Fernando Casado
Muchos con los que he conversado en el último año lamentan que los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales ecuatorianas no hayan sido diferentes, personas que se jugaron mucho por el actual mandatario.
Hay sobrados motivos para imaginar que en una hipotética victoria de Guillermo Lasso también se habrían destruido cientos de miles puestos de trabajo; que la pobreza extrema y por ingresos se habría incrementado por primera vez en una década; que se habrían condonado miles de millones de dólares a las mayores fortunas del país en un momento en que se necesita desesperadamente dinero; que se habría eliminado el subsidio a los combustibles cuando el precio del petróleo está en su mejor nivel del último lustro; se habría desmantelado el Estado de Derecho, sustituyendo a los responsables de los organismos de control sin ton ni son y amoldando la institucionalidad estatal a su medida; seguro que también se habría desplegado la mayor arremetida de guerra sucia jurídica vista en la historia del Ecuador contra los considerados oponentes políticos… entre otras muchas similitudes y paralelismos que se podrían encontrar.
¿Cuál sería entonces la diferencia?
Las mismas políticas se habrían aplicado desde el gobierno, pero las reacciones habrían sido otras. El pueblo habría identificado claramente al enemigo desde un principio, estaría alerta y respondería inmediatamente ante cualquier intento de atropello, desmantelamiento de derechos adquiridos y disminución del poder adquisitivo. Habría unidad en los cuadros, independientemente de que ésta fuera por interés o por convicción. Nos habríamos ahorrado las traiciones, que desorientan, desaniman y desmovilizan. En definitiva, no habría este sentimiento de desasosiego político.
Pero la frustración en Ecuador es quizás la mayor de toda la región. Tengamos en cuenta que en Argentina eligieron lo que ahora tienen, en Brasil hubo un golpe, pero en Ecuador ganó la continuidad de un modelo que está siendo aniquilado por aquellos a quienes se les encomendó protegerlo.
Hoy, por tanto, el anhelo por un gobierno de derechas sin máscaras ni subterfugios responde a que especulamos que habría sido más sencillo defender lo conseguido en una década de esfuerzos, con sus avances y también retrocesos. Ahora todo se desmorona de forma irremisible y arrolladora. Pero no se confíen que este pueblo es como sus volcanes, parece manso y apagado, pero cualquier día revienta y a ver quién salva entonces a los culpables.
Aún recuerdo el escalofrío inicial que sentí cuando se anunciaron los datos a boca de urna de CEDATOS que daban a Lasso como ganador y mi alegría al conocer los resultados definitivos que le arrebataron su sonrisa exultante. Ahora el escalofrío lo siento a diario por cada una de las decisiones que toma el residente de Carondelet.