Lippman en 1922 manifestó que los medios son la fuente de creación de imágenes del mundo exterior en la mente de los públicos. Sin embargo, estas imágenes no siempre coinciden con la realidad como lo manifiestan D’Adamo y García Beadoux.

Día a día asistimos a la segmentación y representación de la realidad por parte de los medios. Se nos presenta segmentos del mundo y segmentos de hechos; segmentos que no siempre han sido elaborados bajo criterios profesionales. Los medios nos imponen la agenda de temas sobre los cuales los ciudadanos debemos pensar y debatir, mientras que silencian otros asuntos, que pueden ser más importantes para el país y la sociedad, discriminan el interés público como dice Chomsky.  Vemos que el aumento del desempleo no es un tema importante para los medios, como tampoco lo es el incremento de la inseguridad, tratado como un problema social. Nada informan de las manifestaciones que se han producido en contra del actual gobierno, en las que han participado correístas y no correístas. Cada día dedican amplios espacios a informar de supuestos nuevos actos de corrupción del gobierno anterior, pero poco y nada informan de la presunta implicación del presidente Moreno en INA Papers.

La práctica de silenciar unos temas como las acciones ciudadanas, por parte de los medios del país, no es nueva. Recordemos los hechos ocurridos durante la caída del gobierno de Lucio Gutiérrez, en abril de 2005. Día tras día y noche tras noche los ciudadanos salían a las calles a protestar en contra del gobierno y sus abusos y los medios callaban día a día y semana tras semana. Ese silencio abrumador movió a que los manifestantes ampliaran su protesta hacia los grandes medios. En una jornada de manifestaciones, miles de personas rodearon Teleamazonas para exigirle que informe lo que estaba sucediendo en Quito. La multitud increpaba al medio y a sus reporteros por callar y validar, con su silencio, a un gobierno que había perdido el respaldo de la gente.

Este divorcio entre el relato de los medios y la realidad del país fue diluyendo la confianza de las audiencias. Una investigación realizada por Informe Confidencial mostraba que, en febrero de 1994, el 59 por ciento de personas consultadas en Quito y el 68 por ciento, en Guayaquil aseguraba tener mucha confianza en los medios de comunicación. Pero en enero de 2006, casi un año de la caída de Gutiérrez, solo el 21 por ciento en Quito y el 20 por ciento en Guayaquil decía tener mucha confianza en los medios.

Callar lo que interesa a los ciudadanos y ser sólo el altavoz de sus dueños e intereses económicos sólo desacredita a los medios. Silenciar unos temas y hacer propaganda de otros temas también los desacredita. Hacer propaganda significa apelar a los sentidos y a la pasión, dar información engañosa y evitar la razón del espectador; es también hacer apología del odio y no informar con rigor y responsabilidad.

Al desplazar la información rigurosa y profesional para que se instale la propaganda, los medios están logrando un efecto contrario y están fabricando correístas. Mencionar al expresidente cada día e informar de supuestos actos de corrupción, sin las pruebas indispensables y científicamente demostradas que no dejen ningún resquicio a la duda, es hacer propaganda. Su campaña permanente en contra de Correa y sus seguidores, crea predisposición y recelo en gran parte de los públicos y fortalece al correísmo.

De la misma manera, como en 2006, una encuesta demostraba la caída de la credibilidad de los medios ecuatorianos, las elecciones del 24 de marzo indican también una baja confianza en ellos, al imponerse los candidatos correístas y los desconocidos sobre aquellos candidatos aupados por la televisión, la radio y los diarios más grandes del país.

Sin embargo, esta desconfianza en los medios no los inmuta. Su triunfo es seguir sosteniendo a su gobierno que es el gobierno de los banqueros y de los grandes empresarios, cuyos impuestos perdonó. Si no pueden vender una audiencia numerosa a sus anunciantes tampoco les importa; les es suficiente sostener a un presidente, se llame como se llame, que garantice los privilegios y statu quo de las élites económicas, de la que son parte.

Por lo tanto, la derrota de sus candidatos en las urnas no hará más democráticos a los medios del país. Seguirán emitiendo verdades a medias, ocultando y silenciando unos temas, incitando al odio contra mandatarios, sea cual sea su nombre, siempre que consideren que éste pudiera poner en riesgo los privilegios de ciertos sectores. Parafraseando a Émile Girardin recordemos que no hacen a los medios sus redactores, sino sus dueños y conviene recordar también que para crecer en democracia el país requiere de medios independientes de todo poder, excepto del poder de la palabra de sus ciudadanos.

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