Por Ramiro Aguilar Torres

Desde el año 2017 la gestión económica de los gobiernos de Lenin Moreno, Guillermo Lasso y Daniel Noboa ha tenido una regla: disminuir el gasto público.  Han pasado siete años sin que el Ecuador haya hecho mantenimiento de la obra pública, no se diga obra nueva. El deterioro de la red vial, de los sistemas hospitalario y educativo es abrumador. Las directrices macroeconómicas y los créditos del Fondo Monetario Internacional han tenido un solo propósito: equilibrar las cuentas fiscales (ingresos vs. gastos) y tener liquidez en las reservas internacionales para garantizar el pago de los bonos emitidos por el Ecuador.  

El FMI es una máquina de prestar dinero a países pobres exclusivamente para asegurar el pago de su deuda. Obviamente no lo dice así, el pretexto es cubrir el déficit fiscal. Sobra decir que un país pobre no alcanza a cubrir sus gastos con sus ingresos, así que necesita endeudarse; y al FMI le encanta que se endeude. Le encanta también que pague y la única forma de garantizar ese pago es obligándolo a que sus ingresos vayan a tal propósito. El país que entra en ese juego obligatoriamente termina trabajando para el FMI y sus acreedores; dejando librada a su suerte a su población más vulnerable.

El FMI exige reducción del gasto público, eliminación de subsidios, austeridad fiscal. Los gobiernos que siguen las políticas del FMI piden a sus ciudadanos sacrificio.  La pregunta que usted debe estar haciéndose al llegar a este punto de la lectura es absolutamente obvia: ¿El Estado existe para sacrificar a sus ciudadanos o para darles bienestar?

El neoliberalismo vende la idea de que el bienestar llegará a largo plazo, que primero hay que poner las cuentas en orden. Afirma que es la corrupción la razón del desorden previo y que para que haya menos corrupción debe haber menos gasto público. El siguiente postulado es que hay que entregar al sector privado la gestión de la mayor cantidad de servicios posible, porque en el sector privado no hay corrupción. Sobra decir que la delegación de servicios al sector privado se hace vendiendo las empresas públicas a precios muy bajos para que luego, en manos privadas, las tarifas sean muy altas.

El problema es que bajo los regímenes neoliberales los años pasan, el pueblo se sacrifica y el bienestar para la mayoría de los ciudadanos no llega. Los que se benefician son los especuladores financieros y los que lograron comprar los activos públicos para especular con sus tarifas. Las economías se mantienen recesivas, no hay empleo y la pobreza se vuelve endémica.

Bailando a este ritmo el Ecuador lleva, como decíamos al inicio de este artículo, siete años; y la verdad es que no existen señales de que la cosa vaya a cambiar. En este escenario, el gobierno de Daniel Noboa ha dado dos golpes muy duros a la economía de su población: subir el IVA al 15% e incrementar los precios de los combustibles. El efecto inflacionario de ambas medidas es muy alto. En resumen, llevamos siete años ajustando el cinturón de los sectores más vulnerables de la sociedad ecuatoriana y no existe otra justificación que la sanidad de la contabilidad pública.

Es brutal la ausencia de un proyecto nacional en Ecuador. En palabras más simples, no sabemos hacia dónde vamos ni qué modelo de país queremos armar. En una democracia se van a turnar gobiernos de izquierda y derecha. Gobiernos que prioricen el libre mercado y otros que quieran redistribuir la riqueza nacional y disminuir la brecha entre pobres y ricos. Pero en ambos casos, tanto gobiernos de derecha como de izquierda, necesitan tener objetivos mínimos y reglas generales de gestión pública. Coincidir en el tipo básico de país en el que tanto la población progresista como la conservadora quieran vivir.  Un acuerdo que entienda que una población mal nutrida, mal instruida no es incorporable a ningún sistema económico. Un acuerdo que permita tener una seguridad ciudadana que impida que la gente muera víctima del delito. Un acuerdo que busque el sinceramiento de las actividades financieras para que el sistema económico no sea distorsionado por el lavado de activos. Un acuerdo sobre la idoneidad de la administración de justicia para resolver los conflictos entre los ciudadanos, la tan invocada seguridad jurídica.

Ahora bien, sin un proyecto nacional, de nada sirve el sacrificio de la gente. Vivir en el Ecuador se está volviendo una tortura. Y como todo enfermo terminal, el elector cree a cualquier falso chamán que le ofrece una cura para la enfermedad nacional. Hay un evidente comportamiento chamánico en la política ecuatoriana, por eso en cada elección se ofrecen cosas inverosímiles y el electorado las cree. El último chamán que ofreció el remedio a todos los males del Ecuador fue Daniel Noboa: no subir el IVA, no subir el precio de los combustibles, etc.  En todo mintió, como buen santero.

Una vez que la gente se vaya dando cuenta del engaño, hay que hacer que la calle hable y pregunte fuerte y claro: Oiga presidente, tanto ajuste, ¿para qué? Tanto sacrificio, ¿para qué?  

Por RK