Rodolfo Bueno
Cuando era muchacho, un grupo de amigos me jugó la siguiente broma. Se hallaban reunidos alrededor mío y me dijeron de repente: “¡Cuidado! Tu peor enemigo está detrás de ti.” Al darme la vuelta me encontré con mi propia imagen reflejada en un espejo que uno de ellos sujetaba. Pasado el tiempo caí en cuenta de que era total el acierto. Muchas veces ha pasado que una actuación mía, realizada sin mucha meditación, trajo consecuencias malas e inesperadas.
El presidente Bolsonaro se debe cuidar de sí mismo, pues en él está su peor enemigo, no en el trabajador brasileño, al que enajena sus derechos; ni en el campesino, al que le quita sus tierras; ni el indígena de la selva amazónica, al que destruye un universo sólo conocido por él; ni en Venezuela, país vecino a Brasil, al que agrede sin razón; ni en el pueblo de Brasil, al que arrebata sus libertades. Ninguno de ellos es enemigo suyo sino él mismo, que con sus actos cava su propia sepultura política.
Dice: “… tenemos que preocuparnos con nuestra seguridad, con nuestra soberanía y yo tengo al pueblo americano como amigo.” Es evidente, se refiere al pueblo de EE.UU., que también es americano, como todos los demás pueblos de América. Pero lo que dice es una perogrullada, pues ese pueblo no es enemigo de ningún pueblo.
Enemigos del mundo son los que hacen guerras como si fueran negocios, sin que se sepa por qué, aunque tal vez busquen dominar al planeta. De EE.UU. debería cuidarse el Presidente Bolsonaro, más que nada porque los mandatarios de ese país tienen por lema: “Nosotros no tenemos amigos sino intereses.” Parece mentira, pero nadie toma en serio esta confesión. En otras palabras, están diciendo: Sé mi vasallo si quieres servirme, porque puede ser que te pase la mano por el dorso, o que te sonría, o que te abrace, eso haré mientras me sirvas. Bolsonaro debe enterarse cómo fue eliminado Somoza, del que sabían que era un hijo de puta, pero era un hijo de puta de ellos.
En cuanto a la seguridad y la soberanía de su país, se le podría aconsejar que no arrime su hacha a mal palo y recuerde la frase de réplica que le hacen a Henrique IV, de Shakespeare: “La empresa que has cometido es peligrosa, los amigos que me has enumerado son inseguros, y el mismo momento ha sido mal escogido. Toda tu conspiración es demasiado liviana como para pesar más que dificultades graves”.
Y si Bolsonaro no da crédito al gran dramaturgo inglés, que le pregunte a los pueblos de Europa, que no saben cómo zafarse de las bases norteamericanas que luego de la Segunda Guerra Mundial les incrustaron en sus territorios con la dizque finalidad de defenderlos de la URSS, pese a que ese país no existe ya.
Se prohíbe olvidar que en Brasil se expulsó del cargo a un presidente legítimo, del que el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, hombre bien de derecha, señaló que “la presidente Rousseff no ha sido acusada de nada.” Pasa que las oligarquías brasileñas utilizaron la cantinela de la corrupción para impedir que Lula, que los iba a derrotar en las urnas, interviniera en las elecciones en las que ganó Bolsonaro. Así llegó al poder un grupo de ultra derecha, que puso EE.UU. para terminar con la relación de Brasil con China y Rusia, o sea, es un movimiento contra los BRICS.
En este caso, Bolsonaro tiene todas las de perder. Supongamos que le dijera a China: “Mi aproximación a EE.UU. es económica y tú eres su enemigo. No quiero negocios contigo.” Eso es ponerse la soga en el cuello. ¿A quién vendería Brasil la variedad de productos agrícolas que ahora vende a China? No a EE.UU. Es más, es posible que de allí surja la oferta que cubra el mercado que Brasil abandona, pues en el amor y los negocios todo vale. Por eso, Bolsonaro tiene que andar con los pies de plomo en esto de las relaciones con China y Rusia.
Según Paul C. Roberts, ex Secretario adjunto del Tesoro de EE.UU.: “Siempre que los latinoamericanos elijan un gobierno que los represente, Washington derribará a ese gobierno o asesinará al presidente… Los pueblos latinoamericanos continuarán siendo siervos de EE.UU. hasta tanto no elijan gobiernos con tan abrumadoras mayorías que estos puedan enviar al exilio a las oligarquías traidoras, cerrar las embajadas norteamericanas y expulsar a todas las corporaciones estadounidenses. Todo país latinoamericano que soporte la presencia norteamericana en su territorio no tiene otro futuro que la servidumbre.” Sabe de qué habla, por eso hay que escucharlo.
Bolsonaro debería ver lo que cada sábado pasa en París. El presidente Macron llegó al poder porque los franceses no sabían a quién elegir, no quería a nadie de izquierda o de derecha. Ahora, los chalecos amarillos lo ponen en jaque cada fin de semana, buscan restaurar la soberanía del pueblo de Francia mediante la implementación de un Referéndum que decida sobre los asuntos que les incumbe. Incluso, le advierten que “la ira va a convertirse en odio si continúan, desde su pedestal, usted y sus partidarios, considerando a la gente común como mendigos.”
También a Bolsonaro se le debe recordar que en Brasil nació Luís Carlos Prestes, sobre el que Jorge Amado escribió “El Caballero de la Esperanza”, un militar que dirigió la Columna Prestes, un contingente rebelde de 1.500 hombres que recorrió trece estados de Brasil sin conocer una sola derrota en el campo de batalla, en una marcha de 25.000 kilómetros durante 2 años y 5 meses. Prestes nunca se doblegó pese a que Olga Benario, su esposa embarazada de 6 meses, fue entregada a los nazis por Getúlio Vargas, entonces presidente del Brasil, para que esta valiente judía fuera asesinada en una cámara de gas del campo de exterminio de Bernburg. Cuando Getúlio Vargas estuvo contra el imperialismo norteamericano, el Partido Comunista Brasileño, del que Prestes era su Secretario General, le brindó apoyo total. La semilla de Prestes ha germinado en Brasil, Lula es prueba de ello. Así es que Jair Bolsonaro debe medir sus pasos si pretende llegar al final de su mandato presidencial.