Por Marco Teruggi
El recibimiento a Evo Morales en Chimoré, corazón del Chapare, quedará en la misma página de la historia de Bolivia que la ceremonia de asunción del nuevo gobierno del MAS en La Paz, centro neurálgico del altiplano. Entre el elixir de un fulminante retorno al poder y los desafíos de una coyuntura adversa, los principales líderes del proceso de cambio recrean la narrativa del proceso de cambio en intenso diálogo con la multitud. Desde las carreteras bolivianas, una crónica del emotivo regreso un año después.
Evo Morales y Álvaro García Linera están de pie ante una multitud en el aeropuerto de Chimoré, en el corazón del Chapare. La imagen parecía imposible cuando desde ese mismo lugar, hace exactamente un año, el 11 de noviembre del 2019, partían hacia el exilio en México y luego en Buenos Aires. Linera agarró ese día “un puñado de tierra de mi patria”. Ahora se la entrega a Evo, que la abre la mano y la devuelve a su lugar de origen.
Despegar de esa pista había sido una operación triangulada entre varios gobiernos que, repite el ex presidente, le salvaron la vida. Lo buscaban para capturarlo: el ofrecimiento hecho a los ocho militares encargados de su seguridad era de cincuenta mil dólares para llevar adelante la acción. Ninguno aceptó.
Uno de los elementos que les permitió emprender vuelo con el avión del gobierno de México fue la presencia de diez mil personas dispuestas a ingresar al aeropuerto a rescatarlos, cuando ya el golpe de Estado se había impuesto. Ahí estaba el bastión de Evo, el sitio donde se formó como dirigente cocalero.
El pueblo es ahora escenario de un acto masivo. No se ve el final de la concentración. La gente llegó temprano con banderas azules y blancas del Movimiento al Socialismo (MAS), whipalas, sombreros, paraguas para el sol y la lluvia que se alternan en el inicio de la llanura tropical. Son kilómetros de avenida cerrados al tránsito, con puestos de comida, expectativa, alegría, la necesidad de Evo, su bienvenida.
Es el cierre de los tres días de caravana que emprendió Morales, acompañado de Linera, en su regreso desde Argentina. Ingresó por Villazón, luego del discurso con Alberto Fernández en la Quiaca, y caminaron juntos hasta la línea fronteriza. La llegada de Evo a territorio boliviano evidenció lo que vendría: lo esperaban miles, con regalos, música, ceremonias, abrazos, euforia, lágrimas.
El recibimiento se repitió en cada sitio, como en Atocha, donde arribó a las diez de la noche del lunes, y miles de mineros, mineras, lo esperaban con sus luces prendidas entre las montañas. O en los cerca de veinte pueblos, a veces racimos de casas de adobe, donde paró en el recorrido de Uyuni a Oruro. En cada uno lo aguardaban al borde de la carretera, con igual celebración y querer, en particular en Orinoca, su lugar de nacimiento, sobre la inmensidad andina, seca, de colores ocres, tan bella como difícil.
Cada parada de la caravana evidenció la dimensión del liderazgo de quien encabezó el proceso de cambio durante los quince años. Su salida forzada del país y el exilio reforzaron su magnitud. Ahora, desde el escenario sobre la pista del aeropuerto de Chimoré, con sombrero y collares de flores le habla a una muchedumbre que lo recibe de regreso a su casa política.
el recibimiento se repitió en cada sitio. en cada uno lo aguardaban al borde de la carretera, con igual celebración y querer, en particular en orinoca, su lugar de nacimiento, sobre la inmensidad andina, seca, de colores ocres, tan bella como difícil.
El ocaso de la reacción
Evo volvió al día siguiente de la toma de posesión del gobierno de Luis Arce y David Choquehuanca en La Paz. La asunción estuvo marcada por la incertidumbre hasta última hora: un sector de la derecha encabezado desde la ciudad de Santa Cruz, y en menor medida desde Cochabamba, se negó a reconocer la victoria del MAS, pidió auditoría y suspensión de la transmisión de mando.
El plan de desestabilización incluyó el despliegue de métodos ya conocidos: denuncia de fraude, pedido a las fuerzas policiales y al ejército de sumarse a las acciones —incluyendo la demanda de una “junta militar”—, inicio de bloqueos con despliegue de grupos armados, “paros cívicos”, intento de avanzar desde el oriente al centro del país para llegar hasta donde reside el poder político, La Paz. Un esquema similar al del año pasado.
