Por Natacha Reyes
Ecuador es un territorio fragmentado en lo económico y social, pero unido por un fenómeno común: el miedo. Frente al proceso electoral en curso para el segundo semestre de 2024, las fuerzas semi organizadas de lo que se denomina izquierda y progresismo, intentan trazar acuerdos para evitar que la derecha o el liberalismo de extrema derecha avancen en ese orden que les es útil solo para la clase oligárquica.
Ante partidos políticos informes, desarticulados, con sujetos políticos individualistas y oportunistas, el lado conservador/neoliberal tendrá una vez más la posibilidad de posicionarse a mediano plazo, y continuar con una carrera que estuvo soterrada desde principios de este siglo, pero que se expresó plenamente desde 2017 con los gobiernos de Moreno, Lasso y Noboa.
La política de las redes sociales ha calado en las nuevas generaciones que carecen de un anclaje teórico-práctico desde los grupos que se identifican con las causas sociales y los colectivos alrededor de los derechos y el bien común.
Esos grupos no saben comunicar con las herramientas comerciales, ni con las sociales. Un lenguaje caduco, con disputillas de egos, aburre. Cansa. Desanima.
Indígenas, mujeres, ambientalistas, animalistas, anti mineros, y otros segmentos son eso: segmentos.
No aglutinan al todo. Sus representaciones en el último decenio han caído en crisis. Un pañuelo verde, lila, o una wipala tienen menos efecto mediático que un traje amarillo patito o unos zapatos con alzas del mandatario de turno y su mujer-objeto que rompe con todos los discursos del progresismo.
Ellos dan que hablar, más que la falta de empleo, la delincuencia o el “acuerdo de la izquierda y el progresismo”.
La palabra es a la política el único medio que define una naturaleza social de carácter permanente. Sin voz no hay voto.
La urgencia de que ese diálogo –si se realiza- supere las estrechas paredes de donde se ejecuta, y lo traspase, será el único y urgente medio de posibilitar una alianza frente al inmovilismo social, y al mercadeo de la política a través de la hábil publicidad gubernativa. El poder de turno habla sin hablar de los problemas sociales, porque definitivamente éstos no le interesan. Se acerca a las masas a través del ego físico y simbólico, basado en dineros viejos heredados y dineros nuevos capturados desde el Estado a favor de un círculo familiar cerrado y exitoso.
Un diálogo entre una élite progresista va a ser tardía sino se enuncia a sí misma, y se pronuncia en la inmediatez, ya, frente a las necesidades del sujeto aspiracional: el que vota por una educación de calidad, quien quiere trabajo ahora, aquél que aspira a curarse y vivir plenamente, el que quiere triunfar en la vida -aunque eso filosóficamente sea una mentira-, pero sobre todo para las personas que anhelan seguridad, respirar sano, dormir tranquilo, hacerle frente a sus pequeñas o grandes deudas.
La vida que aparentemente es la real, es la que moviliza al voto. El miedo pesa, combatirlo es la batalla.
Las disputas alrededor del funcionamiento de la institucionalidad y la conformación del tipo de Estado que pretendemos mantener o modificar que quede para la élite que dialoga -donde dialogue-, sin perder el objetivo final: al ser humano que habita este territorio fragmentado.