Por Telma Luzzani
La caída del gobierno de Bashar al Assad abre un escenario impredecible en Siria y en el Medio Oriente, marcado por la toma del poder por parte de Hayyaat Tahrir Al-Sham. Mientras las potencias globales y los actores regionales definen sus estrategias, el país enfrenta la fragmentación, el saqueo y una crisis humanitaria crítica, con implicancias geopolíticas que redefinirán los equilibrios de poder en la región.
A una semana de la caída del gobierno de Bashar al Assad son más las preguntas que las certezas sobre el futuro de Siria y sobre lo que puede suceder en una región económica y geoestratégicamente clave para el mundo.
La toma vertiginosa del poder, en la noche del 7 al 8 de diciembre, por parte de la milicia islámica Hayyaat Tahrir Al-Sham (HTS), escisión del grupo terrorista Al Qaeda, encabezada por Ahmed al Charaa (llamado por su nombre de guerra Abu Mohammed al Golani), y la huida Al Assad a Moscú marcaron el inicio de una etapa de cambios y consecuencias impredecibles. El hasta entonces primer ministro sirio Mohamed Ghazi al Jalali traspasó el poder interinamente a Mohamed al Bashir designado por los altos mandos de la guerrilla HTS.
Tantos los gobiernos de Estados Unidos, Rusia y China como los actores regionales y los medios de comunicación llaman al gobierno de Al Golani “de transición”. Desde Occidente se alude a un “proceso político inclusivo liderado por los propio sirios” sin especificar exactamente qué significa eso. Ayer se desarrolló en Jordania un encuentro especial sobre Siria, a nivel de cancilleres, en la que se describió una “situación humanitaria muy sombría” y se acordó pedir a Naciones Unidas la creación de una misión de asistencia para un “período de transición”.
Lo cierto es que Siria es un estado fallido, sin un poder central que controle todo el territorio. Es un país balcanizado, donde tropas regulares e irregulares extranjeras ocupan los fragmentos. Es un país saqueado (su rica zona gasífera y petrolera está tomada desde hace años por los kurdos y los estadounidenses); está asfixiado económicamente y en guerra civil.
Entre las pocas certezas que por ahora se vislumbran es que Israel y Turquía han sido los primeros y directos ganadores de este nuevo ciclo que se abre en el llamado “Medio Oriente”.
Turquía, que tiene buenos vínculos con la guerrilla liderada por Al Golani, ambiciona convertirse en el hegemón regional y recuperar la gloria otomana. El viernes 13, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan (quien está muy activo en Africa expandiendo la influencia turca) lo dijo sin vueltas. “Alepo, Idlib, Raqqa, Hama, Damasco, Antep, Urfa deberían ser nuestras”, afirmó frente a miles de seguidores que lo vivaban en la ciudad de Sakarya, durante la reunión anual de su Partido de la Justicia y el Desarrollo.
El neo-otomanismo y el “Gran Israel”
El imperio Otomano se desmembró al finalizar la Primera Guerra Mundial. Reino Unido y Francia se repartieron parte de su territorio (Siria para Francia). Para Turquía el Tratado de Lausana de 1923, que estableció sus actuales fronteras, fue siempre una humillación nacional. El tratado tenía 100 años de vigencia y expiró en octubre del año pasado. Desde entonces emerge cada vez con más frecuencia el llamado al neo-otomanismo.
“Estamos en víspera de una nueva era en medio de rupturas en nuestra región y en el mundo”, analizó anteayer Erdogan. No obstante, esta proyección de poder tiene para Turquía un gran obstáculo: los kurdos, el principal pueblo sin Estado del mundo. El reivindicado Kurdistán abarca una zona de Irak, de Siria, de Turquía y de Irán. En el caso de territorio sirio, los kurdos, apoyados por los estadounidenses, ocupan el sector de recursos hidrocarburíferos.
