Por Daniel Kersffeld
El conflicto entre Ucrania, Rusia y los países de la OTAN está cerca de cumplir un año. Hasta el momento el frente occidental sustentado por Estados Unidos construyó su capacidad ofensiva a partir de amplios recursos económicos, una enorme capacidad militar y un claro desarrollo científico y tecnológico.
Sin embargo, es gracias al poderoso desenvolvimiento mediático y en redes sociales, instrumentado principalmente desde Estados Unidos, que se ha podido crear todo un sistema de legitimidades y acuerdos para justificar ante la opinión pública la presunta necesidad de intervención externa en el conflicto. Se trata de un consenso social que, pese a todo, está comenzando a evidenciar hendiduras cada vez más notorias.
En este sentido, al calor del conflicto en Ucrania y, especialmente, de las sanciones contra Rusia, Estados Unidos se mantiene en recesión y con un índice de inflación arriba del 8%, la cifra más alta registrada en los últimos 40 años. A su vez, el costo de los combustibles, las tarifas de energía y la canasta básica están golpeando a la clase media y a crecientes sectores pauperizados que deben responder frente a los recurrentes envíos de armas y recursos a Ucrania. que, en todo 2022, equivale a 70 mil millones de dólares.
Frente a este contexto económico cada vez más complejo, y en el que además han aparecido distintas denuncias de corrupción en el envío de recursos militares, una serie de encuestas recientes señalan que, si bien todavía es importante, el respaldo público a la ayuda estadounidense a Ucrania muestra divisiones cada vez más amplias.
Así, y según una encuesta realizada por el Quincy Institute for Responsible Statecraft and Data for Progress entre el 16 y el 17 de septiembre, el 57 % de los consultados apoya que Estados Unidos encare negociaciones diplomáticas lo antes posible para poner fin al conflicto, incluso si esto requiere que Ucrania se someta a compromisos con Rusia. Solo el 32% de los encuestados se opuso a esta posibilidad. De igual modo, la encuesta también encontró que el 58 % de los estadounidenses se opone a la ayuda a Ucrania en los niveles actuales si hay precios más altos de la gasolina e inflación.
Estos números fueron confirmados por un relevamiento del Chicago Council realizado entre el 18 y el 20 de noviembre. En este caso, una amplia mayoría del 66% continúa apoyando la asistencia de Estados Unidos a Ucrania, tanto a nivel económico como militar, desde la anterior encuesta realizada por esta misma firma en el mes de julio.
Sin embargo, la novedad es que ahora los estadounidenses se muestran muy divididos sobre si Washington debería apoyar a Ucrania “mientras sea necesario” (48%, por debajo del 58% en julio de 2022) o si Washington debería instar a Ucrania a conformarse con la paz lo antes posible (47%, frente al 38% en julio).
De hecho, y pese a la propaganda constante de los grandes medios de comunicación a favor de Ucrania, un 26% cree que es Rusia la que está ganando en tanto que un 46% asegura que ninguno de los dos países en conflicto se está sacando ventaja. Se trata de un número creciente que revela la desconfianza del público estadounidense hacia las principales cadenas informativas y que podría complicar al gobierno de Joe Biden en su futura política de recaudación tributaria.
Además, y en un conflicto que pierde popularidad, también es bajo el respaldo a la idea de enviar soldados estadounidenses a combatir, idea que sólo atrae a un 32%, por debajo del 38% en julio. Con todo, estos bajos números contrastan con el amplio respaldo, de un 75%, que mantienen las sanciones contra Rusia en la sociedad norteamericana.
Las disidencias también serían cada vez más evidentes entre el frente político y el militar. Nadie podía sospechar que el general Mark Milley, desde 2019 presidente del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos y el jefe militar más importante de la OTAN, pudiera ser ingenuo o improvisado, más aún teniendo en cuenta su recorrido profesional de más de 40 años, donde evidenció su destreza política para lidiar con los conflictos entre demócratas y republicanos.
Sin embargo, el pasado 10 de noviembre y en medio de un discurso, el general Milley se refirió al actual conflicto entre Rusia y Ucrania, reclamando públicamente la necesidad de “un reconocimiento mutuo de que la victoria en el sentido estricto de la palabra, probablemente no se pueda lograr por medios militares, por lo que hay que buscar otros métodos”. Afirmó así su creencia de que, en la Cumbre del G20 desarrollada en Bali pocos días después, se abriría “una ventana de oportunidad para la negociación”.
Como si fuera un líder pacifista y una de las pocas voces racionales dentro del aparato político-militar estadounidense, las declaraciones generaron una inmediata repercusión en la Casa Blanca y en las principales capitales europeas. Más aun, cuando comparó este conflicto con la Primera Guerra Mundial, en la que la negativa de los adversarios a negociar condujo a la ampliación del combate y a millones de muertes adicionales.
Una vez que los comentarios de Milley cobraron trascendencia, el gobierno de Biden debió abocarse con urgencia al control de daños, sobre todo, frente a la contraparte ucraniana, que temió un cambio de estrategia por parte de Estados Unidos.
La Casa Blanca fue enfática al afirmar que no abandonaría a Ucrania a su suerte, si bien los rumores de conversaciones de paz en la segunda mitad de este año son cada vez más intensos. Más aun, en medio de las divisiones que empiezan a asomar en el seno de la OTAN entre el país que menos ha sufrido las consecuencias del conflicto, y que más rédito económico ha obtenido a partir de su industria armamentista, y aquellos otros que en cambio están padeciendo las consecuencias de las sanciones a Rusia y las complicaciones para obtener recursos energéticos cada vez más escasos y más caros.
Tal vez este progresivo cambio de escenario haya estado presente en el horizonte del viaje a Estados Unidos realizado hace menos de un mes por el presidente Volodymyr Zelenski, en lo que fue su primera salida de Ucrania desde el inicio del conflicto con Rusia.
La recepción oficial brindada al ex comediante, a quien los medios hegemónicos como la revista Time han considerado como “hombre del año” o, incluso, como un “Winston Churchill contemporáneo”, tuvo alto impacto político, tal como se puede notar a partir de su encuentro con Biden (foto) y de su presentación en el Congreso.
Sin embargo, y más allá del éxito de su viaje, Zelenski comenzó a lidiar con un disenso cada vez más notorio, principalmente por parte de congresistas que cuestionan el altísimo precio y la falta de control en los recurrentes envíos de armas a Ucrania. Cuestionamientos que, seguramente, se intensificarán con la nueva conducción republicana de la Cámara de Representantes y que, sin duda, obstaculizarán que en 2023 el gobierno envíe nuevamente 70 mil millones de dólares en armas como lo hizo durante 2022.
De ahí, tal vez, la llamativa expresión con la que Zelenzki trató de convencer no sólo a los congresistas sino directamente a toda la clase política estadounidense: “Su dinero no es caridad. Es una inversión en la seguridad global”.
Tomado de Página 12