El fracaso se debió, en primer lugar, a la activación tardía del plan: la victoria del MAS, con 55,1% de los votos el domingo 18 de octubre fue de tal dimensión que anuló posibles reacciones previstas para la misma noche. El inicio de la escalada por parte de un sector de la derecha comenzó cuando el reconocimiento de la victoria de Arce y Choquehuanca ya era indiscutible.
En segundo lugar no existió, a diferencia del 2019, un bloque nacional e internacional alrededor del intento de última hora. En términos nacionales la derecha se partió en tres: quienes pusieron en marcha su retirada para no rendir cuentas ante la justicia, como Arturo Murillo; quienes aceptaron la derrota y comenzaron a organizarse como oposición, centralmente Carlos Mesa; y los sectores golpistas encabezados por Camacho. Cada parte se sumió en la intrascendencia política, la oposición sin fuerza, la desestabilización.
Esa fragmentación de la reacción impidió que tuviera lugar el encadenamiento en escalada. Los pedidos de suspender la toma de posesión no tuvieron respuesta por parte de Jeanine Añez, la exigencia de auditoría no fue aceptada por el Tribunal Supremo de Justicia, el llamado a los cuarteles no fue escuchado. Una reacción diferente de alguna de esas tres partes habría cambiado la situación, en particular por parte de las Fuerzas Armadas. Algo que, según denunció públicamente Evo, pudo haber sucedido pocos días antes de la asunción de Arce.
El reconocimiento internacional al resultado del comicio fue, por su parte, completo. Cada misión de observación validó la transparencia de la jornada y el recuento, incluida la Organización de Estados Americanos, central en el dispositivo golpista del 2019, y el secretario de Estado yanqui, Mike Pompeo, reconoció en dos oportunidades públicamente la victoria de Arce. Las marchas del último intento golpista en La Paz fueron medianas, pequeñas, hasta olvidadas.
La toma de posesión de Arce y Choquehuanca, seguida del regreso de Evo por la puerta grande, sellaron la posibilidad de los sectores que apostaban a un giro desesperado de los acontecimientos. El plan original, que era —explicó Evo en cada parada de la caravana— proscribir al MAS e impedir el regreso de sus líderes, fracasó. Sus manotazos finales también.
La compleja arquitectura del cambio
“Hay mucha esperanza entre la gente”, me dice Rudy Luis Alberto Yampa. Está en Chimoré junto a su organización, la Coordinadora Regional de Padres y Madres de Familia de El Alto. Pocos días antes estuve con él en su barrio, para conocer la experiencia de uno de los movimientos que fue parte de las cuatro etapas de la resistencia al golpe: antes de la destitución, la primera semana del gobierno de facto hasta la masacre de Senkata —antecedida por la de Sacaba—, la reorganización de fuerzas, y las protestas del mes de agosto que lograron la fecha definitiva de las elecciones del 18 de octubre.
Rudy recibió un disparo en la cara cuando, luego de la masacre de Senkata, movilizaron desde El Alto a La Paz con los ataúdes para realizar una misa de cuerpo presente y fueron reprimidos. Ahora, en Chimoré, cuenta de la importancia del acto, de tanta gente movilizada para recibir a Evo, aún con las dificultades económicas, las expectativas con el nuevo gobierno, la etapa que se abre en el proceso de cambio.
Una de las demandas centrales de la Coordinadora y de varias organizaciones es que exista una renovación en el gobierno, algo que con los nuevos ministros ocurrió. El recambio no es únicamente en términos gubernamentales, sino también en los movimientos. En El Alto algunas organizaciones, como la Federación Única de Trabajadores en Carne, se plegaron al esquema de ofensiva contra Evo. Durante este año existió, cuenta Rudy, un recambio de dirigencias que aún está en proceso. “Algunos compañeros dirigentes ya no contestaban, cuando pasamos momentos difíciles ahí nos conocemos quienes somos, si estamos por convicción o por ambición, conveniencia”, dijo Evo desde Chimoré, al referirse a las horas críticas del golpe.
