Por Pedro Pierre
La crisis social es generalizada en todos los países: Nadie escapa a este fenómeno universal. Eso se expresa en la expresión: “Estamos en un cambio de época” que afecta todas las dimensiones personales, sociales y religiosas. Frente a esta situación donde no se ve claramente la salida, tenemos que plantearnos una revisión fundamental de nuestras opciones personales. Esta crisis repercuta también en la Iglesias. Al nivel personal tenemos que reconocer el camino que seguimos: Frente a la crisis, ¿a quiénes estoy apoyando: las fuerzas del mal o las fuerzas del bien? En la Iglesia católica, el papa Francisco opta por la sinodalidad, o sea, una Iglesia en manos de los seglares. Ahí, también, ¿cómo nos ubicamos?… porque la sinodalidad tiene y tendrá su impacto social, porque la sinodalidad no es más que la aplicación de la democracia en la Iglesia.
- LOS DOS LOBOS DENTRO DE NOSOTROS
Es la ‘parábola’ de un jefe indio Cherokee de América del Norte. Contaba a su nieta que peleaban en su interior dos lobos. Uno era animado por las fuerzas del mal y el otro por las fuerzas del bien. Le decía que también en ella peleaban estos dos lobos. A la pregunta de su nieta sobre cuál de los dos iba a ganar, el jefe le contestó: “¡Aquel que alimentas!”
¿Hemos tomado conciencia de la lucha de estos dos lobos adentro de cada uno de nosotros? Esta parábola es universal y la moraleja es también para todos y cada uno de nosotros. ¿A cuál de estos lobos estamos alimentando en este momento? A lo largo del tiempo que pasa, ¿a cuál de estos lobos alimentamos más? Son buenas preguntas para un examen de conciencia… Pero a lo mejor no somos muy adictos a los ‘exámenes de conciencia’. La lucha de los lobos es bien real tanto en nosotros como en nuestro alrededor y en nuestra sociedad. Parece que, en este momento, en Ecuador, está ganando la partida el lobo animado por las fuerzas del mal. Y si gana es porque lo estamos alimentando nosotros mismos, consciente o inconscientemente, porque el Ecuador somos todas las y los ecuatorianos.
Alimentamos conscientemente al lobo animado por las fuerzas del mal cuando caemos en la corrupción, la mentira, la explotación, la deshonestidad, la indiferencia, la pasividad, el quemimportismo, el borreguismo, el chismo, el odio, la avaricia, el racismo, el desprecio a los demás… y un largo etcétera, porque nadie ni nada es neutral. O alimentamos al uno o alimentamos al otro. Nuestras maneras cotidianas de vivir, de pensar, de actuar, de creer… son los alimentos y las fuerzas que fomentan o el bien o el mal.
Alimentamos inconscientemente al lobo animado por las fuerzas del mal cuando vivimos sin pensar, cuando hacemos lo que hace “Edmundo y todo el mundo”, cuando nos dejamos llevar por el montón, cuando pensamos y hablamos tal como nos dice la televisión o el último chat que se nos ha enviado, cuando no ponemos ningún filtro a lo que se nos cuenta… Nos hacemos cómplice de la situación de caos y de desgracia en que está sumado el país, porque no nos importa, porque creemos que no nos involucra a nosotros. Somos cómplices cuando creemos que son los demás, los gobernantes, las instituciones, Dios… que deben cambiar la situación cada vez más calamitosa de nuestro país, o cuando queremos ni pensar, cuando decimos que “yo me las arreglo a mi manera” … porque en definitiva nos dejamos dominar por las fuerzas del mal o nos hacemos cómplices y encubridores de ellas. No queremos reconocerlo. Inconscientemente, pero de hecho, alimentamos el lobo animado por las fuerzas del mal.
