Por Ramiro Aguilar Torres
De improviso me llega una foto al WhatsApp y veo varios cuerpos incinerados en una pira hecha en lo que dicen es el patio de la cárcel. No me gusta recibir esas imágenes así que la borro y bloqueo al remitente cuyo número no está entre mis contactos. En la noche hay un comunicado del gobierno donde afirma haber retomado el control de la cárcel y muestra como evidencia una foto de varios fusiles de asalto y sub ametralladoras incautadas en el operativo. Esa foto hace que los cachiporreros de la embajada americana y de la extrema derecha lleguen al límite de la histeria y griten que todo esto es porque se levantó la base aérea americana de Manta hace un chorro de años.
Mi amiga Rina que suele subir a sus estados de WhatsApp dulces mensajes de amores otoñales, cambia el guion súbitamente. Ella que es apolítica hasta dónde yo sé, entró en crisis y subió videos de tiktok de Ian Topic en su traje de Rambo pidiendo que no se tenga piedad con los delincuentes.
Nadie se detiene a pensar que las armas no entran caminando por si mismas a la cárcel. No hay forma de que esos fusiles entren a la penitenciaria sin que la policía los introduzca; y, obviamente no lo hace gratis. Las bandas deben pagar por las armas. Cada vez que se produce un motín carcelario en el Ecuador se incautan armas y a la semana siguiente esas mismas armas son devueltas a sus dueños en la cárcel; pero a otro precio.
Es tan evidente la responsabilidad de la policía en la guerra que se vive en las calles del Ecuador que me sorprende que la gente no se percate de ello; y, por el contrario, como lo hace mi amiga Rina, pidan a gritos más violencia policial contra los delincuentes. Mano dura en las calles y en las cárceles, cuando es precisamente esa policía actuando omnipotente y corrupta, es un elemento gravitante del crecimiento exponencial de los indicies de muertes violentas en el país.
En el Ecuador hay una policía de nombre y muchas policías en la práctica. La policía es un poliedro que tiene varias caras. Hagamos un repaso: Las unidades de élite de la policía que son los grupos tácticos y antinarcóticos viven una realidad privilegiada. Alojados en cuarteles con todos los servicios, armamento en regla y municiones. Los antinarcóticos además reciben sobre sueldos de las agencias internacionales como premio a sus incautaciones. Hacen cursos, viajan, se infiltran en las bandas de narcos para los operativos grandes generalmente con entregas vigiladas fuera del país. Suelen ser las primeras antigüedades. Los menos antiguos envidian sus autos del año, sus departamentos nuevos, sus viajes, etc.
Me contaba un amigo que hace muchos años cuando los americanos seleccionaban a los miembros de estas unidades de élite les hacían pasar el polígrafo. Lo único que les interesaba a los americanos era que el postulante no haya tenido tratos con los narcos. No obstante, contaba mi amigo ex oficial de la policía de élite, que a veces en los interrogatorios salían casos de abuso sexual con las cuñadas o robos o problemas de alcoholismo. En esos casos los aspirantes a élite eran descartados, pero obviamente se quedaban en la policía. Bien, pues estos policías de descarte son más numerosos y son los que no quieren resignarse a vivir en condiciones menores a las de sus compañeros y se venden al narco, a los tratantes de personas, a los mineros ilegales, es decir, dónde esta el billete.
Está, también el policía de tropa, el que vive del sueldo, el que recibe las botas gastadas, al que le cuentan las balas, el de los chalecos antibalas caducados, el del patrullero sin gasolina. Ese que ni sueña pactar con el narco ni ser de élite. Ese policía es el que cuida la calle cuando puede. Ese policía vive en los mismos barrios donde viven sus primos los de la banda. Ese policía pone en riesgo a su familia o a él mismo si se hace el valiente en la calle. Si muere, deja viuda e hijos chicos que no tendrán ni seguro de vida ni derecho a pensión. Ese policía corre si ve un asalto o un acto de sicariato, ni tonto que fuera.
¿Hay policías honestos? Entre sesenta mil debe haber sin duda. Habrá oficiales honestos. Nunca sabremos qué porcentaje de los sesenta mil policías está en condiciones reales de servir a la sociedad. No sabemos cuántos de esos sesenta mil son alcohólicos, depravados sexuales, ladrones, asesinos adictos a las drogas. Las unidades de élite no me inspiran confianza, son demasiado privilegiadas; y, en vista de que reciben protección de fuera, no se puede saber a quién mismo son leales.
Ahora bien, ¿la policía es la única responsable? No. Y el problema no solamente es del Ecuador, del siglo XXI.
En 1932 la ciudad de Nueva York encargó a Samuel Seabury la elaboración de un diagnóstico de la corrupción del departamento de policía. “La experiencia de la investigación Seabury muestra que los abusos de la policía contra los sospechosos pueden adoptar la forma de cargos falsos, de maltrato, o de ambos; a la vez, revela que pueden tener conexión con actos de corrupción dentro de la institución. Sin embargo, la lección más importante del informe Seabury es que resulta prácticamente imposible controlar los abusos de la policía si el sistema penal judicial, como un todo, los tolera y estimula. Si los fiscales y los jueces esperan recibir sobornos y pasar por alto la brutalidad de la policía, quiere decir que confían en la participación de esta última; por lo tanto, sería hipócrita centrar la crítica sobre los funcionarios policiales.” (Paul G. Chevigny, El control de la mala conducta de la policía en América)
¿Se dan cuenta del problema, ¿verdad? Cuando pedimos una policía más fuerte, al menos debemos asegurarnos de que esa fuerza sea ejercida por una policía honesta; pues de lo contrario, en realidad le estaríamos dando más violencia e impunidad al crimen organizado. Y una policía honesta no puede hacer nada sin jueces y fiscales que no sean corruptos. Y no habrá policías, jueces ni fiscales que combatan con vigor el crimen si no hay políticos decentes que entiendan y ejecuten políticas públicas eficaces contra el delito, que no roben dinero público en los contratos de armas, suministros, uniformes, etc.
El Ecuador debe depurar su policía. Construir una sola policía, profesional, bien pagada y sin privilegios. Sometida a la ley y a control ciudadano. Antes de hacerlo, debe evaluarla como hizo la ciudad de Nueva York hace 91 años; no hay misterio en el tema, pero se necesita voluntad política.