Se trata de uno de los debates de esta nueva etapa. El proceso de cambio es una compleja arquitectura entre movimientos campesinos, territoriales, indígenas —con sus particularidades regionales—, el Pacto de Unidad que reúne a las cinco principales organizaciones sociales, la Central Obrera Bolivia, el instrumento político del MAS, la expresión gubernamental y parlamentaria del proceso, ahora el nuevo lugar de Evo, García Linera, y la relación entre todas las partes.
“El poder, así como la economía, se tiene que redistribuir, tiene que circular”, dijo David Choquehuanca en su toma de posesión. El objetivo estratégico es, afirmó, “alcanzar el vivir bien y el gobernarnos nosotros mismos”.
El proceso tiene ante sí la oportunidad de corregirse que le ofrece la legitimidad alcanzada en las urnas y la fuerza social expresada en el regreso de Evo. “Nos comprometemos a rectificar lo que estuvo mal y profundizar lo que estuvo bien”, dijo Arce en la transmisión de mando. Lo que estuvo bien pudo verse en los pueblos que atravesó la caravana: escuelas, carreteras, plantas de procesamiento de quínoa, protagonismo político de las naciones antes excluidas.
En cuanto a lo que estuvo mal, el análisis puede dividirse en dos: errores internos del proceso de cambio luego de quince años al frente del gobierno, y errores ante un esquema de golpe de Estado. Lo segundo no es asunto pasado; un sector de la derecha ha dejado claro que buscará avanzar por fuera de la trama democrática-electoral. Cuenta con una base social, clivajes históricos profundos y vigentes, liderazgo regional, grupos armados, financiamiento y apoyos internacionales.
el proceso de cambio es una compleja arquitectura entre movimientos campesinos, territoriales, indígenas, el pacto de unidad que reúne a las cinco principales organizaciones sociales, la central obrera bolivia, el instrumento político del mas, la expresión gubernamental y parlamentaria del proceso, ahora el nuevo lugar de evo, garcía linera, y la relación entre todas las partes.
Donde hubo fuego, cenizas quedan
El cielo se desfondó sobre Chimoré luego del multitudinario evento. Mientras algunas delegaciones regresan a sus pagos, Evo está reunido con organizaciones indígenas de varios países del continente. Su dimensión latinoamericana creció en los últimos meses y Bolivia aparece como punto alrededor del cual se reúne un heterogéneo abanico de fuerzas progresistas.
La narrativa del proceso de cambio combina antiimperialismo, protagonismo popular, organización comunitaria, recuperación indígena, plurinacionalidad, anticapitalismo, crecimiento económico, nacionalización, industrialización, integración latinoamericana. En Bolivia se logró un contragolpe en menos de un año en un contexto de ofensivas de las derechas en el continente. Si lo sucedido el año pasado fue un gran espejo donde mirar la combinación de elementos golpistas y su triunfo —desde el uso de redes sociales hasta el factor policial/militar—, los sucesos recientes pusieron sobre la mesa los aciertos estratégicos del proceso transformador.
Uno es lo imprescindible de la organización popular, la acumulación por fuera y desde el Estado. La expulsión por la fuerza del gobierno encontró en las organizaciones sociales un espacio central de resistencia, repliegue, e iniciativa en un momento determinante. En cuanto a la renovación presidencial, ocurrió bajo fuego y en eso está otro de los aprendizajes alrededor de un tópico sin respuesta única.
Bolivia ofrece sus respuestas en un contexto latinoamericano signado por la dificultad para lograr construir alternativas al actual orden de las cosas —cada vez más desigual. Comienza ahora otra etapa compleja, marcada por preguntas urgentes: conseguir el equilibrio necesario entre justicia y estabilidad política, de qué manera desactivar los sujetos golpistas civiles y dentro de las fuerzas armadas y policiales —el asunto es cómo transformar esas instituciones—, reactivar la economía ahora en números rojos, cómo recomponer la convivencia social luego del regreso de las persecuciones clasistas, racistas, y las barricadas con alambres de púa en zonas residenciales.
Bolivia acaba de terminar una página oscura. Miro por las ventanas de la habitación del hotel, de un lado está la panamericana con whipalas en los comercios, del otro una colina selvática. La lluvia deja paso a más calor. Vivimos una victoria histórica.
Tomado de Revista Crisis