Por Daniel Kersffeld
Envuelto en una espiral de violencia sin límites y sin control, el gobierno de Guillermo Lasso en Ecuador se encamina hacia su desastroso final en medio de espasmos y convulsiones de un impacto cada vez más profundo.
Junto con el asesinato del alcalde de Manta, Agustín Intriago el pasado 24 de julio, el mortal atentado contra el candidato presidencial Fernando Villavicencio, ocurrido en Quito el 9 de agosto, termina de configurar un cuadro en el que, como ocurrió en Colombia y México en décadas pasadas, el crimen político se termina naturalizando como una prolongación mayor y subterránea de una situación de creciente inseguridad generalizada.
Fernando Villavicencio fue un político y periodista poco menos que controversial en la escena ecuatoriana de los últimos veinte años: mantuvo una sorprendente capacidad para mantenerse en el foco de atención a partir de denuncias judiciales y acusaciones de todo tipo, principalmente, referidas a presuntos actos de corrupción y malversaciones de recursos públicos.
Villavicencio alcanzó cierta notoriedad como periodista de investigación en distintos medios gráficos, pero alcanzaría una amplia repercusión cuando puso en duda que el 30 de septiembre de 2010 se intentó llevar adelante un golpe de Estado contra el gobierno de Rafael Correa y que todo se trató de un autosecuestro promovido desde la cima del poder político.
A raíz de este pronunciamiento, en marzo de 2014 fue sentenciado a 18 meses de prisión por injurias en contra de la figura presidencial. Para eludir esta sentencia, Villavicencio estuvo refugiado en la Amazonía, protegido por el Pueblo Sarayaku, y a continuación logró fugarse hacia Perú. En total, el periodista se mantuvo prófugo de la justicia ecuatoriana durante tres años.
Retornó a Ecuador en septiembre de 2017 gracias la iniciativa del presidente Lenin Moreno, enemistado con Correa e interesado en que Villavicencio presentara judicialmente sus denuncias en Ecuador. Al poco tiempo de su llegada al país, en efecto, señaló públicamente al gobierno correísta por sus presuntas implicaciones con la empresa privada Petrochina.
Protegido por Moreno y por los intereses de los sectores más conservadores y retrógrados del país, Villavicencio fue, asimismo, uno de los protagonistas de la investigación que derivaría en el caso Sobornos 2012-2016 por el que se acusó a la cúpula del partido Alianza País de aceptar pagos por parte de la empresa Odebrecht.
Sin mayores posibilidades de defensa y con el veredicto establecido de antemano, Rafael Correa fue sentenciado a ocho años de prisión por el delito de cohecho y también fueron condenados otros 19 procesados, entre ellos el ex vicepresidente Jorge Glas.
En octubre de 2020 Villavicencio aprovechó su popularidad y con un discurso centrado en la lucha contra la corrupción, ganó una banca en la Asamblea. Pese a que últimamente reivindicaba su presunta independencia política, a Villavicencio se lo pudo observar en estrecha vinculación con el presidente Guillermo Lasso.
La labor parlamentaria de Villavicencio se vería súbitamente terminada cuando, frente a la ingobernabilidad creciente y ante el temor a un juicio político, Lasso decidió emplear la “muerte cruzada”, convocando a elecciones generales y a un recambio en el poder.
Villavicencio fue el primer aspirante en anunciar su candidatura presidencial en una campaña centrada en el ataque a las “mafias” que operan en Ecuador y a su connivencia con el poder político, en un ataque constante y obsesivo contra Correa, sin mencionar la responsabilidad directa de Lenin Moreno y de Guillermo Lasso en la crisis en la que hoy se encuentra Ecuador.
Además de sus obvias implicaciones locales, el crimen amenaza con tener derivaciones internacionales. Luego del paso en falso de presentar al grupo narco Los Lobos como responsables del asesinato y de la réplica de los “auténticos” Lobos proclamando su inocencia, un día después del atentado se atrapó a una banda de seis sicarios colombianos, algunos de cuyos miembros habrían sido reconocidos por los testigos del hecho.
Tantas idas, vueltas y operaciones sólo revelan que el gobierno de Guillermo Lasso, la policía y los aparatos de inteligencia se encuentran realmente a la deriva y, seguramente, en medio de conflictos y rivalidades internas.
Más allá de las enormes dudas y preguntas que genera este caso, existe la certeza de que en Ecuador se está librando una guerra interna por el mercado de la droga entre bandas y organizaciones delictivas locales que, en algunos casos, poseen evidentes lazos externos en Estados Unidos, México, España y Albania.
Si la muerte de Villavicencio está definitivamente vinculada a su enfrentamiento con organizaciones del narcotráfico, entonces otros gobiernos como el de EE.UU. seguramente buscarán intervenir y, a su manera, incentivar un eventual proceso de paz interna. Más allá de los resultados concretos, la prioridad sera la de consolidar el alineamiento externo de Ecuador y su condición periférica ante los posibles cambios que puedan concretarse en su orientación política.
No es un dato menor que este atentado se produzca en medio del pretendido fortalecimiento del aparato de seguridad ecuatoriano gracias al apoyo del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. De hecho, y hace una semana, desde Washington se promovió la entrega de más de 3 millones de dólares para las Fuerzas Armadas locales…
Si bien aun es muy pronto para establecer conclusiones, es posible afirmar que a once días de las elecciones presidenciales, el asesinato de Fernando Villavicencio podría haber sido planeado con el objetivo de ensuciar a la figura de Luisa González, la candidata de Rafael Correa, quien marcha primera en todas las encuestas.
Pese a que la semana pasada Villavicencio anunció que tanto él como sus principales colaboradores estaban siendo amenazados por el narcotráfico, desde buena parte de la prensa se remarcó la enemistad existente entre el fallecido candidato y el ex presidente Correa como un “necesario” contexto para comprender la naturaleza de este crimen político.
Con el gobierno de Lasso en caída libre, cabe imaginar que, si efectivamente Luisa González triunfa en las elecciones del 20 de agosto, el asesinato de Fernando Villavicencio se convierta en la primera crisis que ella deberá sobrellevar. Lo que resulta claro es que, a estas alturas, el repudiable atentado ya no es contra este ominoso presente, sino frente a cualquier posibilidad de cambio real que pueda surgir en el futuro cercano.
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