Por Tamara Idrobo
Ser activista feminista, en un país como el Ecuador, es tener que confrontar estigmas aupados y promovidos por una gran parte de la sociedad que aún no comprende en qué consisten los feminismos. También y sobre todo, es tener que recibir violencias continuas y ataques verbales por representantes del Estado y más aún de este gobierno de turno.
A raíz del caso de la desaparición de María Belén Bernal dentro de una escuela de formación de la policía, es decir, en manos del Estado Ecuatoriano, los movimientos de mujeres y feministas a nivel nacional se han movilizado para, una vez más, arropar a una madre que clama por saber dónde está su hija.
Quienes somos activistas feministas y hacemos parte de los movimientos de mujeres del Ecuador, nos arropamos mutuamente y acompañamos a Elizabeth Otavalo, madre de María Belén Bernal, para demandar nuevamente a las autoridades gubernamentales y al Estado Ecuatoriano que respondan por la vida de María Belén y a través de esta demanda, que respondan por la vida de todas las mujeres desaparecidas y víctimas asesinadas en manos de feminicidas.
Lo digo y lo repito, desde mi feminismo yo lucho a través de mis herramientas que son mi palabra y mi voz por desmitificar lo que significa ser feminista. Intento compartir información y análisis sobre los elementos que constituyen una lucha de vida y las causas que nos llevan -o que me han llevado a mí- a asumir la identidad de activista feminista y a través de ella, intentar inspirar transformaciones individuales con la esperanza de aportar a algún tipo de cambio colectivo.
¡Pero qué dura se pone la lucha cuando hombres representantes del poder estatal como el Ministro del Interior Patricio Carrillo y el Secretario de Seguridad Diego Ordoñez a través de sus declaraciones públicas buscan abiertamente violentarnos, ninguneando nuestras luchas y estigmatizando nuestras identidades!
Si ser activista feminista significa que tengo que enfrentarme a ese tipo de violencias un día sí y otro también, y que por ende tengo ser considerada por las autoridades del Estado ecuatoriano como una violenta desestabilizadora, pues, déjenme confirmarlo orgullosamente que sí, lo soy.
Si intervenir cuando estoy presenciando como un hombre ejerce violencia hacia una mujer, me hace ser una violenta desestabilizadora de esa agresión, pues sí, lo soy.
Si mencionar constantemente a través de mis redes y mis artículos de opinión la indolencia de un gobierno que pretenden ocultar su incapacidad de ejercer su rol y su responsabilidad de proveer derechos a la salud, educación, empleo, infraestructura, institucionalidad y seguridad, me hace ser una violenta desestabilizadora de su desidia, pues sí, lo soy.
Si defender la vida de las mujeres confrontando a los ministros de gobierno o secretarios de Estado que pretende echar la culpa de la desaparición de una mujer a la misma mujer, a todas luces víctima de ese Estado negligente y violento, me hace ser una violenta desestabilizadora de su machismo, pues sí, lo soy.
Si pronunciarme constantemente en contra las violencias que recibimos las mujeres en todos los medios que me abren las puertas en sus espacios para que mis palabras sean leídas o para que mi voz sea escuchada, me hace ser una violenta desestabilizadora de su sistema abusador, pues sí, lo soy.
Si demandar que el Estado Ecuatoriano cumpla con su rol de garantizar que las mujeres podamos ocupar los espacios públicos sin miedo y que podamos habitar en hogares seguros, me hace ser una violenta desestabilizadora de sus agresiones, pues sí, lo soy.
Si exigir y demandar que las mujeres seamos consideradas y tratadas como personas de derecho en un Estado cuya Constitución le obliga a hacerlo, me hace ser una violenta desestabilizadora del abandono estatal, pues sí, lo soy.
Si desafiar las normas de machismos establecidos a través de mis palabras y mi voz, me hace ser una violenta desestabilizadora de su tergiversada masculinidad, pues sí, lo soy.
Si reconocer los patrones de crueldad, injusticia, peligro y agresividad con los que actúan instituciones del Estado Ecuatoriano, como lo hace la Policía Nacional, me hace ser una violenta desestabilizadora de su brutal exceso, pues sí, lo soy.
