Por Felipe Vega de la Cuadra
Se ha convertido en un recurso de uso general, casi en un lugar común, aquel poema atribuido a Bertolt Brecht y escrito, según muchos, por otro alemán: el pastor luterano Martin Niemöller (1892-1984), que dice:
Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero, tampoco me importó.
Mas tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.
Y también se ha convertido en una verdad ordinaria, de aquellas que se replican en redes sociales como parte de una cultura uniforme y superficial, que atribuye cosas a Borges, a García Márquez y a otros grandes. Verdad popular a causa de la elemental razón que promueve: si te mantienes ajeno a la injusticia y al daño, tarde o temprano terminarás siendo víctima de aquello que no quieres ver. Como si se tratase de la moraleja de una fábula: la indiferencia ante las afectaciones a otros terminará por afectar al indolente, así lo señalaría Esopo o Samaniego; aunque me gusta mucho la forma en la que lo explicó Martin Luther King, cuando sentenció: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”.
Estas reflexiones sirvan para abordar la obscena forma en la cual, un ser cualquiera, prevalido de odio e iracundia, amenaza de muerte a Orlando Pérez sin que medie otra motivación que no sea la repulsa a su pensamiento político. Pese a lo que digan las redes en las voces de Brecht, de Niemöller, de Luther King y hasta de Paulo Coello o Arjona, un sector de ecuatorianos y ecuatorianas, no solo son indiferentes ante la amenaza de muerte a otro ecuatoriano, sino que celebran la intimidación, como si fuese una gran cosa, una que les permite vomitar su propio odio, aliviándose así, ellos mismos, de la tensión que les causa alejarse, aunque sea por unos segundos, de la manada.
Al parecer, desde que Moreno asumió la persecución como modo de hacer política en el Ecuador, el odio también cobró espacio y ahora desborda hacia la conversación pública, con manifiesta predilección por algunas personalidades de la RC. ¿Es este el caso de Orlando? ¿Es un “objetivo” público de la animadversión gratuita y del escarnio infame? ¿Es un blanco construido por los profetas del odio que tienen asiento permanente en los medios canallas para que los dardos de la animosidad alentada se dirijan hacia él?
Pero no solo hacia Orlando Pérez, sino que hay una lista interminable de personas (y esto agrega vergüenza a la acción delictuosa de amenazar y de calumniar), que por su condición de “correistas” o por la duda de que lo sean, se vuelven, de entrada y sin consideración ninguna, blanco de insultos, infundios, amenazas, agresiones, indagaciones fiscales, exilio y prisión, ante una colectividad que, al igual que en el poema que encabeza este artículo, permanece inmutable. Tal vez hasta que les toque el turno y ya no haya vuelta atrás.