Por Marco Teruggi
Desde San Pablo, nuestros enviados resumen las impresiones que les dejó la agónica jornada electoral que ayer vivió Brasil. ¿Cómo hay que leer los resultados y cómo hará Lula para ganar el balotaje? ¿Por qué el bolsonarismo logró sorprender en las categorías a gobernadores y parlamentarias? ¿Y qué nos dice esta primera vuelta sobre la gobernabilidad que viene?
Lula estuvo cerca, pero no alcanzó. El 48,43% del domingo a la noche tuvo sabor a victoria amarga en el bunker del Novotel, ubicado en el centro de São Paulo. La ilusión de sus seguidores, sostenida en las encuestadoras de los grandes medios de comunicación, era lograr el batacazo de una victoria en primera vuelta con más de 50%, algo nunca antes logrado por Lula.
La militancia progresista y de izquierda en realidad vivió anoche un vertiginoso cambio en los estados de ánimo: desde las 17:30 cuando comenzaron a llegar los primeros cómputos cundió el pánico porque Bolsonaro encabezaba el conteo; recién a las 20 horas y con el 70% de los votos escrutados Lula pasó al frente y entonces se desató un grito liberador; pero en los festejos que se organizaron en la avenida Paulista y sobre todo a la hora del fin de fiesta, primaba cierta desazón. Sobre todo, por lo que arrojaban los guarismos en el resto de las categorías sufragadas –gobernaciones, senadores y diputados federales– donde la performance bolsonarista fue sorprendente.
Y, sin embargo, no estuvo lejos. Lula necesita ahora unos 1,8 millones de votos más para ganar el próximo 30 de octubre. Y si bien es muy posible que sea el próximo presidente de Brasil, Bolsonaro se metió en la discusión del balotaje con 43,20%. El voto oculto que no registraban las encuestadoras finalmente ocurrió y fue a favor del actual mandatario.
A juzgar por nuestras propias encuestas presenciales en el segmento de los conductores de Uber, la vigencia del bolsonarismo en São Paulo (ciudad en la que 67 mil personas viven en la calle) es alta y allí el candidato de la derecha le ganó a Lula con el 47,71% contra 40,89%. Al contrario de lo que anunciaban las pesquisas, el aspirante a la gobernación por el Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, quedó segundo con 35,70% de votos frente al 42,32% del derechista Tarcisio de Freitas. En la estratégica disputa por Senador nacional descolló una figura un tanto bizarra, la del astronauta Marcos Pontes, quien arrasó contra el candidato apoyado por Lula, el centrista Márcio França. No todo fue negativo en el estado: Guillermo Boulos, del PSOL, fue el diputado más electo con más de un millón de votos, mientras que Eduardo Bolsonaro quedó tercero con más de 700.000 votos. En Brasilia y Río de Janeiro el triunfo bolsonarista también fue inapelable, aunque las encuestas lo preveían, consolidando el primado de la derecha en las principales ciudades del país.
El mapa de los estados grafica una división geográfica del país ya marcada en la contienda del 2018: el noroeste, nordeste y parte del este a favor del PT, el sur y el centro oeste, corazón del agronegocio, favorables a Bolsonaro. Esta cartografía plantea algunas excepciones como el estado Roraima, fronterizo con Venezuela, marcado por la inmigración, donde Bolsonaro obtuvo 69,75% de los votos. El triunfo del candidato opositor se explica en gran medida por la diferencia que obtuvo en Bahía, donde su ventaja fue de casi 4 millones de votos.
bolsonaro no cayó del cielo
Bolsonaro tiene un piso alto y un techo bajo. Esa fue la fórmula con la cual se catalogó su límite electoral. Lo primero resultó cierto, pues el presidente logró conservar un apoyo por encima del 30% durante todo su mandato, a pesar de las sucesivas crisis sanitarias, políticas e institucionales. En cierto modo, la creación de conflicto y la búsqueda permanente de antagonistas cohesionó y movilizó a quienes lo respaldaban. “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, había dicho Donald Trump años atrás y lo mismo podría afirmar Bolsonaro cambiando el nombre de la calle.
El problema parecía ser trascender ese tercio intenso que lo acompañaría incluso a tirarse por el precipicio. Pero el presidente aumentó en casi dos millones de electores el resultado obtenido en la primera vuelta del 2018 contra Haddad. Y sin moderarse.