Con la caída del gobierno laico y panarabista de la República Arabe Siria, también Israel puso en marcha su expansión y sueña con el “Gran Israel”. Sus tropas se han internado en Siria desde las Altos del Golán, violando los acuerdos de alto el fuego de 1974 alcanzados tras la Guerra de Yom Kipur. La disputa sirio-israelí por la estratégica zona se remonta a 1967 (Guerra de los Seis Días). Este viernes y sábado, Israel bombardeo bases aéreas sirias, cuarteles, depósitos con misiles en los alrededores de Damasco y otros objetivos militares como el Departamento de Guerra Electrónica del ex gobierno sirio.
La tragedia palestina
La situación del pueblo palestino es dramática. Al asedio constante de las bombas israelíes se suma el impacto que los acontecimientos en Siria tienen sobre el llamado “eje de resistencia”. Este 2024 los principales aliados palestinos fueron agredidos por Israel. Irán sufrió varios ataques, los principales líderes de Hezbollah fueron asesinados, Hamas está siendo duramente golpeado y el Líbano fue invadido. Con la derrota de Siria, las rutas de aprovisionamiento de Hezbollah quedaron cortadas e Irán perdió el acceso terrestre al Líbano.
En cuanto a Rusia, importante aliado de Al Assad (sin el apoyo del Kremlin él no hubiera resistido la toma de Damasco por parte de las milicias de ISIS en 2015 ni sobrevivido a 10 años de guerra civil), es evidente que el foco está puesto en Ucrania y no consideró oportuno desviar su esfuerzo hacia Siria. No obstante, el cambio de régimen sirio puede debilitarla al igual que a Irán.
El gobierno de Vladimir Putin ha negociado retirar sus tropas del territorio sirio bajo la protección de las fuerzas insurgentes. “Estamos en contacto con el comité gobernante que ahora se encuentra instalado en un hotel de Damasco”, dijo el vicecanciller ruso Mijail Bogdanov a la prensa. En cuanto a las estratégicas bases rusas -la naval de Tartus (en la costa del Mar Mediterráneo) y la aérea de Latakia-, Bogdanov dijo que “confiaba en que no se movieran de allí”.
Moscú necesita mantener esas bases que son no sólo su salida al Mediterráneo sino una proyección a Africa. Busca también mantener lazos con el antiguo régimen (Al Bashar está exiliado allí) y establecer buenos contactos con las fuerzas nuevas. El Kremlin precisa controlar los diversos grupos insurgente musulmanes que tienen vínculos con los habitantes de varias zonas rusas y de varias ex repúblicas soviéticas que hoy tienen frontera con Rusia.
Futuro incierto
Uno de los mayores enigmas –y no sólo en el caso sirio- es qué hará Estados Unidos. ¿Será casualidad que la actividad de las tropas insurgentes se aceleró luego del triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales? ¿Fue otra jugada del “deep state” demócrata para embarrarle la cancha al republicano?
Hace una semana, luego de reafirmar su voluntad de llegar a un acuerdo pacífico en Ucrania, Trump aludió también a una salida negociada en Siria. A poco más de un mes de asumir en la Casa Blanca, el empresario no muestra las cartas. Sin embargo dio dos opiniones totalmente opuestas a las política guerrerista de la actual administración
Primero escribió que Siria “no es nuestra lucha” y aconsejó: “No se involucren”. Más tarde propuso una suerte de mesa tripartita –EEUU, Rusia, China- para abordar la complejísima situación siria. “Rusia perdió todo interés en Siria debido a Ucrania, una guerra que nunca debió haber empezado y que podría durar para siempre. Conozco bien a Vladimir. Este es su momento de actuar. China puede ayudar. ¡El mundo está esperando!”, escribió.
El devenir del conflicto em Oriente Medio será lento. Con la asunción de Trump sin duda habrá más claridad sobre los próximos pasos de EEUU. Más allá de los graves enfrentamientos internos, la Casa Blanca necesita un Israel potente y controlador en la región. Es probable también que, en la cabeza de Trump, se proyecte una Europa del Este y un Oriente Medio lo más estabilizados posibles. El verdadero adversario es China y se necesita toda la energía posible para encarar un combate que va a librarse en todos los niveles.