Si definir a las violencias como violencias, me hace ser una violenta desestabilizadora de sus violencias, pues sí, lo soy.
Si me consterno y lloro por las lágrimas de una madre que clama que su hija aparezca viva y si esa ira, rabia e indignación me hace ser una violenta desestabilizadora de las mentiras crueles de los victimarios, pues sí, lo soy.
Si nombrar a los hombres machistas y violentos a través de denuncias públicas en redes sociales me hace ser una violenta desestabilizadora del poder que ellos ostentan, pues sí, lo soy.
Si desafiar las relaciones de poder establecidas en la sociedad ecuatoriana que someten a las a la hegemonía masculina, me hace ser una violenta desestabilizadora del abuso que ejercen, pues sí, lo soy.
Si disputar las narrativas para que la Policía Nacional sea presionada a romper ese espíritu de cuerpo con el que ocultan crímenes de lesa humanidad, me hace ser una violenta desestabilizadora de la impunidad que tienen, pues sí, lo soy.
Si nombrar al asesinato de una mujer como feminicidio y no como un crimen pasional me hace ser una violenta desestabilizadora de la misoginia que ejercen, pues sí, lo soy.
Si llamar a un presidente que abiertamente dijo estar del lado de la policía como el nefasto representante de un Estado Femicida, me hace ser una violenta desestabilizadora del Estado Fallido que representa, pues sí, lo soy.
Si exigir que las instituciones del Estado como lo es la Secretaría de Derechos Humanos rindan cuentas de los presupuestos ejecutados para la prevención y lucha contra la violencia de género, me hace ser una violenta desestabilizadora de sus ineptitudes, pues sí, lo soy.
Si llamar a romper con la normalización de todo tipo de violencias ejercidas hacia niñas, mujeres y personas LGBTIQ+, me hace ser una violenta desestabilizadora de sus prejuicios e ignorancias, pues sí, lo soy.
Si invitar a los hombres del Ecuador a que se incomoden y se atrevan a denunciar las violencias ejercidas por otros hombres y a que reconozcan sus privilegios y el machismo enraizado en sus vidas, me hace ser una violenta desestabilizadora del patriarcado, pues sí, lo soy.
Si reivindicar los derechos de las mujeres a tener vidas placenteras, amorosas y relaciones sanas, me hace ser una violenta desestabilizadora de los privilegios de los hombres, pues sí, lo soy.
Si decir que el amor no duele pero que la violencia sí, me hace ser una violenta desestabilizadora de sus golpes y agresiones, pues sí, lo soy.
Si luchar por la autonomía de nuestros cuerpos me hace ser una violenta desestabilizadora de sus controles, dominios y opresiones, pues sí, lo soy.
Si tener la determinación de luchar en contra de un sistema que pretende perpetuar que las mujeres seamos violentadas, agredidas y asesinadas, me hace ser una violenta desestabilizadora de su barbarie, pues sí, lo soy.
Si no me resigno a aceptar que la vida de una mujer sea violentada y arrebatada en manos de la persona que juró amarla, me hace ser una violenta desestabilizadora de su inhumanidad, pues sí, lo soy.
Si ser activista feminista y revelarme frente a todos estos sistemas de violencia, opresión y agresiones hacia nuestras abuelas, tías, madres, hermanas, cuñadas, amantes, novias, esposas, primas, amigas, vecinas, hijas, sobrinas, y nietas, me hace ser una violenta desestabilizadora de su ignominia, pues sí, lo soy.
Si ser activista feminista y ver las violencias donde otras personas no las ven porque yo las he vivido en mi vida y en mi cuerpo, me hace ser una violenta desestabilizadora de sus silencios, pues sí, lo soy.
Si ser feminista activista y luchar por transformar las sociedades que nos violentan sistemáticamente y por las cuales me expongo a recibir más violencias, muchas amenazas y demasiados estigmas, me hace ser una violenta desestabilizadora de su perversidad, pues sí, lo soy.
Si ser feminista activista y mostrar la crueldad con la que ustedes señores del Gobierno del Ecuador nos gobiernan es convertirme en su problema, y si eso me hace ser una violenta desestabilizadora de su cobardía, pues sí, lo soy.
¡Soy una activista feminista determinada a desestabilizar todas sus violencias!