Ahora bien, la verdadera revelación fue constatar la pregnancia y extensión del bolsonarismo como fuerza política a nivel federal y en las grandes ciudades. De los 27 estados el resultado para Lula fue favorable en 14, y de los 15 donde hubo ganadores en primera vuelta, nueve son aliados del presidente, y seis están junto a Lula. El resultado en diputados también fue destacado: el Partido Liberal (PL) quedaría con 99 escaños de 513 en lugar de los 76 que tenía, siendo la mejor elección de un partido desde 1998; contra 68 del PT, que con los partidos aliados llegan a 80, 12 más de lo que ya tenían. Y la gran sorpresa fue en el Senado donde el PL tendrá 14 de los 81 curules, la bancada más numerosa. El bolsonarismo se afianzó en el legislativo y en alianza con los otros partidos de derecha controla ahora el 53% de ambas Cámaras.
¿Cómo puede haber crecido la extrema derecha brasileña luego del mandato de Bolsonaro, que incluyó a la pandemia y la guerra en Ucrania? Trump también amplió su caudal de votos en la elección del 2020 a pesar de su derrota y es muy posible que obtenga un buen resultado en las próximas elecciones de medio término que se realizarán el 8 de noviembre. Pero lo más importante es que algo se mueve en aguas profundas de la sociedad, y atraviesa las distintas capas sociales. Bolsonaro no es únicamente el producto de cálculos políticos que encontraron su eficacia en el río revuelto de la crisis iniciada en 2013, sino que expresa imaginarios arraigados en sectores conservadores y desamparados que se extienden en tiempos de descomposición, miedos y frustraciones. Bolsonaro no cayó del cielo.
lula puede
El líder del PT logró 26 millones de votos más que en la primera vuelta del 2018, cuando Haddad alcanzó 29,28% y Lula estaba preso en la cárcel de Curitiba. Visto en perspectiva se trató de su segundo mejor desempeño, apenas unas décimas por debajo del 48,61% que alcanzó en 2006 cuando venció a su hoy compañero de fórmula Geraldo Alckmin. El horizonte del 50% está al alcance de la mano y el 1 de enero podría volver al Planalto, luego de haber sido defenestrado por medios de comunicación y partidos que hoy lo apoyan, y encarcelado por un poder judicial que pretendió proscribirlo.
¿Dónde irá a buscar votos y con qué mensaje? Una parte podría estar en el 21% de abstención, número alto para Brasil. Sus primeras señales fueron de optimismo y nuevamente está “encampañado”. Durante hoy lunes aparecieron otros signos que habilitan una lectura más esperanzada del resultado, enfatizando el ingreso de numerosos candidates provenientes de los movimientos populares a los parlamentos federales y estaduales. No cabe duda que el crecimiento en cierto modo simétrico de la derecha y la izquierda tiene como principal víctima al viejo centro político que pergeñó la hoy agonizante Sexta República.
Lograr una victoria en primera vuelta hubiera sido doblemente importante para las fuerzas progresistas. Por el peso de la derrota para el actual mandatario y su proyección política a futuro, y por la poderosa inyección de legitimidad para Lula y el gobierno que encabezará si efectivamente gana. Ahora tendrá que negociar con Simone Tebet y Ciro Gomes, segunda y tercero respectivamente, quienes pedirán algo a cambio. Pero sobre todo, la composición del poder Legislativo pondrá al probable gobierno de Lula ante la obligación de realizar un complejo ejercicio de alianzas y componendas.
Esto se sumará a la ya heterogénea coalición con la cual Lula llegó a la campaña, que abarca desde los actores que encabezaron el impeachment contra Dilma Rousseff hasta el Movimiento Sin Tierra que encabezó el aguante frente a la cárcel de Curitiba. Lula decidió ocupar un amplio espectro que va desde la izquierda hasta el centro con la convicción de poder conducir fuerzas heterogéneas. Nada nuevo para él, aunque cada vez las condiciones son más volátiles.
El argumento político de esta operación es la defensa de la democracia contra el autoritarismo. La paradoja es que esa democracia a conservar está siendo vaciada por poderes que están decididos a mantener sus privilegios. Y si el objetivo consiste en derrotar al bolsonarismo, no alcanza con ganar las elecciones. Lula deberá solucionar los acuciantes problemas sociales que provocan el malestar del que se alimenta hoy la ultraderecha. Bolsonaro lo sabe y por eso su primera medida para el balotaje consiste en repartir dinero entre los más desfavorecidos.
Tomado de revista crisis