Por Geoconda Pila Cárdenas
Aunque no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de nuestro país, no deja de ser una realidad dolorosa salir a las calles y ver en cada esquina cuatro o cinco personas tratando de vender algo para sobrevivir. Desde frutas de temporada en bolsas de un dólar hasta plumas limpiaparabrisas, discos de reguetón, Pozo Millonario, bebidas energéticas y cualquier otro objeto o servicio que crean que se puede cambiar por unas monedas.
Familias enteras, incluidos niños, forman parte de ese paisaje urbano lacerante que ha dejado de ser patrimonio de las calles, para convertirse en ejemplo de buena ciudadanía, de alternativa a la delincuencia y de emprendimiento para quienes gustan de dar lecciones de vida en redes sociales.
Hoy en día, mientras navegamos por los recuerdos de nuestros amigos en Facebook o la pelea política del momento en Twitter, es muy común encontrarnos con la fotografía de una mujer mayor cargada hasta el extremo de bolsas de verduras; o la de una persona con discapacidad que debería estar en una silla de ruedas- arrastrándose por el suelo mientras intenta vender boletos de lotería; con leyendas del tipo: “un aplauso para esta mujer valiente y emprendedora que sale adelante trabajando y no opta por el camino fácil de la delincuencia” o “¿Cuántos me gusta para este señor que en su discapacidad se gana la vida honradamente? Ojalá todos siguieran su ejemplo porque cuando se quiere salir adelante sin perjudicar a nadie, se puede”.
Mención aparte merecen (por lo reprochable de su comportamiento) quienes comparten videos de niños extranjeros (asiáticos generalmente), tan pequeños que si fueran sus hijos seguramente no les dejarían cruzar la calle solos, mientras el más grande (no debe llegar a los 10 años) cocina al fuego vivo la comida de sus hermanos pequeños, con mensajes del tipo: “este niño es un ejemplo para todos. A su corta edad se hace responsable y cuida de sus hermanos cuando la generación de cristal ahora necesita psicólogo hasta para superar el trauma de lavar los platos”, como si el cuidado de los hermanos fuera responsabilidad de los hijos.
No dudo de la admiración a la fuerza de carácter de estas personas, tampoco creo que haya una intención malvada entre quienes comparten este tipo de imágenes, pero mucho me temo que, sin saberlo, están contribuyendo a generar un proceso de insensibilización tan grande que hace que estas historias nos duelan cada vez menos.
Quizás quienes muestran su empatía con los que menos tienen, con la acción de compartir una publicación o darle un me gusta, piensen que su hambre, frío o cansancio va a ser menor ahora que ya son populares en redes sociales, aunque no puedan pagarse el internet para saberlo, o alivien su conciencia pensado que ese niño no se quemará sus manos y podrá aprender sin ir a la escuela, ahora que ya pasó de los 10 000 me encanta.
Otros van un poquito más allá y se aventuran a pedir a “sus seguidores” que “les colaboren comprando su producto” si les encuentran en la calle, pero lamentablemente parece que nadie se pregunta qué hay detrás de esas historias que más que de superación son de sufrimiento y abandono, ¿qué condujo a esas personas a realizar esa actividad tan dura para vivir? o ¿si un me gusta o mostrar nuestra caridad regalando unos centavos o comprando algo en la calle solucionará en algo el problema?
Parece fácil, entonces, gobernar un país en el que el énfasis de la pobreza se pone en los propios pobres o en la falta de caridad de la clase media; no en el rol del Estado para generar oportunidades o en la responsabilidad de los que más tienen de pagar una cantidad justa de impuestos para que los de abajo puedan procurarse una buena vida de forma digna, humana y definitiva.
El desamparo que sufre este ejército, cada día más grande,de indigentes y personas empobrecidas es un problema de toda la sociedad ecuatoriana que tiene que ser enfrentado con políticas públicas que hagan correcciones a la inequidad estructural que es la base de este problema social. Si no lo hacemos así, la pobreza y el hastío pronto se transformarán en violencia que también será compartida en redes sociales, esta vez, quejándonos de su brutalidad sin entender tampoco cómo se originó y cómo puede solucionarse.