E¿Es acaso una coincidencia que sean tres mujeres las que se han puesto al frente de la más grande cacería política de las fuerzas progresistas en el Ecuador contemporáneo? ¿Tiene algún significado que además de mujeres representen la diversidad étnica de las clases medias y populares puesta al servicio de tan perverso objetivo?
En un mundo en el que la reivindicación de género es inherente al feminismo, involucrar en esta operación a mujeres que se dicen “feministas” o “comprometidas con los derechos humanos”, de los pueblos, nacionalidades indígenas y afrodescendientes, encubre los propósitos ocultos de las oligarquías y del imperialismo, a los que ellas hoy sirven incondicionalmente.
Pero esto no sucede en cualquier país, sino en uno mariano, en el que, desde la orilla conservadora, las mujeres representan el símbolo materno encarnado en María, con todas sus virtudes y autoridad, por lo que el liderazgo de ellas en la cacería,dulcifica la tarea orientada al exterminio del “Otroprogresista”, en épocas como las actuales, en las que la tortura, el asesinato y la desaparición física han sido reemplazadas por el asesinato, la tortura y la desaparición simbólica y política.
Por ello, a diferencia del amor encarnado en María, ellas instrumentalizan el odio, ese sentimiento intenso de aversión a un “Otro” orientado al daño o desgracia; esa repugnancia que segrega, discrimina y expresa la ira profunda de los/as neoliberales hacia los/as progresistas por haber osado desafiar las relaciones de poder. No por otra cosa la prensa las masculiniza cuando se refiere a ellas endilgándoles las típicas características asignadas a los varones en una sociedad patriarcal: “guerreras”, “templadas”, “valientes”, “tenaces”, “temerarias”, “persistentes”, “justicieras”. Dejan de ser Marías para convertirse en los “ángeles exterminadores” del mal encarnado en los odiados “correístas”.
Pero, en esa tarea ellas han extraviado sus principios, si alguna vez los tuvieron. De sus títulos de “feminista”, lamestiza de clase media, ha pasado a encabezar la siniestra cacería contra la dirigencia progresista, incluidas sus lideresas; de su identidad como “defensora de los derechos humanos” hoy ha sido etiquetada como #Asesina por su dedicación en la brutal represión de octubre de 2019, habiendo reemplazado sus blasones de liberal demócrata por los escudos de la policía en sus ruedas de prensa, proverbiales por su cinismo y sangre fría.
Otra mujer, la afrodescendiente de origen humilde, que por propia experiencia debe haber conocido lo que es la demonización del “Otro”, del negro y de la negra por parte de los/as blancos/as, hoy, con el aplauso de los medios de comunicación en manos de hombres, blancos y oligarcas, ha pasado a instrumentalizar el discurso sobre la corrupción orientado estigmatizar y demonizar a la dirigencia progresista como la encarnación del mal. Ella, que alguna vez fue “atraída por los derechos humanos”, hoy se ha puesto a la cabeza del lawfare, del uso indebido de la ley, de una ley que abiertamente la aplica “a la carta”, a fin de exterminar al enemigo político violando todos sus derechos de acceso a la justicia.
¿Y qué decir de la “primera mujer shuar en política”? ¿De la primera indígena en ocupar la Presidencia de la Función Electoral? De su lucha por la igualdad y contra la discriminación de los pueblos y nacionalidades indígenas, desde su arribo a dicha función se ha convertido en la punta de lanza de la proscripción política del progresismo, el mayor acto de discriminación política de la historia contemporánea del país desde 1978.
La presencia en la alta política de estas mujeres y su funesto rol en esta despiadado cacería anti-progresista, nos revela cuán vacíos de contenido pueden ser los discursos feministas y de derechos, cuán funcionales puede resultar para los fines de la dominación y cómo esta puede manipular a su antojo las identidades de género, étnicas y clasistas.
Queda claro que el poder por el poder no es agenda feminista, ni étnica, ni clasista. Por el contrario, los feminismos han planteado su crítica al ejercicio del “poder sobre”, del poder opresor, como el que estas mujeres han ejercido. Más aún, los feminismos del Sur son inseparables de la agenda de liberación, de transformación de las relaciones de poder y de descolonización de los pueblos, la antítesis del “feminismo” y la “defensa de los derechos” de estas mujeres, cuyos discursos y prácticas solo están contribuyendo a afianzar las relaciones de poder oligárquico-neoliberales y neocoloniales del Ecuador actual.