Lo conocí hace 40 años cuando vivía por el suburbio de Guayaquil. Su pasión eran los pobres. Yo recién llegaba de Francia. Con él estaban 6 sacerdotes más que habían decidido fundar las Comunidades Eclesiales de Base en la ciudad. Seguían en eso el Documento de Conclusión que los obispos latinoamericanos habían elaborado unos años antes en Medellín, Colombia. En este Documento reconocían que los Comunidades Eclesiales de Base eran “el primero y fundamental núcleo eclesial… (Son) pues célula inicial de estructuración eclesial, foco de evangelización y actualmente factor primordial de promoción humana y desarrollo”.

Integrándome a este grupo de sacerdotes, pronto me hice muy amigo de Antonio. Era acogedor, sencillo, cercano y emprendedor. Con él entré en su mundo que era el mundo de los pobres y de la utopía de la liberación. Su ‘credo’ se resumía en 3 aspectos: Jesús de Nazaret, el Reino de Dios y las Comunidades. Nos reuníamos mensualmente para profundizar en estos 3 aspectos y llevarlos a la práctica mediante las Comunidades Eclesiales de Bases. Me fascinaba este Jesús histórico encarnado en la realidad social y religiosa de su época para reorientarla según el corazón de Dios para el bienestar de los pobres. El Reino de Dios era el horizonte utópico que se gestaba en las Comunidades: una alegre fraternidad en marcha hecha de solidaridad sin fronteras en nombre de Dios. Se buscaba que las mismas Comunidades sean las protagonistas de una nueva manera de ser Iglesia y Sociedad. Antonio ponía siempre una nota alegre y esperanzadora.

Eran los tiempos en que comenzaban las invasiones de los que hoy es el Guasmo, al sur de Guayaquil, con unos 800,000 habitantes hoy. En Guayaquil ‘invasiones’ quiere decir ‘desalojos’. Antonio nos llevó, junto a las Comunidades, a solidarizarnos con estos sin tierra que buscaban un lugar donde sobrevivir. Con él fuimos a reclamar a la gobernación porque su huésped era un antiguo alumno de él…

En los primeros de mayo y los actos de solidaridad Antonio siempre estaba presente, testimoniando de la fuerza de los pobres y abogando por sus derechos. Sus grandes preocupaciones eran la vivienda, la familia, la salud, la educación, el empleo, la religiosidad popular. Antonio nos ayudaba a reflexionar esta compleja y conflictiva realidad a la luz de la Palabra de Dios y emprendíamos pequeñas acciones y actividades que nos hacían crecer junto a los pobres de las Comunidades, en humanidad, fe y bien vivir.

Después de muchos años en Guayaquil, Antonio fue llevando su Buen Noticia y su Bien Vivir en otras provincias con su congregación salesiana: Manabí, Pichincha, Azuay… siempre formando Comunidades Eclesiales de Base, a pesar de las incomprensiones y las persecuciones.

Las Comunidades de Guayaquil siguen vivas y lo recuerdan con cariño: nos marcó el camino y seguimos sus huellas. Unos pocos sacerdotes continuaron la tarea con las Comunidades. Al nivel nacional todas las diócesis que trabajaron con las Comunidades Eclesiales de Base apreciaron la sabiduría, la fe, la entrega y la amabilidad de Antonio, porque su larga vida sacerdotal es un referente.

Este próximo año en el mes de marzo, en el XI Encuentro Latinoamericano de las Comunidades Eclesiales de Base, te recordaremos, padre Antonio Bravo. Estarás con nosotros, en espíritu y en verdad, porque conservamos grabado todo lo que nos has endeñado. Recordaremos tu presencia activa en el II Encuentro Latinoamericano que tuvo lugar en Cuenca en 1984, donde se nos confirmó como “Alternativas de Iglesia -la Iglesia de los pobres- y germen de nueva Sociedad”. En este nuevo Encuentro Latinoamericano, tu voz clara y tu paso decidido nos seguirán empujando para “escuchar a Dios en el grito de los pobres y de la naturaleza, defender la vida y construir el Reino de Dios” en la realidad de hoy. Antonio: ¡gracias! Te extrañamos, pero tu pascua nos ilumina y nos ensancha el corazón. Además, los pobres te celebran.

Por Editor