José Antonio Figueroa
Hace algunos días, luego de una presentación entre candidatos a la presidencia, Gustavo Petro estaba con una hija suya en la firma de unas camisetas de la selección Colombia que Humberto de la Calle había llevado para repartir con los otros candidatos luego de un debate electoral y, con el tonito despectivo clásico de las élites bogotanas, Germán Vargas Lleras (refiriéndose a la hija de Petro) le dijo: “oiga cada debate llega usted con uno nuevo, no?. En total cuántos (hijos) son?” A lo que Gustavo Petro le respondió: “en total 6”. Afinando su sarcasmo Vargas Lleras muy bogotanamente le dijo a Petro “con razón está arruinao” y, Gustavo Petro, veterano de las mil batallas, le dijo: “no… (estoy arruinado) es por un contralor, amigo suyo”.
El pronunciamiento de Vargas Lleras no es una mera anécdota sino una señal de la profundidad de la confrontación cultural y política que ocurre en las elecciones de Colombia y que se expresa en el trascendental hecho de que la izquierda llega por primera vez a una segunda vuelta en la historia política de ese país, disputándole, con altas posibilidades de triunfo, la presidencia a la extrema derecha uribista. La expresión de Vargas Lleras es la voz de las élites que están convencidas y quieren convencer al resto del mundo de que el problema de la pobreza en Colombia es por la reproducción irresponsable de los pobres, algo que evoca largos pasajes de la novela La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, en la que el protagonista explica así la violencia de Medellín.
La otra voz, que por primera vez en muchos años se hace oír con la magnitud de una fuerza represada, es la de Gustavo Petro, quien por experiencia propia puede testimoniar que la pobreza de Colombia es el resultado del descarado despojo que las élites han implementado usando mecanismos legales e ilegales. Las expresiones de Vargas Lleras muestran cómo las élites colombianas mantienen vivas las teorías del siglo XIX, y acuden al racismo y a la biología para argumentar torcidamente que los excluidos son los responsables de su propia suerte. Mientras, la voz de Gustavo Petro es el reclamo de un amplísimo sector que espera que Colombia salga ya de ese infinito siglo XIX.
Sin embargo, el paso a la segunda vuelta de Gustavo Petro se logra en medio de profundas complejidades: el reciente anuncio por parte de Juan Manuel Santos de que Colombia será miembro de la OTAN señala cómo este representante de las élites y conocido jugador de póker ha utilizado las negociaciones con las FARC para seguir favoreciendo a los sectores más retardatarios del capitalismo global, que buscan que Colombia se convierta en la plataforma de intervención militar en un continente que posee riquezas cruciales para un neoliberalismo agónico. La firma de los acuerdos con las FARC, sin duda, fue una condición indispensable para poder negociar la entrada de Colombia a la OTAN, lo que permite conjeturar sobre lo que Santos tenía en mente con la firma de esos acuerdos. Este anuncio muestra cómo, a pesar de la firma de la paz con las FARC en La Habana, las élites bogotanas apuestan por la guerra y es un mensaje de claro apoyo al modelo de Álvaro Uribe y de su candidato Iván Duque.
La promesa del reforzamiento militar significa que la extrema derecha contará con un bloque de apoyo muy grande en las clases medias y altas urbanas, además de sectores liberales, conservadores, fundamentalistas cristianos y otros grupos cercanos al partido de la U y a Cambio Radical. Este bloque cuenta con el apoyo de los poderes económicos y mediáticos que cuando se refieren a Petro hablan de polarización y son los mismos que han jugado un rol protagónico en la criminalización de la imagen de las FARC y en la derrota del plebiscito por la paz.
Del lado de Gustavo Petro, se podría esperar que su apoyo se consolide en un momento de gran motivación política, en el cual el número de electores pasó de 13 millones en 2014 a la participación récord de más de 19 millones en las elecciones de este 27 de mayo. El triunfo en segunda vuelta de Gustavo Petro depende de la cohesión de los sectores que están convencidos de que el éxito de los acuerdos de La Habana es el camino inevitable para una solución democrática de los problemas estructurales del país.
Petro cuenta con gran apoyo en los sectores populares de Bogotá, que tienen memoria de la clara inclinación de su alcaldía a favor de los más desposeídos, también ganó en los departamentos de la costa Atlántica, rompiendo la hegemonía que los paramilitares habían impuesto allí mediante el terror, y, cuenta, además, con el apoyo de amplios sectores rurales que han sido víctimas de la guerra, de campesinos e indígenas, así como de muchos movimientos de la izquierda. Un papel decisivo tiene en esto Sergio Fajardo, de la Coalición Colombia, quien ocupó un importante tercer lugar en las elecciones con más de cuatro millones de votos. Podría esperarse que la convicción por la paz de la Coalición Colombia sea más fuerte que la oposición interna de algunos de sus militantes hacia Petro y permita pensar en un futuro menos sombrío que el de la guerra perpetua y regionalizada.