Por Rafael Correa

Al dinero se lo define por sus funciones. Si algo es generalmente aceptado como medio de pago, sirve como unidad de cuenta y se utiliza como reserva de valor, ese algo es dinero. El dinero no es consecuencia de ninguna ideología ni de un sistema económico específico, sino de la división del trabajo y de la consiguiente extensión de los intercambios, primero por medio del trueque y luego utilizando ese algo llamado dinero.

El uso del dinero se desarrolló de forma independiente en la antigua China, en la Europa medieval o en la América precolombina. Lo que ha variado de acuerdo con las circunstancias, el nivel técnico y las civilizaciones, es qué se ha utilizado como dinero. Antes de la llegada de Colón, para algunos pueblos de la costa oeste de América del Sur el dinero era la bella y rara concha spondylus. En los campos de prisioneros la Segunda Guerra Mundial, el dinero eran los cigarrillos. Actualmente, aquello conocido como dinero guarda una impresionante similitud en todas partes del mundo, independientemente del régimen político y económico que se aplique.

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El dinero empezó como dinero mercancía, es decir, con valor intrínseco, como las monedas hechas en metales preciosos. Luego vino el dinero representativo o sin ningún valor en sí mismo. Apareció originalmente como certificados en papel con la obligación del emisor de convertirlo en oro u otra clase de activos reales o financieros, de así requerirlo el propietario del documento. Con la aparición de los bancos, los certificados se convirtieron en papeles impresos, estandarizados y con diferentes valores para permitir fácilmente completar distintas sumas de dinero. Habían nacido los billetes. La confianza en el sistema era tan importante, que desde inicios del siglo pasado todos los países del mundo comenzaron a centralizar su emisión de monedas y billetes por medio de la creación de bancos centrales, acabándose así la era de la emisión privada de dinero.

Cuando la convertibilidad del dinero representativo se abandonó a partir de los años setenta del siglo XX, pasamos al dinero fiduciario, del latín fiduciarios, que significa que “depende de la confianza”.  Si por decreto de la respectiva autoridad central este dinero fiduciario es de uso obligatorio en un país, se conoce como dinero fiat, latinismo que significa “hágase”, y que es actualmente la forma de dinero o moneda nacional de prácticamente todos los países del mundo. Su respaldo es la producción del respectivo país y la confianza de que con la moneda nacional se podrán obtener, con razonable estabilidad a través del tiempo,  bienes y servicios dentro de la nación. Como acertadamente decía un eslogan publicitario, “la producción es el oro de nuestro tiempo”. 

En el último cuarto del siglo XX se desarrolló la computación y luego apareció el internet. Con la llegada de la sociedad de la información, la moneda física fue en gran medida reemplazada por transacciones electrónicas. Así dábamos la bienvenida al dinero digital. Si antes se cambiaban bienes y servicios reales por pedazos de papel con la foto de un muerto ilustre, ahora se lo hace por un conjunto de bits mostrados en la pantalla de un dispositivo informático. Se trata, como nunca antes en la historia, de un sistema basado exclusivamente en la confianza. Por ello Harari acertadamente manifiesta:

El dinero es el sistema de confianza mutua más universal y más eficaz que jamás se haya imaginadoHarari, Yuval Noah (2012) — ‘Sapiens: Une brève histoire de l’humanité’. Versión francesa. Ediciones Albin Michel, 2015. pp. 215. Traducción libre del francés.

El 3 de enero de 2009 se produce un cambio cualitativo revolucionario en la fascinante evolución de ese algo que llamamos dinero, equivalente al salto del dinero mercancía al dinero representativo. Una persona o grupo de personas bajo el seudónimo de Satoshi Nakamoto crea la primera criptomoneda de la historia: el bitcoin. Las criptomonedas son innovadoras formas de dinero, como lo fueron en su momento el papel moneda o el dinero digital, pero no solo encierran un cambio técnico sino también un cambio institucional, porque estamos regresando al dinero privado.

Las criptomonedas no son otra cosa que combinaciones alfanuméricas de emisión privada y sin control centralizado. Cada usuario tiene una clave pública y una clave privada, en lo que se conoce como criptografía asimétrica. La clave pública es la identidad del usuario en la red, gracias a lo cual puede recibir criptomonedas de cualquier persona. La clave privada es la llave de su bóveda, con la cual solo él puede aceptar las criptomonedas o enviarlas a cualquier otro usuario. Pero lo que realmente hace posible las criptomonedas es el adelanto tecnológico llamado distributed ledger technology -DLT- que permite bases de datos descentralizadas, lo que significa que no está en manos de un tercero como, por ejemplo, un banco, sino que está en manos del público. Como lo describió Nakamoto en la presentación del bitcoin:

Lo que se necesita es un sistema de pago electrónico basado en una prueba criptográfica en lugar de confianza, permitiendo a cualquiera de las dos partes pertinentes realizar transacciones directamente entre sí sin la necesidad de un tercero confiableNakamoto, Satoshi (2007) — ‘Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System’. Documento introductorio del Bitcoin publicado en metzdowd.com el 31 de octubre de 2008. Traducción libre del inglés.

