Por Felipe Vega de la Cuadra
Asumo el título de la genial novela de Ernesto Sábato, porque en estos días, en los insoportables avatares del gobierno, el presidente encuentra “héroes”, donde nosotros presentimos que haya solo tumbas.
El pasado 8 de diciembre, desaparecieron cuatro niños en Guayaquil, el menor de ellos de apenas 11años. El hecho, que podía pasar desapercibido, igual a muchas desapariciones sucedidas en este año de supuesta guerra interna, fue puesto en evidencia gracias a un testimonial de los padres de los niños de Guayaquil que Ricardo Patiño puso en redes sociales. Igual que sucede en eventos como este, que se constituyen como flagrantes violaciones de derechos y uso abusivo de la fuerza, enseguida se vuelven evidentes las contradicciones en las que caen los voceros del gobierno.
Lo primero que sucedió fue la consabida acusación de un supuesto “uso político” del hecho, para intentar la anulación de una denuncia legítima, tratando de ensuciar su origen; estrategia que tuvo la inmediata y entusiasta adscripción de algunos periodistas que actualizaron los consabidos epítetos contra Ricardo Patiño y contra el “correísmo”, acusándolos de estar, según ellos y ellas, construyendo una narrativa electoral perversa contra el inocente y manso gobierno de Noboa. Llama la atención, sin embargo, que uno de los airados comunicadores mantenga, de forma pública y notoria, una antigua vinculación con las FF. AA. (Lo anoto solo como información necesaria).
Luego vino, en la voz del impresentable ministro de defensa, la afirmación de que los cuatro niños habrían desaparecido en manos de la delincuencia organizada. Salida que entró en contradicción con lo que anunció el jefe del Comando Conjunto: la creación de una comisión de investigación, el establecimiento de un consejo militar para que juzgue la actuación de los uniformados y el compromiso firme de evitar la impunidad. Los dos reconocen, entonces que los cuatro niños desaparecieron, pero caen en una inconsistencia que vuelve insostenible una de las dos explicaciones: o bien los niños fueron tomados prisioneros por militares y, estando bajo su custodia, desaparecieron; o, los militares son parte de la delincuencia organizada, a la que el ministro hace responsable del hecho, aunque el Almirante Vela sugiera que fueron los soldados quienes los detuvieron.
El esquizoide que dirige el ejecutivo, entrevistado por otro periodista, también cercano a las FF. AA. y a cierta embajada, no encontró idea más brillante que la de proponer que se les declare, a los cuatro niños desaparecidos, como Héroes Nacionales… Con semejante disparate, según se interpreta, alcanzaría dos cometidos: primero, liberar a las FF. AA. de cualquier responsabilidad y duda sobre sus actuaciones, pues son exactamente ellas, a través del Comando Conjunto, quienes brindan el aval para que alguien sea considerado héroe o heroína. Entonces quedaría saldado el asunto, porque quien te exalta no puede hacerte daño; y, segundo, el presidente pretende hacer lo que siempre hace y que parece ser su única lógica: comprar a las familias con los beneficios que trae el que un deudo sea nombrado como héroe (un sueldo de dos salarios básicos, becas, cobertura médica, derecho a vivienda, etc.). Él, que cree poder comprarlo todo dinero (jueces, fiscales, asambleístas, superintendentes, cortes, periodistas, etc.) pretende hacer lo mismo con los padres de los cuatro niños y lo propone gritando “¡Eureka!”, pero con plata del estado, porque como dicen sus admiradoras: “Así se hace un imperio”.
Por ventaja, en estos días en los cuales toda persona puede grabar imágenes en su teléfono, aparecieron varios videos que dan cuenta gráfica de la manera en la que 16 soldados, armados con fusiles de asalto, detuvieron y maltrataron a los cuatro niños, metiéndolos en el balde de una camioneta y llevándoselos. Con lo cual, todas las explicaciones se caen por falsas y por mentirosas.
Sale otra vez el alopécico ministro a desmentirse y cuenta una absurda historia, que según él consta en un “informe” (seguramente elaborado por los mismos militares que detuvieron a los niños) que cobra, para el experto en defensa personal, más credibilidad que la palabra evangélica: dijo que ocho “personas” estaban robando a una señora, que casualmente pasaban por allí dos grupos de militares, que se bajaron, cual hombres arañas o bátmanes, a salvar a la víctima, que capturaron a cuatro de los ocho, que se los llevaron a Taura y, al ver que eran menores, los dejaron libres en el monte y en la noche y de allí no pueden saber lo que les pasó… Algo parecido al cuento de la fauna carnívora que habría devorado a los hermanos Restrepo Arismendi, en las profundidades del río Machángara), luego de haber caído con su auto accidentado en un moderado caudal de agua contaminada con metales pesados y químicos industriales en el que no pueden subsistir ni las bacterias.
Las fuerzas del orden en el Ecuador demuestran creatividad macabra y fabulosa para inventar mitos que las autoridades, bobaliconas e ignorantes, repiten como verdades, intentando que la gente, que no es tonta ni cándida, se las trague. Pero lo hacen para justificar actuaciones reñidas con los derechos humanos, acciones que suceden en condiciones de guerra interna, guerra que los medios promocionan, que las autoridades consideran imprescindibles y que la gente enardecida aplaude como si fuesen necesarias. La desaparición de los niños Restrepo sucedió en la guerra que León Febres Cordero emprendió contra todo el que parecía guerrillero (peor si era colombiano); la desaparición forzosa de los cuatro niños de Guayaquil (y de otros cuya falta empiezan a denunciar sus familiares); sucede en una guerra declarada contra los de botas de caucho, contra los de chancletas, contra los jóvenes pobres de nuestros barrios precarizados, una guerra racializada que la lleva con orgullo un niñato ricachón, vestido de soldado que cree que la pobreza debe combatirse a tiros y paseando en tanqueta.
P.D. Me aterra que, en algunos conflictos contemporáneos, los muertos no sean militares o combatientes, sino niños, niños que juegan fútbol, niños que pasean o van a la tienda por un helado… Aquella es la peor muestra de degradación y de demencia.