Por Danilo Altamirano

La dinámica de la conexión entre gobiernos y medios tradicionales refleja un claro alineamiento entre fuerzas políticas. Los fenómenos políticos, sociales y comunicacionales se retroalimentan en un escenario de disputa constante, donde las posiciones se radicalizan. Los medios de comunicación con editorial política se han convertido en motores de un posicionamiento polarizado, fomentando agendas dinámicas que transforman el ecosistema mediático. A través de construcciones estereotipadas y la estigmatización del adversario político, estos medios presentan una superioridad moral que refuerza las divisiones sociales y políticas, exacerbando la polarización en democracias cada vez más frágiles.

El panorama mediático actual se desarrolla bajo un contexto de debilitamiento del ordenamiento democrático y crisis de gobernabilidad. Las divisiones entre derecha e izquierda se han profundizado, creando un campo de batalla ideológico entre conservadores y progresistas. Estas confrontaciones también reflejan la pugna histórica entre extremos políticos: comunismo y fascismo. Los antagonismos entre corrientes como el correísmo y el anticorreísmo en América Latina son solo un ejemplo de esta lucha polarizadora. En este entorno, la construcción de consensos parece una tarea inalcanzable, mientras que los radicalismos continúan marcando la agenda pública y mediática.

Históricamente, la polarización política tiene sus raíces en momentos clave como la Revolución Francesa, donde surgieron las primeras divisiones ideológicas entre izquierda y derecha, y la Guerra Fría, que intensificó la oposición entre capitalismo y comunismo. Líderes populistas de izquierda han sido figuras clave en el ascenso de movimientos políticos polarizadores. Estos movimientos han consolidado el alineamiento extremo de posiciones contrapuestas, reforzando la identificación ideológica y partidaria que define la polarización moderna. En este contexto, la política deja de ser un espacio de diálogo y se convierte en un campo de batalla donde la verdad es relativa y las emociones predominan sobre los hechos.

El discurso político contemporáneo y el rol de los medios de comunicación son fundamentales para entender la polarización. Este fenómeno ganó notoriedad a mediados de los 2000, coincidiendo con la emergencia de gobiernos del “giro a la izquierda” en América Latina, que cuestionaron públicamente el rol de los grandes medios privados. Las nuevas regulaciones permitieron la aparición de actores mediáticos alternativos, mientras que los medios digitales y redes sociales se consolidaron como espacios públicos clave para la reproducción de la polarización. En este entorno, los discursos políticos de actores mediáticos y políticos proclaman la verdad como una opción subjetiva, contribuyendo a la manipulación ciudadana y la sobreexposición de sentimientos políticos extremos.

La masa electoral, en contextos de polarización política, se alimenta de los postulados de las élites –políticas, intelectuales y mediáticas–, así como de los conceptos de posverdad, desinformación y fake news (Schuliaquer, 2020). Estos fenómenos se amplifican a través de plataformas digitales, que no solo diseminan contenidos polarizadores, sino que también refuerzan burbujas ideológicas que dificultan el diálogo. Los códigos democráticos enfrentan el desafío de regular un ecosistema comunicacional en constante cambio, donde el ejecutivo electoral se ve limitado por indicadores selectivos y una narrativa polarizada que excluye a los divergentes con capacidad de análisis crítico.

En este escenario, las redes sociales se convierten en un riesgo para la democracia, al propiciar la radicalización de posturas y la fragmentación del tejido social. La polarización no crea consensos; en cambio, fomenta un clima de tensión y desconfianza que debilita las instituciones democráticas. La ausencia de debates públicos de altura limita la capacidad de construir un futuro más cohesionado y equitativo. Surge, por tanto, la necesidad de estudiar desde la academia la relación entre encuadres mediáticos e identidades políticas, así como de analizar los sistemas mediáticos nacionales para comprender cómo estos influyen en la polarización.

La democratización de la sociedad exige un esfuerzo conjunto para devolver a la democracia su carácter inclusivo y participativo. Esto implica fomentar una educación política que promueva el pensamiento crítico y la cultura democrática, así como fortalecer el tejido social a través de iniciativas que impulsen el diálogo y la comprensión mutua. En un mundo marcado por la polarización, la construcción de consensos se convierte en una tarea esencial para garantizar la estabilidad y el progreso de nuestras sociedades. La academia, los medios de comunicación y los actores políticos tienen un papel crucial en este proceso, trabajando juntos para superar las divisiones y construir un futuro más unido y justo para todos.

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