Venezuela son parte de una estrategia multidimensional que no está basada en, ni depende de, la personalidad, entendimiento o capricho del Presidente Trump.

Lo que sucedió y sucederá en Venezuela depende de las dinámicas propias de los aparatos políticos, militares y diplomáticos del Estado estadounidense. Aunque le desagrade o le incomode, la “Administración Trump” tendrá que sujetarse a los designios de una política de Estado que rebaza a un gobierno específico, sea este demócrata o republicano. En Estados Unidos, especialmente en un año preelectoral, el eventual desencuentro entre “lo gubernamental” y “lo estatal” podría generar tensiones muy fuertes al interior de las elites económicas y políticas… pero no obstruye ni elimina la necesidad de un escalamiento del conflicto.  

Lastimosamente, Trump no es el “engendro del mal” que faltaba para desencadenar acciones militares directas contra Venezuela. Y eso es lo peligroso.

3-. Estados Unidos está dispuesto a asumir los costos de un conflicto armado contra Venezuela.

Aunque estén imbuidas por valores u otros elementos imaginarios, las políticas de Estado estadounidenses no son construcciones carentes de racionalidad instrumental. Para Estados Unidos, los beneficios de una guerra directa contra Venezuela sí podrían ser superiores a los costos.

El “calculo económico” de una guerra no se agota en la contabilización monetaria de los factores de ventaja obvios, directos e inmediatos. Si así fuese, Estados Unidos nunca hubiera estado ni estaría inmerso en conflictos interminables y aparentemente infructuosos en el Medio Oriente o en África.

Estados Unidos siempre gana algo incluso cuando se obstina en mantener su presencia en situaciones “fracasadas” como aquellas existentes en Libia, un país que quedó en condiciones económicas, políticas y sociales más deplorables después de la incursión militar estadounidense.

¿Qué podría ganar Estados Unidos en Venezuela? La discusión queda para otra ocasión. Por el momento, baste con enfatizar que la magnitud de la resistencia venezolana a una invasión imperial, la prolongación por años de la presencia estadounidense en la “estabilización” posterior a una invasión o la configuración de nuevas oleadas de movimientos antimperialistas latinoamericanos, no son factores disuasivos para Estados Unidos.

En su condición de potencia económica en declive, en un mundo multipolar donde el reparto territorial ya comenzó hace tiempo, Estados Unidos necesita demostrar mayor control de su patio trasero, América Latina. Aunque no utilice inmediatamente el botín de recursos naturales que sus aventuras militares podrían proporcionarle, Estados Unidos requiere “invertir” en el control de Venezuela… Solo así podrá gestionar las características y ritmo de su pérdida de hegemonía durante las próximas décadas.

4-. La intervención militar de Estados Unidos no es lo único que falta para consumar el golpe contra Nicolás Maduro.

En su arsenal de políticas de Estado, Estados Unidos tiene varias opciones disponibles para continuar su agresión contra Venezuela incluso si no logra viabilizar una intervención militar a corto plazo.

Como puede apreciarse sin duda desde principios de 2019, Estados Unidos ha manipulado los acontecimientos domésticos venezolanos para que sus aliados latinoamericanos y europeos soliciten a gritos una intervención militar. Empero, el éxito de esta táctica depende de mantener el consenso de “la comunidad internacional” en contra de Venezuela.

Los mandatarios del Grupo de Lima parecerían estar dispuestos, con palabras, a apoyar todo aquello que Estados Unidos pudiese proponer. Pero esta actitud complaciente es solo una propensión a colaborar en el show mediático. Aquella es la tradicional disposición a “figuretear” que embarga a los políticos que desean presentarse a sí mismos como adalides de la democracia y sus valores.

Cuando sus propios aparatos de seguridad les recuerden sobre las implicaciones de la nueva aventura militar, los gobiernos de la derecha latinoamericana tendrán que sopesar bien los costos que una eventual invasión estadounidense acarrearía para sus países. Dadas las características probables de los escenarios y adversarios del conflicto, el escalamiento de la guerra de Estados Unidos contra Venezuela obligaría a los países sudamericanos a adquirir ciertos compromisos para viabilizar el inicio de la intervención militar y para garantizar la “estabilización” posterior.

Ante la posibilidad de que los mandatarios latinoamericanos no ofrezcan un apoyo irrestricto e incondicional, Estados Unidos podría optar por prolongar aún más el conflicto de baja intensidad ahondando los mecanismos de presión económica. El Imperio y sus aliados utilizarán el bloqueo de las reservas monetarias y de los ingresos petroleros venezolanos como instrumentos para propiciar una mayor hiperinflación. Esta forma de agotar al pueblo venezolano podría generar una modalidad de conflicto armado que, al menos por un tiempo, le “ahorre” a Estados Unidos la necesidad de una intervención militar directa.

En resumen, para poder postular escenarios prospectivos, sería mejor asumir que Estados Unidos ya comenzó una guerra contra Venezuela en la cual: (a) las estrategias y tácticas no han sido ni serán definidas por el Presidente Donald Trump, aunque su comportamiento caprichoso podría contribuir con algunos desarrollos caóticos coyunturales; (b) los beneficios y los costos para el Imperio no se delimitan en términos monetarios a corto plazo sino con referencia a la transición de Estados Unidos desde una potencia global hacia una potencia regional; y (c) el bloqueo económico puede fomentar una guerra civil que actúe como sustituto, o prolegómeno, a la intervención militar directa.

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