Las fuerzas del mal habitan en cada una y cada uno de nosotros. Habitan también en las estructuras e instituciones que organizan la vida de nuestro país, porque el país somos todas y todos nosotros. Hemos dejado que las instituciones sean corruptas, que los bancos nos roben descaradamente porque las ganancias de los bancos son beneficios hechos con nuestro dinero… Permitimos que la justicia sea injusta e ilegítima o la compramos para que nos sea favorable cuando no andamos con la verdad. Hemos elegido a un gobierno que actúa como está actuando, atropellando derechos, personas y pueblos porque nos hemos desinteresado de saber cuál era su ideología y su programa de gobierno, por eso ahora lloramos o lamentamos, y “pagamos justos por pecadores”.
Toda esta maldad ha sido calificada por nuestros obispos como “el pecado social” o “grupos e instituciones pecaminosos”. Eso fue en 1968 en su reunión episcopal latinoamericana de Medellín, Colombia, y lo siguieron repitiendo en sus reuniones sucesivas de Puebla, México, en 1978, de Santo Domingo, República Dominicana, en 1992, de Aparecida, Brasil, en 2007… y ni hablar de las repetidas e inéditas condenaciones del papa Francisco… Mientras tanto estamos muy ocupados en “cosas mucho más importantes”, sin darnos cuenta que alimentamos los lobos animados por las fuerzas del mal que anidan en nosotros, en nuestra casa, en nuestra profesión, en nuestros negocios y empresas, en nuestros municipios, prefecturas y gobernaciones.
¿Cuándo tendremos el valor de reconocer a cuáles de estos lobos estamos alimentando cotidianamente? Si no lo hacemos poco derecho tenemos de criticar y condenar la violencia, los asesinatos, la miseria, el desempleo, las desigualdades sociales, la explotación de los ricos, el silencio de los curas y obispos… Antes de hablar tenemos que “limpiarnos la boca”.
¿Qué hacemos para alimentar el lobo animado por las fuerzas del bien? ¿O preferimos vivir a la deriva o simplemente “a la buena de Dios”, llevando así el país en la misma deriva nuestra? Ser humano es vivir consciente, decidida y coherentemente. Ser humano es vivir organizadamente desde la familia, los vecinos, entre empleados y desempleados, entre profesionales, entre empobrecidos… porque hemos alimentado demasiado al lobo animado por las fuerzas del mal, que se ha vuelto una bestia cada vez más incontrolable… Ser humano es descubrir la fuerza espiritual que nos habita, reconocer los talentos que tenemos todos, fomentar la fuerza divina que anida en nosotros, en todos y en todo, incluido el cosmos, porque la vida es fuerza para el bien y el amor, pero la despreciamos, la ahogamos, la destruimos…
La vida nos ama, el amor nos habita, las fuerzas del bien son invencibles… a condición de colaborar individual y colectivamente con ellas. El presente y el futuro dependen de cada una y cada uno de nosotros: ¡Vivamos como humanos! y no como bestias.
Veamos ahora la propuesta del papa Francisco para superar la profunda crisis de la Iglesia católica. Con una chispa de innovación, el Vaticano está pensado en grande para hacer avanzar la sinodalidad al nivel mundial. Está abriendo las inscripciones, al nivel de todas las Iglesias católicas del planeta. para un curso virtual sobre la sinodalidad. Espera tener de entrada al menos unas 100,000 personas decididas a acoger esta novedad eclesial. De hecho, el papa Francisco encuentra bastantes resistencias tanto para su Reforme de la Curia vaticana como para el proceso hacia una Iglesia sinodal. Monseñor Oscar Rodríguez, de Honduras, del grupo de cardenales llamados por el papa para diseñar con él dicha Reforma, acaba de denunciar la “huelga de brazos caídos” de los cardenales de la misma Curia vaticana. Además, si miramos a nuestro alrededor, podemos darnos cuenta de la poca acogida para no decir el rechazo tanto a la Reforma de la Curia vaticana por sus consecuencias para toda la Iglesia, como a la puesta en marcha de la sinodalidad. La gran mayoría de los obispos y un sinnúmero de sacerdotes demuestran su falta de interés y acogida con relación a las proposiciones del papa Francisco. También hay muchos católicos que prefieren una Iglesia que no cambia porque se han acomodado a una religiosidad superficial que satisface su tranquilidad. Todo esto nos hace ver la realidad catastrófica de la crisis que atraviesa la Iglesia católica.
