Erik Mozo
Antes de empezar: ¿qué es un consenso prefabricado?; y, ¿por qué sirve para explicar lo que sucede en el Ecuador?
El concepto de consenso prefabricado ha sido difundido ampliamente en los últimos años, especialmente por Noam Chomsky en varias de sus obras. Una síntesis escueta del mismo sería un consenso que resulta previo a la deliberación democrática de la sociedad, es decir, un consenso que es impuesto tras bastidores a la sociedad y a las y los electores antes de que éstos siquiera puedan pronunciarse y decidir. Ejemplos de este tipo de consensos hay –lastimosamente– demasiados, pero vale citar al menos uno para graficar de mejor manera este concepto:
El consenso prefabricado por el bipartidismo entre los partidos Demócrata y Republicano, en conjunto con las élites del corporativismo en Estados Unidos y sus medios de comunicación. Si bien ambos partidos tienen diferencias en sus postulados, existe un amplio consenso sobre la mayor parte de aspectos económicos de la vida de ese país, dejando al debate del electorado un margen mínimo de lo que realmente ocurre. Ese consenso prefabricado es el que sostuvo y sostiene la promoción del neoliberalismo y el armamentismo allá y en el mundo durante décadas, sin importar el partido que gane las elecciones. El consenso encontró sus primeros resquebrajamientos a raíz de la crisis financiera de 2008, con la organización y acción de movimientos como Occupy Wallstreet que colocaron en el debate problemas profundos del capitalismo estadounidense que se encontraban ocultos por el cerco del consenso. Esa ruptura derivó en 2016 en el posicionamiento electoral del socialismo democrático en Estados Unidos, a través de la candidatura (en las primarias del Partido Demócrata) de Bernie Sanders, en un proceso que sigue consolidándose a raíz, además, del desplazamiento de Estados Unidos del centro del concierto geopolítico global.
Como podrá notarse hasta el momento, hay tres actores articulados que suelen ser quienes acuerdan este consenso prefabricado: Empresarios, Partidos Políticos y Medios de Comunicación. Para quienes leyeron mi anterior artículo se darán cuenta fácilmente de que estos tres actores son los que suelo denominar como los notables.
Un elemento adicional que legitima a los consensos prefabricados es que en todos los casos estos actores buscan presentarlo, al unísono absoluto, como “la única solución posible”. ¿No hemos escuchado eso antes?
¿Y en Ecuador qué?
Después del recorrido teórico y empírico de lo que es un consenso prefabricado, cabe analizar la relación que tiene con nuestro país. Hoy todos los partidos políticos (legalizados), todos los gremios empresariales (casi), todos los medios de comunicación y el mismo Gobierno Nacional, repiten sin cesar que debemos hacer algo que nunca votamos, como única solución posible ante una supuesta situación crítica (con pocos fundamentos reales).
Sobre este consenso prefabricado la sociedad no pudo deliberar ni decidir nada, es más, se pronunció en contra en las últimas elecciones nacionales de 2017. Sin embargo, el consenso del retorno al neoliberalismo, con la disminución del tamaño del Estado vía despidos, privatizaciones y caída de la inversión, acompañado de una apertura comercial indiscriminada y el regreso a la órbita de influencia geopolítica de Estados Unidos ya ha sido implementado.
Este consenso, además, no es nuevo ni es propio. El consenso prefabricado del neoliberalismo es importado directamente desde Washington en formato estándar para todos los países de América del Sur desde 1973 con el golpe de Estado contra Salvador Allende. Al Ecuador, concretamente, el consenso de boceto neoliberal llegó por primera vez en 1976, tras la salida de la dictadura “nacionalista y revolucionaria” de Guillermo Rodríguez Lara y el ascenso al poder del triunvirato militar del Consejo Supremo de Gobierno (otra dictadura). Posteriormente, se reinstauró (el consenso) en 1981 con Osvaldo Hurtado, tras el retorno a la democracia con la victoria de Jaime Roldós, supuestamente asesinado en un complot que, según el ex sicario económico de ese país Jhon Perkins, fue orquestado por EE.UU. («Confessions of an economic hit man», Perkins, Jhon, 2004).
La aplicación de este consenso prefabricado duró entre avances y retrocesos, hasta el gobierno de Lucio Gutiérrez en 2004, y en menor medida en el ejercicio presidencial de Alfredo Palacio, hasta la salida del Fondo Monetario Internacional del Ecuador en 2007. Siguiendo esta línea histórica, estamos ahora presenciando su reinstauración desde 2017, con el Gobierno de Lenín Moreno.
El que la historia se repita con tan poca innovación nos permite adelantarnos un par de jugadas, porque ya sabemos lo que viene: un ajuste por la demanda que ocasionará el desencadenamiento de un ciclo pernicioso que impedirá el crecimiento general de la economía y afectará a toda la sociedad, sobre todo a las y los históricamente excluidos. Como tenemos un consenso prefabricado, es decir, un consenso que antecede a la deliberación democrática de la sociedad, no existen vías institucionales a nuestro alcance para romperlo. En 2019 todos los partidos políticos probablemente nos repetirán ese consenso, mientras todos los medios de comunicación y los empresarios lo reafirmarán, por lo que, dadas las condiciones actuales impuestas por el cerco del consenso prefabricado, la democracia representativa no es aún una vía.
Entonces ¿qué hacer?
La única que puede romper el consenso prefabricado es la sociedad organizada. ¡Y lo hemos hecho ya! Pero que no se entienda mal, generalmente una ruptura del gobierno que sostiene el consenso prefabricado no siempre implica una ruptura del consenso en sí mismo, muestras de esto las podemos encontrar en el múltiple derrocamiento de presidentes que tuvimos en los ‘90s y que, sin embargo, no acabaron con ese Consenso sino que lo ampliaron. Eso se traduciría en nuestro caso actual en el derrocamiento o salida de Lenín Moreno solo para que asuma alguien que podría hacerlo más perjudicial, como Nebot.
El primer paso y el más importante es reconocer que vivimos un consenso prefabricado. En palabras de Carl Jung: “hasta que no hagas consciente a tu inconsciente, va a dirigir tu vida y lo llamarás destino”. Después la receta que históricamente siempre acierta: organización para resistir, acumular, avanzar hasta vencer. Una de las preguntas que evidentemente sigue es: ¿cómo hacerlo?, en el siguiente artículo presentaré algunas ideas para debatir –basadas en experiencias históricas– cómo podemos dar respuestas colectivas para desarticular ese consenso prefabricado.