Por Juan J. Paz y Miño Cepeda
En los EEUU la fundación de un banco centralizado, primero en 1791 y después en 1836, resultó temporal. A inicios del siglo XX y en plena expansión imperialista, un grupo de políticos y economistas reunidos en secreto y aislamiento en la remota isla de Jekyll, diseñaron el moderno sistema bancario que luego se aprobó en el Congreso, dando origen a la Federal Reserve System (FR o banco central, https://bit.ly/3gnUlVB) en diciembre de 1913, bajo el gobierno de Woodrow Wilson (1913-1921). Era un consorcio entre los bancos privados y el gobierno, con autonomía y teóricamente “lejos” de las influencias políticas del Ejecutivo. Cuando la I Guerra Mundial (1914-1918) afectó seriamente el comercio exterior latinoamericano con Europa, los EEUU aprovecharon la oportunidad para consolidar su presencia en todo el continente. En mayo de 1915, por convocatoria del presidente Wilson, se realizó en Washington el Primer Congreso Financiero Panamericano, al que asistieron 18 países. El Secretario de Hacienda, que presidió ese congreso, informó al presidente que los créditos europeos “deben ser reemplazados por créditos de los Estados Unidos”; y, además, consideró que la primera medida a adoptar debía ser el establecimiento de sucursales o agencias bancarias, pues ellas podrían “hacer un gran servicio a los hombres de negocios y banqueros norteamericanos, dándoles informes sobre el crédito y los datos generales acerca del comercio y las condiciones financieras de los distintos países en donde trabajen.” El Congreso acordó una “legislación uniforme” para adoptar el “patrón oro” y regular los documentos mercantiles, aduanas, aranceles y derechos de propiedad (https://bit.ly/3AQU7xB). Pero las ideas y propuestas no se concretaron.
Si bien desde 1911 existía en Bolivia el Banco de la Nación, el ejemplo de modernidad y adelanto que ofrecían los EEUU condujeron a la fundación del “Banco de la Nación Boliviana” en 1914, que adoptó el monopolio de la emisión monetaria, tratando de seguir los lineamientos de la FR. Fue un hecho excepcional y pionero en América Latina, porque en otros países actuó una misión de expertos liderada por Edwin Walter Kemmerer, un prestigioso economista y profesor de la Universidad de Princeton, experto en finanzas internacionales, defensor y promotor del sistema de la FR, a quien se le conoció como “money doctor”. Sus asesorías no tuvieron un carácter oficial ni dependencia con el gobierno norteamericano, pero, en los hechos, realizaban la labor expansionista, llegando con sus propuestas a Filipinas (1904/1906), México (1917), Guatemala (1919) y a los países andinos de Sudamérica: Colombia (1923), Chile (1925), Ecuador (1926), Bolivia (1927) y Perú (1931). El historiador Paul Drake ha estudiado ampliamente esa trayectoria de Kemmerer en los Andes.
Llamado por los gobernantes de los distintos países, se tenía a Kemmerer como técnico, sabio y ajeno a la política. De hecho, en los países sudamericanos, no había profesionales con la experiencia ni los conocimientos comparables a los que tenían los expertos norteamericanos. Tampoco existían facultades de economía. En todos se confió que la aureola de extranjeros expertos servía para apuntalar la creación de bancos centrales como proyectos económicos modernizantes. La Misión Kemmerer procuró acoplar el sistema de la FR a los países visitados, mediante la implantación del monopolio en la emisión de moneda, el patrón oro (50% de la emisión debía respaldarse en oro), créditos, garantías a los bancos asociados, topes en los préstamos al gobierno (fluctuó entre el 20 y el 45%), control del flujo monetario, la tasa de cambio y el interés. Ante el cierre del mercado europeo, los gobiernos andinos querían atraer créditos bancarios e inversiones de los EEUU. De manera que la era de expansión del imperialismo norteamericano coincidió con las necesidades económicas latinoamericanas para el despegue de su vía hacia el desarrollo capitalista, bajo condiciones de dependencia externa.
