Orlando Pérez
La fotografía política del Ecuador lo dice todo: gobierna la derecha, sus ministros hacen lo que dice el FMI o la Embajada, el movimiento AP no incide ya en nada y, por si fuera poco, estamos en plena “Vacancia Constitucional” con lo cual lo que venga y deseen los poderes fácticos se hará realidad de un plumazo, como en dictadura, sin derecho a la protesta ni mucho menos al pataleo porque el Estado de Derecho desapareció.
A eso se une la otra fotografía que revelan las encuestas: los políticos del presente, los que gobiernan y hacen la vida democrática (supuestamente), no tienen ni el 30% de aceptación y como van las cosas para granjearse el apoyo ciudadano en las elecciones de gobiernos locales harán malabarismos políticos y ya imaginamos con qué argumentos y recursos. Y por esa vía nadie dude que el futuro inmediato será del color y el calor de la Argentina de Macri.
Todo esto ocurre porque hay temor al regreso del correísmo, como lo describe el gerente de Teleamazonas en uno de sus tuits: “Creo que uno de los principales retos que tenemos los ecuatorianos es evitar que Correa y su séquito logren desatar el caos en nuestro país”. Claro para ese “ilustre” y bien fondeado señor el supuesto caos son las protestas, la defensa de la Constitución y de los derechos y garantías de los ciudadanos, porque la protesta no será correísta, como ya lo han demostrado los pequeños empresarios, pescadores, artesanos o desempleados públicos, que cada día se suman a las marchas y manifestaciones en las calles de varias ciudades del Ecuador. Ellos (gerentes de canales y los grandes beneficiarios de la remisión de deudas e intereses) tienen miedo al orden institucional y a la efectiva redistribución de la riqueza vía un Estado fuerte, el cumplimiento de las leyes y la presencia ciudadana en la toma de decisiones.
Ese afán enfermizo de vivir en el “consenso” o el “agarrémonos de las manos” y vivamos contentos hace tiempo sabemos a dónde conduce. Aquí los banqueros no se van a agarrar de las manos de sus cuentaahorristas, ni los empresarios tendrán a su diestra a las bases de las centrales sindicales como sus aliados (a algunos dirigentes sí, ya se conoce por qué y por cuánto) y mucho menos los pobres (por más fotos que se tomen junto a algunas autoridades) estarán de la mano de quienes ahora almuerzan plácidamente en Carondelet.
Es ridículo pensar que ahora disfrutamos un poscorreísmo democrático y anclado a las verdaderas bases de la Constitución de Montecristi, como pretenden engañarnos los principales voceros. Estamos en un precorreísmo, más cerca de un neofebrescorderato que de un morenismo renovador de la Revolución Ciudadana. De hecho, los puntales fundamentales de ese proceso, que durante una década obtuvo el rechazo de las élites económicas y de cierta intelectualidad izquierdosa, no se pueden modificar de raíz, pero para eso tienen a Julio César Trujillo, bajo el sospechoso manto de una supuesta pulcritud ética y política que hoy pocos pueden creer.
Por eso el camino está y estará sembrado de protestas y de represión. Se ha «inaugurado» un Estado sin derechos, pues la Vacancia Constitucional expresa el mayor cinismo del actual momento histórico: una dictadura hipotéticamente legitimada en una Consulta Popular que no recibió el aval de la Corte Constitucional y, por ende, ese organismo y sus integrantes ya están en el basurero de la Historia, al que irán a parar más adelante los que apoyan a Trujillo tras bambalinas y que no son otros que los socialcristianos, los socialdemócratas, los demócrata cristianos y los socios listos de las plurinacionales entidades indigenistas y obreristas, bien soldadas y financiadas por ciertas ONG.