Gracias a la DLT, todas las transacciones son registradas sucesivamente en bloques de información llamados blockchains y validadas por la mayoría de los participantes del sistema, lo cual evita que la misma unidad de criptomoneda haga fraudulentamente varios pagos, algo que el usuario receptor por sí solo no puede saber. Todo esto que suena tan complicado, para los usuarios es extremadamente sencillo, gracias a aplicaciones llamadas monederos, donde solo hay que introducir las claves correspondientes. Con el blockchain, la era de la criptomoneda ha comenzado.

Actualmente hay más de 10.000 criptomonedas activas. Una pocas son criptomonedas respaldadas en oro, dólares u otros activos reales y financieros. La mayoría son criptomonedas puramente fiduciarias, fundamentadas exclusivamente en la confianza de que serán recibidas como medio de pago. De lejos la más exitosa criptomoneda sigue siendo el bitcoin, con cerca de 19 millones de unidades que el propio sistema genera de acuerdo con un algoritmo creado por sus diseñadores, y que alcanzará un máximo de 21 millones de unidades. Mientras escribimos estas líneas, cada bitcoin se cotiza en alrededor de 19.000 dólares por unidad, lo que significa que representa un valor en el mercado de cerca de 550 millardos o billones anglosajones.

Al iniciarse en 2009 el valor de un bitcoin era 0. En el año 2010 llegó a una cotización de 0.39 dólares por unidad. Esto significa que en 12 años su valor en dólares se ha multiplicado cerca de 50.000 veces. Si Estados Unidos, como es público y notorio, no ha sufrido ningún proceso de hiperinflación que destroce su moneda, entonces, ¿qué milagro económico puede producir esta hiperapreciación del bitcoin? La respuesta es sencilla: ninguno. La gigantesca apreciación del bitcoin significa que si alguien en 2010 pagó 10 bitcoins por una Big Mac, esta hamburguesa le costó a valor actual cerca de 190.000 dólares, un absurdo económico. Claramente se trata de un proceso especulativo sin fundamentos reales. Se sabe que cerca del 80% de las transacciones con bitcoin son con fines especulativos, no con fines de intercambio de bienes y servicios (Boar, Andrei (2018) Descubriendo el Bitcoin. Editorial Profit. España.). El precio del bitcoin sube no porque suba la producción que respalda a una moneda fiat o por la escasez relativa del bien en que una moneda representativa se puede convertir. El precio del bitcoin sube exclusivamente por el incremento de la demanda de la moneda per se. La novedad de lo desconocido ha hecho que se inviertan los roles: el bitcoin ya no es un medio de pago, como todo dinero, sino el fin mismo del pago. Hoy se sacrifican bienes y servicios reales por combinaciones alfanuméricas sin valor intrínseco alguno y sin convertibilidad ni respaldo de ninguna autoridad central, sin mencionar que nadie conoce a su diseñador.

Frente a este comportamiento irracional de lo que asumen como el ser racional por antonomasia, el homo economicus. economistas libertarios como Michael Suede recurren al dios mercado:

Recuerden que es el mercado el que nos dice qué es moneda y qué no lo es. Y el mercado ha hablado. Los bitcoin tienen valor porque el mercado dice que tienen valor.Boar, Andrei (2018) — ‘Descubriendo el Bitcoin’. Editorial Profit. España.

Es el mismo mercado que sin fundamentos económicos hizo subir a precios estratosféricos el valor de las acciones para generar el crack de 1929, o que aumentó absurdamente la cotización de las empresas puntocom tan solo para presenciar su ineludible desplome en la crisis del año 2000, o que incrementó el precio de las viviendas hasta que explotó la burbuja inmobiliaria en 2008.

