Por Daniel Kersffeld
El 20 de junio los 32 miembros de la OTAN decidieron que el exprimer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, será el próximo secretario general de la organización a partir de octubre.
La selección de Rutte pone un punto final al extenso mandato del noruego Jens Stoltenberg, cuya administración se extendió cuatro veces ante la falta de acuerdos internos para elegir a un sucesor consensuado entre todos los gobiernos, en un contexto de diferencias internas que fueron especialmente exacerbadas por la guerra contra Rusia en territorio ucraniano.
Para alcanzar ese puesto el neerlandés realizó una extensa campaña de casi ocho meses, en la que su principal respaldo, naturalmente, provino del gobierno de Estados Unidos. Posteriormente se unirían en su apoyo los mandatarios del Reino Unido, Alemania y Francia.
Su principal competidor era el presidente de Rumania, Klaus Iohannis, quien decidió lanzar su candidatura a último momento, como un reclamo desde Europa del Este dado el histórico rechazo de los gobiernos occidentales a sostener una candidatura proveniente de ese espacio político.
Iohannis sólo tuvo un único pero estratégico voto: el del primer ministro Viktor Orban, quien utilizó su disidencia para ganar influencia y retraer a Hungría de cualquier tipo de apoyo a Ucrania.
Pero el cambio en la conducción no significa una nueva orientación para la OTAN. De hecho el principal desafío de la alianza continuará siendo el sostenimiento de Ucrania, en una guerra que hasta el momento ha dado pocas ganancias al conjunto de países atlánticos, más allá de los amplios beneficios obtenidos por las empresas armamentistas europeas y estadounidenses.
En este sentido Rutte ha sido un incondicional de Ucrania desde el inicio del conflicto con Rusia, en febrero de 2022. Países Bajos es hoy la tercera nación europea, luego del Reino Unido y de Alemania, que más recursos aportó a la guerra contra Rusia: casi seis mil millones de dólares, proporcionando aviones de combate F-16, artillería, drones y municiones, e invirtiendo fuertemente en la modernización del Ejército ucraniano.
El pasado primero de marzo, mientras todavía se desempeñaba como primer ministro, Rutte firmó un acuerdo de seguridad con Ucrania por el que Países Bajos se comprometía a financiar el suministro de 800 mil balas. Además se convirtió en el séptimo líder occidental en firmar un acuerdo de seguridad con Ucrania que implicaba un gasto de, al menos, 2.200 millones de dólares en 10 años. No en vano Zelenski califica públicamente a Rutte como «mi amigo Mark».
Más allá de la guerra en Ucrania, el nuevo secretario general de la OTAN deberá enfrentar una tendencia que amenaza con debilitar al bloque y que, incluso, podría motivar nuevos enfrentamientos internos. Las elecciones presidenciales de noviembre podrían marcar el regreso al poder de Donald Trump quien ya había manifestado su interés en retirar de la OTAN a los Estados Unidos, responsable de buena parte de su sostenimiento financiero frente a los insuficientes aportes de otros miembros de la organización.
Se sumaría ahora, además, la discrepancia del republicano al compromiso militar y económico con Ucrania y sus profundas críticas a la figura de Zelenski. Pero un eventual retorno de Trump a la Casa Blanca sólo sería una parte del problema a afrontar por un dirigente con amplia experiencia y capacidad de negociación como Mark Rutte.
En efecto, las divisiones internas podrían profundizarse si partidos y organizaciones de extrema derecha acceden a otros gobiernos, como de hecho ya ocurrió en Italia y en los Países Bajos, y como se teme que también pueda pasar próximamente en Francia. Sin duda el aislacionismo y el ultranacionalismo podrían chocar con la voluntad de los países del Este europeo que, en cambio, buscan profundizar la actual política beligerante de la OTAN contra Rusia.
Un escenario plagado de divergencias y, eventualmente, de una creciente fragmentación interna convertirán al ex hombre fuerte de la política neerlandesa en el dirigente providencial capaz de apelar al consenso para mantener los acuerdos políticos y un núcleo básico de coincidencia programáticas.
Por las dudas, y frente a quienes ingenuamente creen que, por sus antecedentes, Mark Rutte le brindará a la dirección de la OTAN un perfil más negociador e, incluso, más componedor, no hay más que revisar algunas de sus recientes declaraciones. En abril, durante un debate parlamentario, llamó a «no sobrestimar mentalmente a Putin (ya que) no es un hombre fuerte, no es un tipo fuerte».
Y al concluir el reciente encuentro internacional por la paz organizado por Ucrania y con notorias ausencias políticas, Rutte afirmó que el presidente ruso «debía estar entrando en pánico» frente al «éxito» de la convocatoria de Kiev. Parafraseando a Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor del célebre El Gatopardo, con la designación de Rutte al frente de la OTAN se propicia un cambio para que, en realidad, nada cambie…
Tomado de Página 12