En Colombia hubo recelos entre los bancos y temor ante la posible preeminencia del gobierno, algo que se repitió en los otros países. Pero Kemmerer introdujo directorios con la participación no solo del gobierno, sino de los banqueros nacionales, de los extranjeros (Ecuador no los tenía) y, además, de representantes de los gremios de comerciantes, agricultores (también otro de los cafetaleros en Colombia) e industriales e incluso uno por los trabajadores sindicalizados en Ecuador, Perú y Chile (además de otro por los productores del salitre). En Bolivia quedó apuntalado el banco central aprovechando del existente y dándole el formato nuevo, que incluyó en el directorio a un representante de los bancos acreedores de la enorme deuda externa. En todos los casos, se trató de evitar tanto la hegemonía del gobierno como de los banqueros, con directorios “pluriclasistas”. El caso ecuatoriano merece particular atención porque la creación del Banco Central (BCE, 1927), seriamente resistida por la plutocracia, a pesar de que los bancos privados participaban obligatoriamente en esta naciente sociedad anónima, paradójicamente resultó un instrumento de la Revolución Juliana (1925-1931), que inició el largo camino de la superación del régimen oligárquico tradicional (https://bit.ly/3UPNiEp).
La crisis iniciada en 1929 en los EEUU, que tan alarmantes consecuencias trajo a la economía mundial, alteró el panorama de los bancos centrales latinoamericanos. Desde 1931 comenzó a abandonarse el patrón oro, se forzó a tales bancos a otorgar mayores créditos a los gobiernos para arreglar tanto el déficit fiscal como la financiación de obras, se restringieron otros créditos, así como la emisión monetaria para aplacar la inflación y, finalmente, durante esa década, los Estados pasaron a gobernar a los bancos centrales, acabando con la “autonomía” soñada por Kemmerer. El intervencionismo sobre los bancos centrales también se debió a las especiales condiciones vividas por el conflicto de Leticia entre Colombia y Perú (1932/1933) y en Bolivia por la “guerra del Chaco” contra Paraguay (1932/1935). El supuesto carácter “técnico” de los bancos centrales quedó sujeto, en adelante, a la vorágine de la vida política de América Latina.
Ecuador nuevamente es un caso particular para ilustrar el drama de las economías latinoamericanas. El efímero Encargado del poder, Alfredo Baquerizo Moreno (1931-1932), miembro de la oligarquía guayaquileña y presidente del país durante la “época plutocrática” entre 1916-1920, suspendió el patrón oro y, además, conminó al BCE a que le otorgara un préstamo por 15 millones de sucres, que también serviría para crear una “Caja de Crédito Agrícola” (https://bit.ly/3VbDJ2k). Comenzaba la disputa por los fondos de la mayor institución bancaria del país entre las distintas fracciones de las elites económicas, de modo que se impuso la política sobre las “racionalidades” de la economía. Sin que ningún sector alcanzara la hegemonía del poder, entre 1931 y 1948 Ecuador vivió la época de mayor inestabilidad en su historia, con la sucesión de una veintena de gobiernos, en medio de la prolongada crisis económica. Décadas más tarde, durante los 90, fueron recursos del BCE los que sirvieron para cubrir los “salvatajes” bancarios; y luego del feriado bancario (1999) el gobierno de Jamil Mahuad conminó a la institución para adoptar la dolarización (2000). En 2021el gobierno de Lenín Moreno aprobó la “Ley de Defensa de la Dolarización”, que se ha considerado como una verdadera “privatización” del BCE (https://bit.ly/3hrfFba)
La historia de la Misión Kemmerer demostró que la economía latinoamericana no dependía de decisiones técnicas ni de las estabilidades institucionales que podían encontrarse en los EEU. Sobre las economías nacionales se han impuesto los vaivenes de las economías capitalistas centrales. Pero, además, en forma recurrente, se impone la política, porque se movilizan tras ella los diversos sectores de la sociedad interesados en inclinar los recursos a su favor. Es una experiencia del pasado, continuada hasta el presente.
Tomado de historia y presente