Orlando Pérez
En Colombia no hay una Ley de Comunicación. Y siendo así, desde la óptica de los ultra liberales, allá se viviría una plena libertad de expresión y un periodismo de alta calidad y suprema responsabilidad. Pero no es lo uno ni lo otro, porque tampoco una ley garantiza las dos cosas inmediatamente. Al contrario: el morbo impera donde los fanáticos del rating y la primicia aspiran al protagonismo y exhibicionismo petulante.
Pero al menos, si existiera una norma no se habrían cometido los exabruptos y “delitos de leso periodismo” con respecto al secuestro de los tres trabajadores de El Comercio. No solo se cometieron esas barbaridades al exponer fotos, falsas noticias y rumores, sino que generaron un escenario morboso de expectativas, jugando con la sensibilidad y dolor de las familias de los trabajadores y el pueblo ecuatoriano en general.
Sorpresivamente acá, ahora sí, quienes detestaban la Ley de Comunicación les exigían a sus colegas colombianos respeto a las víctimas y a sus allegados. Incluso llegaron a señalar que no se juega con un caso donde no hay ni siquiera información suficiente para determinar causas y responsabilidades.
¿No fueron ellos mismos los que acusaron y señalaron supuestas pruebas en contra de un sinnúmero de personajes públicos durante más de una década? ¿Cuál es la diferencia ahora? ¿Por qué son ellos ahora los dolidos con lo que hacen sus colegas colombianos? ¿Qué ley puede sancionar todo lo que hicieron medios y periodistas colombianos para reparar el dolor causado? ¿O son “delitos” menores, livianos e inocentes?
Cuando se trató de los militares heridos y muertos por la explosión de una mina no tuvieron respeto alguno con ellos y publicaron fotos desgarradoras e hirientes. Y acá en Ecuador, muchos periodistas, desde sus cuentas personales, divulgaron esas imágenes sin recato ni respeto.
Duele mucho saber que cuando no hay una regulación los periodistas pueden usar el morbo como herramienta del oficio, para satisfacer apetitos perversos. Pero también es cierto que si acá hay una ley, la misma que de alguna manera controló ese morbo e irresponsabilidad, esos mismos periodistas que demandan respeto a los colegas colombianos son los que en las redes sociales linchan ni freno ni límite a quien se ponga por delante.
En momentos de dolor, crisis o emergencia se prueba al verdadero periodismo. Siempre, sin etiqueta alguna. Publicar para escandalizar y acusar no es una obligación ni moral ni ética de los periodistas. Por tanto, lo ocurrido con la prensa colombiana solo reitera dos hechos: por sí solos los medios no se van autorregular, por muy prestigiosos o grandes que sean; y, no hay que diferenciar a las víctimas: por más cercanos o lejanos que sean de los medios los señalados sin pruebas ni verificación merecen respeto, incluso cuando sean culpables de un delito. Mientras no haya sentencia en firme (incluso en esos casos) el respeto al otro será siempre una norma predominante en un oficio que cada vez pierde respeto de las audiencias que han optado por otras vías para informarse.