En genética existe una corriente que pretende demostrar que todas las acciones humanas son comandadas por los genes. Esta tendencia se denomina socialdarwinismo y asevera que los principios de la evolución se aplican en la sociedad. La selección natural, la supervivencia del más fuerte, los genes del egoísmo o el altruismo, la violencia o el engaño, tendrían una base genética-evolutiva. Esta visión es reduccionista y por tanto adolece de errores. El primero es no reconocer o dar muy poco crédito a la influencia del ambiente, sea el microambiente uterino o el macro ambiente socio-cultural-económico, innegablemente dentro de un contexto histórico. La otra postura dice que los procesos e incluso las acciones individuales o sociales tendrían su origen fuera de la biología pura o la genética, es decir, sólo determinantes históricos.
Lo imparcial es reconocer que tanto los genes como el ambiente tienen influencia en el producto final, sea un individuo o una sociedad entera. Unas veces podemos reconocer una influencia genética directa y potente, pero otras no es tan sencillo. Es justamente dentro de este juego entre genes y un ambiente determinando, donde se desenvuelven, actúan y viven las personas y los grupos sociales.
La sociedad en general, y la ecuatoriana en particular, está empeñada en explicar las crisis económicas, políticas y sociales en una mezcla confusa de fuerzas en la que, la deshonestidad, la corrupción o la mala práctica política, como atributos de determinados individuos, son las que sumen al país y al mundo en la debacle. Se desconocen así los determinantes e intereses sociales, históricos y económicos como las causales reales. Por otro lado, sin que se plasme en algún documento científico, se pretendería culpar de alguna manera a los genes y la biología como los culpables de nuestros actos.
Desde el punto de vista biológico y sociológico, es más seguro considerar que la estructura de la sociedad genera o es la responsable del origen del crimen, lo que se llama criminogenia (génesis del crimen). Así, el reparto inequitativo, la falta de reciprocidad social, la pugna por el poder y el dominio, serían los desencadenantes del crimen, no los genes. Aunque no existe un gen criminal que genere actos criminales en todos los individuos, se ha investigado sobre ciertos genes asociados, pero no determinantes, de comportamientos criminales en diferente grado. Es absurdo pensar que son los genes los que crean las clases sociales, las diferencias económicas, los barrios marginales, la acumulación de capital, las corporaciones o el poder. Son las sociedades mal construidas las iniciadoras de la criminalidad, la corrupción, etc., ellas son criminogénicas. Si las bases criminales fueran los genes, lograríamos cambiarlos en algún momento con la ingeniería genética moderna, aunque esto sería complejo. Pero definitivamente, es más factible cambiar la sociedad y así cambiará el individuo. Las sociedades son criminogénicas, y esta directriz explica la corrupción, de los actores activos o corruptores y de los pasivos corrompidos.
Existe una tendencia encaminada a convencernos de que todo lo que ocurre en la sociedad, la corrupción por corruptores y corruptos, es producto de la falta de honestidad. Sean los genes o el ambiente o sean las sociedades criminogénicas las culpables, todos los actos inadecuados, son solo imputables a la honestidad individual. Esta visión se ha denominado honestismo. La palabra honestismo se acuña para tratar de explicar (de manera incorrecta, claro) que los males sociales y nacionales vienen de la corrupción, casi surgida de forma espontánea, esquivando su origen en la estructura económico-social.
El honestismo disfraza la verdad; nos quiere hacer pensar que las personas o instituciones o el propio estado son el problema y que todo debe ser resumido a un asunto legal o policial. Es por tanto una manera “genial” de culpar al individuo, al rival político, del desastre, sin considerar las estructuras sociales o la propia falta de políticas acertadas. Así, el honestismo es nocivo; está construido ideológicamente para servir al poder.
Los estudios más interesantes sobre genética y altruismo o genética y corrupción no han definido genes específicos, solo atribuyen a los genes hasta un 33% de injerencia en estas cualidades, mientras el ambiente tendría mayor responsabilidad. Hay evidencia entonces de que las sociedades que hemos construido son criminogénicas en esencia y el honestismo es su mejor brazo de legitimación y permanencia en el statu quo. No importan ya los estados inequitativos, la culpa, recae en los deshonestos individuos.
Estos criterios invaden muchos aspectos, por ejemplo en la actitud frente al calentamiento global; se responsabiliza únicamente a los individuos y se reclama acciones individuales para enfrentarlo. Los verdaderos responsables siguen contaminando o corrompiendo y el poder político no los frena sino que transfiere la culpa a los deshonestos. El honestismo se convierte en una buena fachada de absolución.