El 19 de enero de 2019 deberá ser un parteaguas en la lucha por la erradicación de la violencia contra las mujeres en Ecuador. Ese día se perpetró, ante la mirada impasible de las fuerzas de seguridad pública, un hecho aberrante que revela con total transparencia la indefensión real que padecen cotidianamente millones de mujeres ecuatorianas.
En esa jornada, Diana Carolina R.R. fue secuestrada por su compañero sentimental, sin que las fuerzas del orden público actuaran para resguardar su integridad física. Después de 90 minutos éste decidió asesinarla asestándole varias puñaladas mortales ante el público presente.
Sin embargo, ese mismo día otro hecho impugnable tuvo lugar. La reacción del gobierno nacional frente al femicidio de Diana (hecho que ocurre a pocas semanas de producirse la violación masiva contra Martha) fue sacar a relucir que su perpetrador era un ciudadano venezolano. Esta decisión política no resulta ni gratuita ni desinteresada. Si bien, muchos podrán -y con razón- argumentar que en política nada lo es, tal afirmación no puede hacernos olvidar que en política nunca se renuncia a la capacidad de distinguir lo correcto e incorrecto en términos de ética pública. El gobierno nacional con esta medida buscó deliberadamente reconstruir el problema de la violencia machista en un problema de la migración de venezolanos a territorio ecuatoriano. Una estrategia que le ayudará, según sus cálculos, a consolidar la política migratoria xenófoba y anti derechos humanos que viene implementando desde el 24 de mayo de 2017 y su alineamiento a la política regional estadounidense que busca justificar el acoso y la intervención hacia Venezuela. Además, y esto es lo más grave, al desatender el verdadero problema de la violencia de los depredadores patriarcales volvió a abandonar a las verdaderas víctimas de esta tragedia.
Desde que los hechos se produjeron, el mensaje público y publicitado del gobierno nacional azuzó un espíritu tremendamente peligroso que anida en ese sentido común e irreflexivo que todos tenemos, aunque muchos tengan control sobre esa intuitividad irracional. Esto pudo verse en las reacciones de la propia comunidad imbabureña. Al menos de una parte de ella. Noticias de linchamientos y vejación a venezolanos se produjeron y se visualizaron de manera patente en las redes sociales. ¿Cuál es la posición ética de aquel que le echa la culpa de todo al “extranjero”, al “forastero”, a ese que se considera “ajeno” al propio círculo de la comunidad, dirían Schütz, Simmel, Scotson y Elías? Sin duda es muy fácil encontrar en el “expatriado”, en el “outsider”, la fuente de todos los males. Ese “marginado” que trae todas las desgracias a una comunidad que funciona, según los nuevos inquisidores, en permanente paz y armonía. Pues lamentablemente eso no es así. Y todos lo sabemos. En Ecuador cada tres días se registra “oficialmente” un femicidio, sin contabilizar aquellos que por errores en la aplicación de procedimientos específicos son caratulados como homicidios simples. Los casos de Shanon, Lázara, Yudeisy y Yudelkys fueron quizás de los que más notoriedad pública alcanzaron en la prensa pero eso no significa que no se produjeron más. Por otra parte, hay que sumar a esto las violaciones que se cometen contra las mujeres y ni que hablar del acoso sexual. También no solo contra las mujeres sino contra cualquier identidad sexo-genérica que confronte la mentalidad y el ser machistoide. En esto los grupos LGBTI tienen mucho que decir. Así definido, el problema de la violencia machista es un asunto que atraviesa diferentes generaciones (niños, jóvenes adultos y mayores, diferentes identidades sexo-genéricas e involucra a todas las clases sociales (altas, medias y bajas). Es decir, es un asunto de orden general, común y colectivo.
El registro discursivo del gobierno nacional resulta llamativamente compatible con las peores experiencias fascistas de la historia moderna (Hitler, Franco y Mussolini) y con las experiencias dictatoriales y autoritarias en América Latina. Recordemos, para no cometer los mismos errores, que si hay algo que unió a estas experiencias, entre otras nefastas reivindicaciones, fue el rechazo y persecución hacia determinados grupos raciales o sociales (judíos, gitanos y comunistas) que se los sindicaba como la fuente de los males que se vivían. Cada cual usó diversos argumentos para justificar lo injustificable. En el caso de Hitler construyendo una amalgama doctrinal a partir de fuentes mitológicas, literarias y de carácter romántico. Por ejemplo, “la solución final” fue el plan que trazaron los nazis con el objetivo de exterminar a todos los judíos que habitaban Europa. Y si bien Franco y Mussolini no fueron tan “devotos” a esta idea como lo fue Hitler, practicaron un fuerte rechazo a determinados conjuntos, incluidos los semitas.
Volver a poner el problema donde corresponde implica asumir que las ideas, las mentalidades y las prácticas patriarcales que derivan en violencia contra diversos grupos, especialmente las mujeres, están extendidas y muchas veces aceptadas por la sociedad ecuatoriana y eso puede palparse en infinidad de situaciones cotidianas.
Mucho se ha recorrido en el Ecuador gracias a la labor denodada de diferentes colectivos sociales para terminar con esta tragedia. Sin embargo, la bibliografía experta es clara respecto a la importancia que adquiere definir con precisión el problema que se quiere atacar so pena de ahondar el desastre. Transformar un asunto privado en uno de orden social es un paso tremendamente importante para que la sociedad se sensibilice y el Estado empiece, aunque sea tibiamente, a poner su mirada en esta agenda. Igualmente vital es transformar ese asunto social en uno de orden público donde el actor estatal se vea obligado a actuar en consecuencia y la sociedad pueda verse en un espejo que la mejore en términos emancipatorios. Ahora bien cuando nos enfrentamos a gobiernos que quieren tergiversar el sentido de estos problemas y redefinirlos para llevar a cabo políticas de tipo fascista se están volviendo victimarios de la violencia machista y le impiden a la sociedad seguir trabajando en su revisión. Un nuevo fascismo ronda Latinoamérica, ya es gobierno en el país más grande de la región, mientras otros “democráticos” lo cultivan a diario en el seno de sus sociedades mediante políticas y discursos xenófobos y falsarios, con pactos y componendas de élites, con políticas regresivas orientadas a precarizar la vida de sus conciudadanos. Lo nuevo de este fascismo es que su “enemigo” no está identificado en un segmento de la sociedad (judíos, comunistas, etc.), sino en la sociedad entera, es decir, en todo aquel que por defender sus derechos amenace la lógica del poder corporativo, el poder del mercado o las estructuras de privilegio de las élites. De ahí el resurgir del machismo, la misoginia, el sexismo, el racismo, la xenofobia y el autoritarismo. De ahí que solo el feminismo como pacto social que enfrente sin tapujos las estructuras machistas e incorpore en sus luchas las diversidades de género, identidad, condición económica y demás exclusiones, estará en capacidad de enfrentar.