Por Abraham Verduga

Ocho años de retroceso brutal en derechos deberían habernos enseñado una verdad incómoda. No existe “el fondo”. Siempre hay un subsuelo más hondo, un sótano nuevo, un escalón extra hacia la miseria y el abuso. La teoría de que “cuando se toque fondo la gente va a reaccionar” es como esperar que el patrón del ingenio deje de exprimir caña por compasión. Yo también caí en ese autoengaño. Ahora sé que es una trampa que solo sirve a quienes nos siguen hundiendo.

Desde que asumió Carondelet, Daniel Noboa demostró que no es un improvisado ni un “joven moderno” como lo pinta su marketing. Es un operador frío, criado en cuna de oro, que maneja el Estado como finca heredada. Ha perfeccionado el manual de la plutocracia neoliberal: usar el conflicto interno para instalar un estado de excepción permanente; manipular la Asamblea con pactos de pasillo y amenazas veladas; disfrazar privatizaciones como “inversión extranjera”; blindar la impunidad colocando peones en cada organismo de control. Y ahora, con la Corte Constitucional en la mira, busca cerrar el último candado para gobernar sin frenos. Esto no es un matiz administrativo. Es el dilema de si Ecuador sigue siendo una democracia o se convierte, sin tapujos, en una dictadura de ricos para ricos.

Noboa no preside un gobierno. Encabeza una cúpula de millonarios que administra la república como empresa familiar. Entrega soberanía, precariza el trabajo, desmonta lo público y concentra poder con voracidad. Ya controla la Asamblea, la Fiscalía, la Contraloría, la Procuraduría y el Consejo de la Judicatura. El siguiente paso es la Corte. Y si eso pasa, ya ni siquiera quedará la ilusión de un contrapeso.

No basta con pasar hambre, ser humillado o vivir en la precariedad para que algo cambie. El sufrimiento por sí solo no empuja revoluciones. Hace falta decidir que no vamos a tolerarlo más y transformar esa decisión en fuerza organizada. Eso es voluntad. La misma de la que hablaba Gramsci cuando proponía el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Claridad para entender que Noboa y su plutocracia no se van a caer por desgaste propio. Fe en que, si nos organizamos, podemos derribarlos.

Esperar la famosa “gota que derrame el vaso” es como mirar un incendio y pensar que se apagará solo. La gota puede caer y lo que venga después no tiene por qué ser justicia. Puede ser miedo, resignación o un autoritarismo más duro todavía.

El cambio no brota de la rabia suelta. Nace de la organización persistente en barrios, comunidades, sindicatos, universidades. La indignación sin estructura se evapora. La voluntad organizada se convierte en poder real.

Esa voluntad ya existe. Es como una chispa oculta bajo la ceniza, esperando oxígeno para arder. No hay que esperar a que el país “explote”. Hay que encender esas brasas hoy. Formar cuadros, unir luchas, disputar cada espacio y construir poder popular.

La historia no la escriben los que esperan milagros. La escriben quienes convierten el miedo en coraje, el dolor en fuerza colectiva y la indignación en organización. El Ecuador que soñamos no caerá del cielo. Habrá que arrancarlo a este régimen con la fuerza organizada de un pueblo que no se resigna y que, en clave progresista, entiende que la esperanza se fabrica luchando

Por RK