Por Danilo Altamirano
La tecnología ha revolucionado, transformando los sistemas democráticos, la comunicación política y opinión pública. Antes las campañas dependían de los medios tradicionales como la televisión o los periódicos, hoy las redes sociales y las plataformas digitales permite mejorar la accesibilidad y rapidez al candidato, incluso personalizado sus mensajes según datos demográficos, intereses y emociones. Uno de los mayores riesgos que enfrentan los sistemas electorales democráticos actualmente es la vulnerabilidad que tienen frente a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que además de distorsionar la percepción de la realidad, exacerban las divisiones sociales, e incluso pueden traducirse en ataques y fraudes.
La desinformación es un arma poderosa en la democracia digital. Según Cass Sunstein, destacado académico en ciencias políticas, indica que las redes sociales han generado las «cámaras de eco digitales o de resonancia mediática», visto como espacios donde las personas exponen únicamente la información o contenidos que coinciden con sus preferencias, amenazando el intercambio deliberativo. A esto, señala Sunstein, puede «erosionar el discurso público y fomentar la polarización». Esta dinámica afecta la toma de decisiones, ya que los votantes quedan atrapados en «burbujas informativas» con contenidos uniformes, limitando la evaluación de perspectivas diversas. Eli Pariser advierte que estas burbujas “no solo afectan los que vemos, sino como pensamos”. El resultado, es el atontamiento mediático que reduce la capacidad crítica y fomenta la actitud pasiva frente a la información.
Byung Chul – Han, filósofo y académico coreano-alemán, alerta sobre los peligros de la manipulación tecnológica en las democracias actuales. En su obra, sostiene que “la manipulación de la información a través de plataformas digitales no solo es una amenaza a la libertad individual, sino un riesgo existencial para la democracia misma”. Han argumenta que, en un entorno digital tan polarizado, las democracias corren el peligro de convertirse en «espejos de manipulación», donde las decisiones políticas ya no son el resultado de un debate genuino, sino de una estrategia de control masivo de la opinión pública. Este fenómeno, señala, puede ser particularmente peligroso cuando los votantes no tienen los medios, ni la educación para discernir entre la realidad y la manipulación digital.
En países de la región, se han documentado casos de campañas de desinformación, uso masivo de bots – programas automatizados que pueden interactuar en redes sociales replicando actividades humanas, como publicar contenido, responder comentarios o generar interacciones – y cuentas falsas, diseñadas para polarizar a la sociedad y manipular la percepción sobre candidatos y políticas públicas. Estas estrategias, a menudo financiadas por actores con intereses específicos, erosionan la confianza en las instituciones democráticas y socavan la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas, convirtiendo los entornos digitales en campos de batalla para la manipulación ideológica.
Un elemento crucial en este panorama es el papel de las encuestas electorales, que han adquirido una relevancia sin precedentes gracias al análisis de datos, los algoritmos avanzados y su difusión inmediata en plataformas digitales, que permiten a las campañas segmentar audiencias y personalizar mensajes basados en emociones y valores específicos. Estas herramientas, en teoría, deberían proporcionar una fotografía objetiva de la opinión pública. Sin embargo, como advierte Shoshana Zuboff en La era del capitalismo de vigilancia, “los datos pueden ser utilizados no solo para describir la realidad, sino para fabricarla”. David Carroll, experto en privacidad digital, “la manipulación de los datos de encuestas y su presentación distorsionada amenaza la confianza pública en los procesos democráticos”. Esto es especialmente preocupante cuando los votantes carecen de herramientas para discernir entre información legítima y manipulada.
En este contexto de vulnerabilidad social, fortalecer los sistemas democráticos, se vuelve indispensable para proteger la democracia. Como señala Manuel Castells, “la tecnología no determina la política, pero configura las condiciones en las que esta se desarrolla”. Para que la tecnología sirva como un motor de transparencia y no como un arma de manipulación, es necesario fomentar la regulación, promover la educación digital y desarrollar un periodismo ético que actúe como contrapeso en función de sus principios fundamentales de veracidad, imparcialidad, responsabilidad y respeto.