Orlando Pérez

Hoy por hoy constituye el mayor encuentro de crítica, pero sobre todo de evaluación de lo ocurrido con la izquierda latinoamericana en lo de va de este siglo. Y no porque los exponentes, los debates y los foros protagonizados se lo hayan propuesto de antemano, sino porque la realidad se impone, invade y colma la preocupación de quienes, uno más y otros menos, jamás imaginaron estar a finales de esta segunda década enfrentando al fascismo y a la derecha en democracia, en las urnas y en los espacios sociales de disputa.

Si bien hubo avances en derechos, formas de gobierno, participación, estabilidad política, soberanía y autodeterminación, también es cierto que el sostén y las redes de sustentación política para una transformación radical del modelo democrático y económico no tuvieron suficientes soportes ni raíces.

En el meollo de la disputa teórica y del análisis académico está el tema del poder, de su administración y de su razón de ser para los nuevos escenarios de confrontación (aunque algunos no lo miren como el grave problema). Bastaría ver cómo abordaron el tema Álvaro García Linera, Cristina Fernández, Dilma Rousseff o Juan Carlos Monedero. 

Ya no basta con ganar elecciones y producir procesos constituyentes. Al menos la evidencia lo prueba y las pérdidas electorales también lo expresan. Hoy no queda claro si es un paso por el “poder” lo que ayuda a cambiar la realidad. Si la llegada de las derechas (en todas sus variables) bota al tacho de basura lo conquistado, lanza a la desocupación y a la pobreza a millones de personas, entonces: ¿cómo es posible asegurar cierto bienestar sin que un cambio de gobierno deseche aquello?

Hay algo más de fondo: ¿en democracia es posible avanzar, pero no transformar? Y al mismo tiempo: ¿la derecha aprendió de la izquierda que con un poco de retórica de cambio y unas cuantas cesiones a los pobres es más fácil enriquecer abrumadoramente a los poderosos?

La reunión de CLACSO en Buenos Aires permitió vislumbrar la complejidad de la evaluación, pero al mismo tiempo las dificultades para una respuesta al presente y lo que viene en el corto y mediano plazo. No hay una sola explicación y mucho menos una sola vía para la recuperación del gobierno en algunos países. Y, al mismo tiempo, cómo sostener procesos políticos como el boliviano, venezolano y cubano sin descuidar sus desarrollos económicos y sociales.

Esto para nada anuncia el fin de la izquierda o algo por el estilo. Hay unas experiencias y unos aprendizajes que se deben procesar, pero, en simultáneo, hay unos errores y unas falencias que a más de identificarse adecuadamente no se pueden volver a cometer.

Quizá aquí hay algo que está en juego: cómo se construye poder popular, más allá de las consignas y de los buenos deseos. No solo se trata de empoderar al ciudadano común y a las organizaciones sociales, sino de la construcción de verdaderas redes de trabajo político para defender los derechos y conquistas, avanzar en nuevos retos y también modificar la democracia para que no sea solo un espacio de disputa sino de garantías para todos los sectores económicos y productivos, las nuevas plataformas de lucha de los diversos actores sociales y un modo de convivencia donde prevalezca el trabajo sobre el capital.

Por supuesto, se trata también de imaginar otro modo de actuar que no soslaye la integración efectiva, la participación conjunta y las estrategias regionales para que la transformación no dependa de un país, un líder o una potencia.

De todos modos, en algunos países no se sale del shock de las derrotas o de las traiciones, pero ya hay indicios reales de por dónde podría apuntar un trabajo sostenido para, fundamentalmente, derrotar a los poderes mediático, judicial y oligárquico, pero también para construir sus reemplazos o contrapartes, pues sin esa alternativa y respuesta ganar elecciones podría ser de nuevo una oportunidad pero transformar el sentido del poder y la democracia seguirá en manos de los poderes construidos aparentemente desde la legitimidad de la democracia formal y liberal que la izquierda no ha sabido cuestionar en sus raíces ni superar en sus maneras cotidianos de existencia.

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