Todo dinero representativo, entre ellos el bitcoin, es un activo financiero o derechos sobre el valor generado o por generar en la economía real, por lo tanto, sus cotizaciones no pueden despegarse absurdamente de las capacidades efectivas de la economía. Lo más cercano a la volatilidad y altos precios del bitcoin es la especulación con acciones. Pero las acciones por lo menos representan derechos sobre empresas que están generando bienes y servicios reales o que agregan valor. ¿Qué valor está creando el bitcoin? ¿Qué derechos representa? La revalorización del bitcoin, nunca antes vista, es tan solo el  llamado “efecto moda”, como el que produjo la crisis de las empresas puntocom en el año 2000, pero que ahora se presenta con impresionantes matemáticas y poder computacional. Es también la codicia y soberbia que anteceden a toda crisis financiera y que impiden reconocer lo evidente. La receta perfecta del desastre. Algunos argumentan que si la hipótesis especulativa fuera cierto, entonces el crack del bitcoin debió haber ocurrido hace bastante rato. Es un error. Que un equilibrista se mantenga largo tiempo en la cuerda floja no significa que haya dejado de estar en riesgo.

Hacer una apología de las criptomonedas por prescindir de una autoridad central es un juicio de valor ultraliberal que obvia que la sociedad es un sistema complejo donde la coordinación es fundamental

El valor de algo es su facultad para satisfacer necesidades, y los activos financieros son tan solo representación de valor, no valor en sí mismo.  Es sencillo. Suponga que nos invaden los marcianos, y tenemos que pasar décadas escondidos en cavernas. Con qué prefiere quedarse, ¿con montañas de acciones, billetes, conjunto de bits señalando cifras en su celular y combinaciones alfanuméricas en su computador o, humildemente, con suficientes alimentos? 

A nivel individual, utilizar una moneda privada y fiduciaria, más aún como reserva de valor, no es confianza, es temeridad. A nivel colectivo, regresar al dinero privado hace perder a la sociedad su principal mecanismo moderno de coordinación. Un buen y conocido ejemplo para visualizar este poder de coordinación es imaginar un pueblo pequeño donde el hotelero le debe 100 dólares al panadero, por lo que el panadero no ha podido seguir produciendo pan; el panadero le debe 100 dólares al molinero, por lo que el molinero no ha podido seguir moliendo trigo; el molinero le debe 100 dólares al agricultor, por lo que el agricultor no ha podido seguir produciendo trigo; y el agricultor le debe 100 dólares al hotelero por el cuarto que arrienda, por lo que el hotelero no le ha podido pagar al panadero. Cierto día una pareja de turistas llega al pueblo y le pide al hotelero conocer la suite matrimonial que está en el primer piso del hotel. Astutamente el hotelero les pide una garantía de 100 dólares para visitar la suite. La pareja acepta y el hotelero recibe instantáneamente en una aplicación de su teléfono celular un aviso de que la pareja le ha abonado 100 dólares en su cuenta. Mientras la pareja sube a conocer la habitación, con otro clic el hotelero envía los 100 dólares al celular del panadero, y de la misma forma el panadero se los envía al molinero, el molinero al agricultor, y, finalmente, el agricultor al hotelero. Pocos minutos después desciende la pareja y le dice al hotelero que no arrendarán la habitación, por lo que el hotelero con otro clic le devuelve los 100 dólares a la pareja, pero todas las deudas del pueblo ya han sido saldadas. Ahora imaginen si los 100 dólares quedaran en el celular del hotelero. Si todos en el pueblo son puntuales pagadores, el hotelero podrá comprar cada día los 100 dólares de pan, el panadero sabrá obtener diariamente 100 dólares de harina, el molinero será capaz de adquirir a diario 100 dólares de trigo, y el agricultor tendrá con qué  pagar al hotelero los 100 dólares por día de la habitación. Con unos bits en el celular del hotelero se reactivó toda la economía del pueblo. Eso es, ni más ni menos, lo que hace un Banco Central cuando crea moneda y el sistema bancario cuando coloca un crédito. Las capacidades hoteleras, panaderas, molineras y agrícolas del pueblo existían, así como las respectivas necesidades, pero faltaba el instrumento de coordinación.

Hacer una apología de las criptomonedas por prescindir de una autoridad central es un juicio de valor ultraliberal que obvia que la sociedad es un sistema complejo donde la coordinación es fundamental, por lo que perder el dinero como mecanismo de coordinación central es tremendamente perjudicial, especialmente para los países en vías de desarrollo, proceso que exige una lógica del bien común y capacidad de acción colectiva, pero se hace lo imposible por perderlas. El dinero del futuro probablemente serán las criptomonedas, pero diseñadas, respaldadas y controladas por una autoridad central, y no de origen privado e incluso anónimo. Análogamente a la crisis del 2000, que nos enseñó que el verdadero valor agregado no eran páginas web que se llamaban empresas sino la nueva tecnología de internet, ahora el verdadero valor agregado no son las criptomonedas, sino la tecnología que las hizo posible, el DLT, que permite ganar transparencia y participación en una sociedad democrática. Diferenciar el humo de las nubes es parte del arte del desarrollo.

Por RK