Por Felipe Vega de la Cuadra
Escritor y Psicólogo
La postmodernidad, como respuesta a las pretensiones de progreso de la modernidad y a su supuesto fracaso luego de dos guerras mundiales, combatió a las vanguardias (prototipo de la revolución y el cambio en la primera mitad del siglo XX), destruyendo los conceptos de arte plástica, escultura y formalismo: el pintor se transformó en “instalador” y en generador de discursos, llegando a sustituir la pintura por el acto de envasar sus propios excrementos y exhibirlos en un museo. En las artes escénicas se renegó de la “representación” para apostar por la “presentación” del discurso del actor o del bailarín sea cual sea su contenido, renegando de la técnica como si fuese un sacrilegio. En la literatura, al abominar, feroz y vehementemente del pensamiento ilustrado, de la autoridad de los textos históricos y de la misma literatura, la postmodernidad llegó a negarla, pues nada épico ya sería digno de ser contado, los motivos de la literatura son ahora, el dramatismo personal del escritor que convierte en tragedia todas sus pobres e insulsas experiencias.
La posmodernidad negó toda actividad trasformadora, colectiva, estética, superior en calidad o en identificación emocional; acabó con las pretensiones transformadoras y de progreso del arte y del pensamiento moderno, negando la posibilidad de un futuro mejor. Asumiendo a Wittgenstein, quien propone que más allá del lenguaje no existe nada a lo que podamos tener acceso, laespeculación posmoderna argumentó que el lenguaje crea, literalmente, la realidad; con lo cual, no tendríamos acceso a la realidad misma, a la forma en la que son las cosas, sino solamente a lo que nos parece real y sobre lo cual podamos hacer un discurso que las sustituya y las traiga al mundo imaginario del individuo.
La postmodernidad, que ideológica y superestructuralmente, se corresponde con fidelidad absoluta con el sustento teórico del Neoliberalismo, apuesta al No―Teatro; a la No―Literatura; al No―Arte y, por supuesto a la No―Política; haciendo una elipsis de las mismas artes y de la misma política para sustituirlas por discursos que, según la derecha postmoderna, conformarían la realidad y se erigirían como la verdad relativa a la comprensión y al discurso de cada individuo.
Esta propuesta, en donde el relativismo y la subjetividad se convierten en baremo y medida de la verdad, nos es presentada como si fuera consecuencia lógica de un nuevo proceso civilizatorio, cuando no deja de ser, nada más qu, una apuesta masiva de despolitización, de desmovilización ante los necesarios cambios sociales, de vaciamiento estético y técnico delarte, de negación de la historia, de banalización de la literatura y de embotamiento social ante un futuro ominoso y cruel y ante una realidad que, según el postmodernismo, no existe, sino que es inventada por cada individuo, cuyo mayor patrimonio será su propio drama personal (con ello se teje la peor justificación para la pobreza, la marginación de los derechos y el desmantelamiento del estado).
La política entonces, como producto del pensamiento moderno y como ejercicio transformador de las sociedades de la modernidad, intenta ser abandonada y sustituida por una especie de espectáculo anti ideológico, como el protagonizado por Javier Milei en Argentina que se vende como un “anarquista de mercado” (SIC). Cualquier estupidez, bendecida por la idea de que la realidad resulta ser, ya no “lo concreto pensado” de Augusto Comte que transfiere la realidad al pensamiento, sino y solamente, “lo incoherentemente dicho” que convierte en real a cualquier fabulación. Aquellos devaneos, con apariencia de ideología y de ejercicio político, no son más que el discurso de un delirante esquizoide y terminan siendo una colección de supuestas verdades, asumidas socialmente, como verdades políticasy votadas en las urnas como csi fueran ciertas.
Así, en la postmodernidad, la política se convierte en la influencia social en redes, pasa del foro de discusión de ideas a las cápsulas triviales del TIk Tok; deja de interpretar el mundo para revestirse de “simpatías”, de banalidades, de familiaridad artificiosa, en la que el actor político comenta su cotidianidad, único valor de un mundo individualista en un ejercicio negador de la política.Inclusive los progresismos cambian la discusión y la reflexión política por equipos de marketineros que tratan de ganar elecciones en el ámbito de la No―Política, alentándola, participando de ella y sacralizándola.
La política, al ser negada, se resuelve, entonces, en otros espacios que no le son propios: en el chismegeneralizado y cotidiano, en la mentira como práctica pública y auto referenciada, en la judicialización (la principal actora de la política en el Ecuador resulta ser la Fiscal General), en el bulling social, en el linchamiento mediático; en la acusación facilona que no admite demostración en contrario; en el insulto que se convierte en condición absoluta e incontrastable de un supuestoenemigo; en un maniqueísmo en donde los “otros” son los malos y yo, mi persona individual (aunque redunde) es propietaria de todo el bien y de toda la razón.
La tarea urgente de las izquierdas y de los progresismos es la de recuperar la política, como la de los escritores, recuperar la literatura.