Por Juan Fernando Terán
Escribí este artículo cuando la votación brasilera todavía ni siquiera comenzaba. Esta circunstancia convierte a mis palabras en potencialmente vulnerables en muchos sentidos. Pero me atrevo a correr los riesgos porque la elección presidencial brasilera YA TIENE un resultado que Usted lo descubrirá si me concede el beneficio de la duda y me tolera pacientemente.
Para comenzar, Brasil ganó independientemente de que Lula da Silva haya vencido o no. Así lo constatan las imágenes de millones de personas que se movilizaron para consolidar la derrota de la derecha despiadada. Así lo ratifica la creatividad de ciudadanos humildes que se atrevieron a colocar sus propios mensajes en redes sociales a favor del candidato del Partido de los Trabajadores. Ellos fueron los artífices de una “guerrilla semiótica” que combatió a los grandes medios.
Entre la primera y la segunda vuelta electoral, se notó un importante cambio conforme los intelectuales y artistas progresistas fueron paulatinamente sustituidos en el escenario comunicativo por personas que uno nunca se hubiera imaginado que se unirían a la construcción de la esperanza colectiva. Entre ellos quiero mencionar a la hija de Michel Temer, quien ocupó la presidencia de Brasil entre 2016 y 2018 después de la destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
Las palabras de Luciana Temer resumen lo que pasó en Brasil y merecen ser transcritas:
“Hola, muchas personas me están preguntando si yo continuaré defendiendo a un hombre que dijo públicamente que mi padre, Michel Temer, era un golpista. Usted me conoce y sabe cuánto amo y admiro a mi padre. Pero déjeme explicarle una cosa para quien todavía no entendió.
Yo no defiendo a un hombre, yo defiendo a un modelo de país, un modelo de sociedad que, definitivamente, no es posible con un gobernante que no respeta las instituciones, que favorece que los niños no vayan a la escuela, que favorece el armamento de las personas, y que tiene discursos y actitudes machistas, racistas y homofóbicas.
Definitivamente, este no es el país que yo quiero dejar para mis hijos y nietos. No es un país que yo quiera para mi en este instante. Por eso, yo voto 13. No es una defensa de Lula. Es la defensa de un modelo de sociedad.”
El video original puede encontrarse en esta dirección: https://www.youtube.com/watch?v=8nxGjJV1f3c&t=5s. Le invito a verlo para que Usted pueda apreciar el rostro de una mujer que no tiene por qué esperar agradecimientos ni un cargo en el gobierno de Lula.
Sin idealizar lo sucedido, me parece que millones de brasileros sacaron lo mejor de sí mismos. No creo que quienes votaron por Lula sean más altruistas o solidarios que antes. Por ahí no va el asunto. Esa no es la lección pues no hubo un cambio ideológico milagroso. Las condiciones materiales de existencia predominaron al momento de votar. Y… ¡que bueno que haya sido así!
En Ecuador, ¿qué necesitamos para asimilar aquello que los gobiernos controlados por banqueros han significado en nuestra vida cotidiana? Esta no es una pregunta retórica porque no pretendo responderla.
Lo que sí haré es decantar ante Usted la lección que Brasil ratificó en mí, asumiendo el riesgo de que mis contados amigos no me vuelvan a leer ni saludar.
Cuando la vida se torna más difícil, más peligroso es aferrarse a aquellos elementos que nos constituyen como personas. En esos momentos, la identidad religiosa, política o ideológica deja de ser un instrumento para actuar sobre el mundo y se convierte en un arma contra uno mismo. Solo las vanidades narcisistas impiden apreciar lo anterior. Por eso, muchos no logran entender que “el cambio” no destruye sino fortalece lo que somos y podemos ser.
Millones de brasileros lo entendieron y vencieron su “anti-petismo”. Lula dejó de ser el centro de sus obsesiones psicológicas y predicas moralistas. La necesidad de supervivencia predominó.
Yo vencí mi “anti-correismo” al votar por Andrés Arauz. Solo me bastaron cuatro años de desgracias colectivas para comprender el riesgo para mi mismo y mis seres queridos que generan mis preferencias religiosas, políticas e ideológicas.
A diferencia de lo que hice en 2007, ahora yo sí votaría por Rafael Correa o por cualquier candidato que él apoye a la presidencia. Mi identidad no se disuelve con mi apoyo a “los correistas”. Yo sigo siendo el mismo.
Yo no quiero a Correa como padre, hermano, amigo, jefe, profesor o vecino. En ninguno de esos roles lo soportaría. Yo sigo siendo el mismo… el mismo que creció leyendo El Capital y asimilando sus implicaciones callejeras mientras otros colegas boy scouts salesianos escuchaban misa.
Ahora YO SI VOTARÍA por Rafael Correa porque lo que está en juego va mucho más allá de mi mismo. Yo no quiero el país que la derecha está maquinando.
Ojala el Ecuador logre vencer pronto su anti-correismo. Necesitamos hacerlo para sobrevivir.