Hace 60 años, el Concilio Vaticano 2° había buscado actualizar el catolicismo abriéndose a las culturas y demás religiones, discerniendo “los signos de los tiempos” para reconocer los actuales llamados de Dios, solidarizándose con los millones de oprimidos de nuestro mundo, siendo “una servidora, pobre y misionera” a la manera de su fundador Jesús de Nazaret. El Concilio insistía en reconocer y promover la participación y el protagonismo de los seglares, valorizando su triple misión bautismal: ser “profetas, sacerdotes y reyes-pastores”. Pero los papas Juan Pablo 2° y Benedicto 16 prefirieron marginar las orientaciones del Concilio y promover una línea eclesial tradicionalista mediante la promoción de Movimientos espiritualistas, la formación en los Seminarios de sacerdotes conservadores y la nominación de obispos sumisos a las directivas papales. En cuanto a los obispos y los sacerdotes fieles al espíritu renovador del Concilio, estos fueron marginados; los teólogos que abogaban por una teología de la liberación inspirada en el Evangelio fueron sistemáticamente condenados u hostigados; las Comunidades Eclesiales de Base que seguían la fe y la práctica de las primeras Comunidades cristianas fueron perseguidas y sus miles de mártires desconocidos… Consecuentemente, las parroquias se fueron vaciando de sus cristianos y es creciente la secularización de los jóvenes.
Hace 9 años, el papa Francisco fue elegido, según lo repite el mismo, con la misión de lograr una profunda reforma eclesial, mediante un volver a la persona de Jesús y a la dimensión misionera de la Iglesia. A eso se ha empeñado de manera sencilla y valiente. Para lograr ese doble objetivo, hace 2 meses, ha publicado una Reforma de la Curia vaticana después de 8 años de preparación y hace un año puso en marcha un proceso sinodal a nivel de toda la Iglesia.
La sinodalidad no es más que una nueva manera de ser Iglesia en la línea del Concilio, es decir, una Iglesia más conforme al mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret, como también al testimonio ejemplar de los primeros cristianos. Se trata en particular de erradicar el clericalismo y el patriarcalismo que se empoderaron del ministerio sacerdotal ordenado y devolver a los bautizados sus derechos y su misión bautismal. Los bautizados están invitados a ser los portavoces de la Buena Noticia de Jesús a los pobres y a los hombres y mujeres de buena voluntad, ser los constructores del Reino de Dios mediante la fraternidad universal, ser los artesanos de una Iglesia signo de esperanza para un mundo trastornado por un sistema de gobierno y de economía que destruyen a los pobres y la naturaleza.
Por lograr eso, el papa Francisco acaba de lanzar la invitación a un curso virtual gratuito cuya temática es “Construyendo la Sinodalidad”. Se apoyará en las Conferencias episcopales continentales y nacionales. Espera en una primera etapa lograr más de 100,000 inscritos decididos a llevar adelante una Iglesia en manos de los bautizados, signo de liberación de los pobres, testimonio colectivo del Reino de Dios y esperanza concreta para una juventud que busca en vano encontrar caminos a la altura de sus necesidades e ilusiones. El llamado está hecho. Encontrará acogida porque el Espíritu de la Vida y del Amor anida y actúa en todos los corazones humanos que se empeñan en construir una “Civilización del compartir”.
Esta ‘Civilización del compartir’ tendrá su impacto en la sociedad. El mismo papa lo dice: “Una Iglesia sinodal es como un emblema levantado entre las naciones para el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de servicio de la autoridad podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, generando un mundo más bello y más digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros.”