Por Gisela Brito y Guillermo González
La llegada al poder de Morena en 2018, con el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), han reordenado el tablero político mexicano. El actual mandatario se ha convertido de un tiempo a esta parte en el eje central de la política mexicana, y el apoyo hacia su figura no sólo no se ha reducido en sus primeros años de gestión, sino que se ha ido consolidando.
Una lectura global de la última encuesta nacional de CELAG realizada en abril de 2021, indica que el proceso político liderado por AMLO continúa afirmándose desde su enorme popularidad, apoyo que de mínima equipara -y en muchos ejes inclusive supera- al ya elevado 53 % de votos válidos obtenidos en la última elección presidencial.
La imagen positiva de AMLO se ubica en torno al 56 %, un valor muy alto teniendo en cuenta que una vez transcurrida la denominada “luna de miel” es poco frecuente encontrar mandatarios latinoamericanos que alcancen el 50 %. Pero, a su vez, 6 de cada 10 mexicanos y mexicanas consideran que el presidente está comprometido con los más necesitados, misma proporción que le otorga credibilidad a su palabra, y que además destaca sus atributos positivos: la apertura al diálogo (27 %), la inteligencia (16 %) y la capacidad de liderazgo (15 %), configurando una valoración integral muy alta hacia su figura.
El horizonte de posibilidad para la continuidad de la cuarta transformación (4T) puede además percibirse como favorable a partir de dos ejes complementarios:
- La esperanza depositada por la sociedad mexicana en la transformación que propone la 4T, y la confianza puesta en que este proceso logrará cristalizar un cambio de paradigma. En la actualidad, más de la mitad de los mexicanos y mexicanas (52 %) considera que “México vive un momento de transformación profunda”. Las esperanzas que aglutina este nuevo proyecto alimentan así su legitimidad de origen.
- La consolidación de Morena como alternativa político-partidaria superadora del prianismo. La manifiesta afinidad de la población con AMLO va adquiriendo progresivamente su correlato en términos de identificación con el partido de gobierno. Al consultar a mexicanos y mexicanas si sienten simpatía hacia algún partido político, ya son casi un tercio (31 %) quienes se identifica con Morena -6 puntos más que en junio de 2020 y triplicando al PRI o al PAN, que lo siguen con 11 % y 10 %, respectivamente-.
Esta cercanía también tiene su correlato en términos electorales, dado que a día de hoy la coalición “Juntos Hacemos Historia”, encabezada por Morena, aventaja por 15 puntos en intención de voto a “Va por México”, alianza conformada entre PRI, PAN Y PRD para competir en las elecciones federales de junio, en las que, entre otros cargos locales, estarán en juego 15 gobernaciones y se renovará la totalidad de la Cámara de Diputados.
En el espectro opositor, la ausencia de liderazgos de peso es el mayor problema no resuelto. Incluso habiendo alcanzado un acuerdo electoral, la oposición continúa carente aún de figuras capaces de seducir a la porción de la sociedad que no se siente identificada con el Gobierno actual. Cuando se les consulta a los mexicanos y mexicanas quién consideran que debería encabezar la oposición, la opción escogida por un tercio de la ciudadanía es “ninguno”, muy por encima de una variedad de dirigentes. A continuación se ubica Ricardo Anaya, pero con tan sólo un 23 % de apoyos -y cargando además en sus espaldas la mochila de una imagen negativa del 63 %-. A su vez, la coalición Va por México tiene un rechazo del 57 % del electorado, que manifiesta que “nunca votaría” por este espacio político. Y al menos seis de cada diez mexicanos tienen valoraciones negativas tanto de Margarita Zavala como de Felipe Calderón.
En síntesis, casi llegando a la mitad del sexenio presidencial existe un contexto favorable para el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, quien cuenta con un liderazgo consolidado, un movimiento político en crecimiento que será puesto a prueba en las próximas elecciones, y una sociedad esperanzada con la 4T que rechaza enfáticamente la vieja estructura prianista. Se trata de elementos determinantes en la correlación de fuerzas que la 4T necesitará seguir afianzando para afrontar los desafíos que aún laceran a la democracia mexicana -el problema de inseguridad ciudadana derivada de la penetración del crimen organizado, la cuestión migratoria, la relación con el vecino del Norte, y la gestión de la economía postpandemia-, y poder así acometer las transformaciones de fondo que la sociedad demanda, principalmente la presencia de un Estado activo en términos de protección social y con capacidad para redistribuir equitativamente los recursos.