Por Christian Arteaga
Mieke Bal (2009) en su artículo: Arte para lo político plantea lo siguiente: “Solo algunas obras de arte dirigen su participación en lo político y producen la parte política de lo que hacen.” (p.1) En tal sentido, no todo lo que se dice es político y no todo lo político es arte. No obstante, todo el barullo del Ministerio de Cultura y del concejal de Quito, Michael Aulestia, sobre el Festival de Música, Quitofest, especialmente la apuesta escénica musical de Mugre Sur, realmente desazona.
El Ministerio de Cultura en un comunicado, que denota un enorme desconocimiento de la reflexión cultural, supone el lugar común más brusco cuando expresa: “(…) que los espacios culturales deben ser escenarios de diálogo y discusión en el marco de una convivencia respetuosa.” Esto, además de retórico, pues, en un país donde existen hasta el mes de agosto de este año, 4239 muertes violentas, donde la desinversión en áreas de salud y de educación, es una constante; en el que una Ley de Cultura que en su parte medular permitía que el artista poseyera seguridad social, fue vetada por el gobierno, publique dicha mirada, deviene en cínica.
Entonces, ¿Cuáles espacios culturales? si estos son inexistentes, ¿Cuál convivencia respetuosa? Si la población está más preocupada por sobrevivir sin dignidad, es decir, sin luz, sin seguridad integral, en medio del peligro de la arremetida y copamiento del narcotráfico y la delincuencia transnacional, donde todo lo descrito es escamoteado por la escenificación de un grupo musical que tiene una trayectoria de más de dos décadas y que se presentó en el QuitoFest.
Es decir, la dinámica social y política del país está golpeada hasta el tuétano, no obstante, el Ministerio de Cultura delira sobre espacios de convivencia respetuosa, cuando la realidad es que hoy por hoy, la esfera pública está destruida, el tejido social y organizativo vive con temor permanente, los lideres populares se cuidan de nos sufrir atentados, luchadores sociales presos -como los militantes del movimiento guevarista-y sin embargo, dicha cartera, en su discursividad más impúdica exige convivencia respetuosa en un país que hace rato destruyó cualquier pacto social.
“Los espectáculos públicos no deben ser utilizados para fomentar el odio y la división de los ciudadanos.”, reza en otra parte del comunicado del Ministerio de Cultura. Esto no solo es risible, sino de despótica displicencia, pues quien añadió aquellas ideas desconoce totalmente la realidad de los músicos y los festivales de música local. Suponer que el QuitoFest, es meramente espectáculo, resulta ignorante, dicho acontecimiento es eso: un festival de música urbana -no en la concepción del género reguetón- independiente y de la escena emergente y de otras bandas que poseen trayectoria regional y temporal, encontrándose y llenando el espacio, en intercambio y reciprocidad generacional y gustos musicales
Reducir el QuitoFest al imaginario chantajista del fomento del odio y la división, es abominable. Pero lo de fondo, es remarcar con fuerza la ignorancia exagerada de aquella cartera de Estado y de un concejal de Quito. La puesta en escena de Mugre Sur, exhibe claramente la tensión radical de un sincretismo nada armónico, sino por el contrario, un tipo de mestizaje estético y político que en esta sociedad sería lo irresoluble y conflictivo, por tanto, de un presente político y una estructura sistémica que produce desigualdad y pobreza.
Mugre Sur va más allá de una apuesta musical, es lo que decía Bal, participan en la política y en el disenso. Por ello, si solo pudieran escuchar, los ministros, asesores y subsecretarios de Estado y el concejal, las canciones de Mugre Sur, podrían entender la interesante construcción lírica y aquellos tonos urbanos del Disfraz –vocalista de la banda- que poseen la impronta y la jerga del sur de Quito. Del mismo modo, la inmersión del sonidero y del sampleo que van desde el ritmo popular de la chicha hasta versos del poeta, Jorge Enrique Adoum, solo por referir un par de temas. Pues, la ceguera cultural e ignorancia, no les permite divisar que el sur de Quito, no es patio trasero de la ciudad y que produce arte, como múltiples sentidos, y por tanto, es un territorio que, articulando con Disenso. Ensayos sobre estética y política de Jacques Rancière: “Hace visible, lo invisible, hace oír aquello que solo se escucha como simple ruido, y en mostrar que aquello que parecía una mera expresión de placer y dolor es el sentimiento de un bien o mal compartido.” (2019, p. 64)
Si como dicen existió muestras de discriminación y odio en el QuitoFest, fue hacia la ignorancia, el odio hacia la apatía de un tipo de razón gubernativa y la desidia de las demandas e interpelaciones de la gente por seguridad, empleo y justicia. Si se exhibió odio fue a personeros públicos que detentan un nivel bajísimo del conocimiento de las reglas del lenguaje, pues, dicen con pomposidad enunciados como: ha resolvido; o que piensan que el sol es un planeta o que el río Amazonas es más grande que el Nilo y Kailasa es un país que existe. Sin duda, queda expuesto que en su vida se han dignado escuchar algo más de lo que puede ofrecer el mainstream nacional -que de por sí es muy carente de talento-. Si algo evidenció el Quitofest es que la música rebasa la pobre discusión política y los límites morales con que miden una producción artística. Ya que, tener en cartel a grupos como La Delio Valdez -cumbia porteña- y Los Mirlos -exponentes tradicionales de la cumbia peruana- Wañukta Tonic, El mató a un policía motorizado -ojo que dicha banda no ha sido ni censurado ni cuestionado por su nombre en Argentina- Malon -paradigma del metal argentino y latinoamericano- Curare y obviamente, Mugre Sur, que hizo presencia en las Fiestas de Quito, debería orgullecernos por el mestizaje estético, político y de identidades plurales de las manifestaciones musicales latinoamericanas.
La escenificación en el arte, ha sido una constante: desde Duchamp y su fuente, la obra irreverente y subversiva de Santiago Sierra en lo contemporáneo, las desacralizaciones de Vik Muniz a símbolos revolucionarios como el propio Che Guevara, son ejemplos que si las verían los funcionarios públicos nacionales y de la ciudad, quedarían en shock y vaya a saber qué juicio emitirían solo por lo que miraron, y no por pensarlas. Es urgente una cuestión: desde los espacios artísticos y académicos hay que interpelar y conminar a los funcionarios públicos involucrados -que como aducen están allí por un proceso eleccionario- la comparecencia pública en las universidades, barrios y espacios del arte para que expliquen los criterios sobre la manera en que miden los contextos musicales actual.
Es decir, no puede permitirse que se imponga la dictadura del me gusta o no me gusta, sin la capacidad de criterios realmente artísticos. De lo contrario, la ignorancia es la virtud, y el mínimo de conocimiento y entendimiento será excluido. Justamente, para cerrar quisiera añadir una idea de uno de los grandes investigadores y críticos musicales contemporáneos y del rock, Ted Gioia (2020) en su libro: La música. Una historia subversiva cuando afirma: “Los avances casi siempre son obra de provocadores e insurgentes, que no se limitan a cambiar las canciones que cantamos, sino que con frecuencia sacuden los cimientos de la sociedad. Cuando algo auténticamente nuevo y distinto llega al mundo de la música, quienes detentan posiciones de autoridad se asustan y tratan de sofocarlo.” (p. 12)