Por Juan Montaño Escobar
Nada en el mundo es más peligroso
que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.
Martin Luther King
No es drama abstracto, este terraplanismo político de amplios sectores de la ciudadanía ecuatoriana. ¿Qué tan amplio? No es difícil saberlo si se observan los últimos resultados electorales nacionales, provinciales y municipales. Hay consuelo para pusilánimes: este terraplanismo ocurre en la mayoría de los países americanos, incluyendo Estados Unidos. El terraplanismo de esta jam session solo es analogía imperfecta, pero válida y necesaria, de lo que sucede en las Américas. Ecuador, mi país, busca romper algún récord vergonzoso de terraplanismo. Un día de estos creí haber agotado los análisis sociológicos y politológicos, escuchados y leídos, para medio entender esta vaina rara, complicada, paradójica y absurda como la mala suerte. El límite de esa adjetivación es esta realidad no vivida en las conceptualizaciones o aproximaciones sino en la inverosímil materialidad actual. Se ha cumplido el desconfiado pedido apostólico de Tomás: ver para creer. Y nunca al revés.
Fue Cambalache, el tango, que me proporcionó lectura precisa a mi pesimismo, correspondiente a esa categoría, en la cual adrede no quieres “mudarte al barrio de la alegría y dejas que se vaya el tranvía”, parafraseando a Joaquín Sabina. Y llegamos adonde queríamos llegar, al negacionismo político, al disfraz consentido de la realidad, a negar la dureza de la calle, ese terraplanismo de los bolsillos volteados. Así es, terraplanismo, aquella terquedad insensata, que todavía discute la planicidad de la Tierra y que tiene por lo menos 2 000 años de necedad ilustrada. Se las pusieron en modo turuleco a los científicos de Kemet (nombre primario de Egipto) y de la Grecia antigua. Dicen que Eratóstenes se les escondía, después de haberles explicado, paso a paso, la esfericidad del planeta. Y ni así. Los terraplanistas del siglo XXI y de las Américas, son derechosos en términos de embeleso político, negacionistas porque les dan sus ganas o se convencidos por confort intelectual. Ellas y ellos sudan orgullo por ser aquello que son y parece que siempre serán: ultraconservadores. Aunque muchos se quedan en el disparate ideológico, otros van por la propiedad pública, a como salga la vaina, porque “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Ah ya, son otros terraplanistas, aquellos que con parecidas artimañas la buscan en la política como causa única y muchas consecuencias. Chévere, llegamos a donde íbamos.
Este cambalache del terraplanismo político doctrinario en las Américas es de acá, producido acá, para que los ultra concentradores grupos económicos “hagan un despliegue de maldad insolente”. Queda a discreción nacionalista y sospecha cierta de quienes se asomen a estas líneas negarlas o confirmarlas: en ese cambalache perjudicial, con “valores y dublés”, también está la Embajada gringa en sus descarado cogobierno. (¡Qué vergüenza!) De cajón este perendengue, porque la historia de los países latinoamericanos “siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos… valores y dublés”. Pero este es para cumplir con algún récord de vasallaje. Exacto y confirmado. Confirmado por cientos de conexiones, testimonios e insolencia colonialista. Este terraplanismo político es sectario (verbi gratia, el anticorreísmo feroz y pegajoso) y dogmático (mezcla química de bacanerías izquierdosas, divagaciones religiosas, gruesas y variadas falsedades políticas y lawfare). Es un mezclao consumido con éxito por una mayoría del electorado ecuatoriano (y americano, no lo olviden); eso es lo que le importa en realidad a la argolla oligarca, sin importar el nombre del martirizador: Boltaire, GASLM o Roy Gilchrist. Y los propagandistas de cualquier nomenclatura mediática llenan el mate popular, en Ecuador o en otro país americano, con el big data se emboba como con veneno light a parte de la ciudadanía, mentiras elegantes y disparatadas fáciles de absorber por cacúmenes trabajados por la genial propaganda derechosa, narrativas que por increíbles eran impensables hace unos años ahora son elementos de discusión ciudadana, el asombro es incierto por los disparates que dicen y hacen las candidaturas derechosas para ganar elecciones y el caso ecuatoriano es modélico en la adquisición de beneficios políticos, por los grupos históricamente dominantes, como resultado de esta situación de violencia delincuencial (la verdad, sin ningún plan verdadero para reducirla). ¿Cómo supieron que de este disparatado experimento obtendrían inmensos beneficios económicos? ¿Acaso adivinaron el terraplanismo político de la ciudadanía? ¿El terraplanismo político es adquirido o inducido?
Este negacionismo tenaz de la política como “arte no mágico de producir bienestar” y ponerles fe a las balandronadas de Javier Milei o las agrias de Roy Gilchrist. Y no son los únicos. Este grupo proclama Make America great again, a favor de Donald Trump. Esa última grandeza rebuscada para Estados Unidos y nunca de las Américas ocurrirá sin importar cuanto se “afane la ambición por lo ajeno”. Además se identifique, vaya usted a saber cómo, qué americanos merecen esa grandeza. Caramba, ¡quién no quiere un digerible plato de grandeza! Este terraplanismo es desfachatez intelectual de la derecha ya no solo reaccionaria sino con profundo complejo de flautista de Hamelin. Han organizado sus ideas disparatadas de organización del Estado con sospechoso y convincente cinismo demoledor, encharcaron de no sé qué vaina una parte del mapa neuronal de los electorados americanos hasta convertirlos en terraplanistas políticos y aquellas impericias motivadoras de carcajadas burlonas hoy devienen en burundangas formales. Y si aquello no es suficiente pese a que son discursos adheridos a estos tiempos insólitos dichos por líderes hiper derechizados, mujeres y hombres de todos los colores, que los enfilan al desánimo del electorado. Al final de las carnestolendas electorales gana el terraplanismo abundoso.
Algunas referencias obligadas. El terraplanismo de Rodolfo Hernández (entrevista de la Revista Semana): “el mejor negocio del mundo es tener gente pobre”. Jair Bolsonaro (ABC Historia digital, del 30/10/2022): “Mientras el Estado no tenga el coraje de adoptar la pena de muerte, estoy a favor del exterminio”. José Antonio Kast: “Si Pinochet estaría vivo votaría por mí”. Verónica Abad (Vistazo-digital 18 de septiembre de 2023): “Tenemos que privatizar un seguro social, para que la salud sea privada para los ecuatorianos, para los que no tienen o son pobres se hacen los váuchers”.
Hay preguntas que no contemplan respuestas, por ahora. ¿Cómo es que un importante sector de la ciudadanía ecuatoriana traga grueso y sin masticar? ¿Acaso es un éxito comunicacional la bipolarización idiota (en el sentido político clásico)? Este jazzman se refiere a esa bachata deplorable de anticorreísmo y correísmo. ¿Diablos, es que no hay memoria histórica (corta y larga) en mucha gente ecuatoriana? Leamos el porqué de estas inquietudes, de manera rápida, en cinco episodios catastróficos para el Ecuador causados por el mismo grupo social y económico que ha gobernado los últimos seis años: feriado bancario, alta deuda externa sin producto social, mortandad durante la epidemia del COVID, deterioro malvado de los sistemas educativos y de salud públicos y huida (¿emigración?) de cientos de miles de ecuatorianos. Algo ocurre con nuestra cognición política para tropezarnos tantas veces con el mismo pedrón, por eso “cuando me hablan del destino cambio de conversación”. Amén.