Por Daniel Kersffeld
La violenta irrupción policial en la embajada de México en Ecuador en la noche del viernes 5 de abril de 2024 podría tener repercusiones políticas inusitadas, más allá de los efectos inmediatos y previsibles generados en las actualmente quebradas relaciones entre los gobiernos de ambos países.
La detención del expresidente ecuatoriano Jorge Glas, asilado en la embajada, se convirtió en la excusa perfecta para evidenciar, a un mismo tiempo, efectividad y dureza por parte de un gobierno como el Daniel Noboa, el que hace apenas tres meses se vio arrinconado por el accionar de un colectivo de bandas armadas a las que se les otorgó el pretencioso calificativo de “narcoterroristas”, pero que ahora intentó exhibir fortaleza hasta el punto de no respetar el derecho internacional en sus aspectos más básicos.
La intromisión policial en la embajada mexicana en Quito fue presentada así como un acto de valentía por parte de un gobierno que pretende mostrarse empoderado, y fanático del cumplimiento de la ley, más allá de que para ello debió subvertir acuerdos y marcos legales de carácter internacional.
Así, el objetivo no sólo fue obtener la detención de Jorge Glas (por estas horas, una simple excusa en toda esta trama) sino, más aún, dar cuenta a todo el mundo de que el Estado ecuatoriano está “dispuesto a todo”, la expresión convertida en dogma para una nueva generación de regímenes de derecha que para cumplir con sus objetivos no temen vulnerar los límites de lo comúnmente aceptado.
Nayib Bukele en El Salvador cometiendo todo tipo de excesos contra los derechos humanos en su combate a las maras y a la inseguridad, Javier Milei en Argentina dispuesto a encarar el “ajuste más grande de toda la historia” (incluso, más allá de las recomendaciones del FMI), y ahora también Daniel Noboa en Ecuador frente a los acuerdos y al derecho internacional, son representativos de una tendencia que busca arraigarse en nuestra región a partir de la ruptura de los convencionalismos e incluso de los marcos legales.
En el caso de Noboa, el abrupto salto desde la pusilanimidad exhibida en un inicio al avasallamiento contra una entidad diplomática de otro país pareció así un gesto calculado en búsqueda de determinadas repercusiones políticas.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador apareció como la contraparte necesaria para recibir el golpe desde Ecuador.
La elección del mandatario mexicano dista de ser ingenua: la oligarquía y la derecha ecuatoriana han resentido las medidas de asilo concedidas a dirigentes del correísmo y, obviamente, rechazan el amparo brindado a Jorge Glas. Mientas que el contexto político que hoy se vive en México frente a sus próximas elecciones presidenciales incrementa las tensiones y profundiza las desavenencias.
De manera unánime, las encuestas señalan la continuidad de la izquierda en el gobierno y la consolidación de su candidata, Claudia Sheinbaum, quien luce como una figura imbatible, y con más de 20 puntos de diferencia sobre su inmediata competidora, Xóchitl Gálvez, a la cabeza de una heterogénea alianza conformada por el conjunto de las fuerzas políticas opositoras. Pero si los intentos de condicionar y desestabilizar a López Obrador y a Sheinbaum no surgen desde el interior, bien pueden sobrevenir desde fuera.
Desde los Estados Unidos, la migración ilegal y el tráfico de fentanilo son señalados como dos de los principales problemas en la agenda política del Partido Republicano, que se prepara para retornar al poder con las elecciones generales del martes 5 de noviembre.
Tanto Donald Trump, el virtual candidato presidencial, como los más encumbrados dirigentes republicanos no dudan en señalar al gobierno de López Obrador como responsable último de la crisis que en materia de seguridad atraviesa la sociedad estadounidense. Para la derecha, un triunfo de Claudia Sheinbaum sólo podría empeorar estas condiciones que, en su criterio, necesitan ser revertidas con iniciativas tempranas y radicales.
Sin que nadie se lo pida (o tal vez sí), y como un renovado “hombre fuerte” en el siempre complejo escenario andino, Noboa actúa antes de tiempo y se prepara para una eventual transición de poder en los Estados Unidos.
Por lo mismo, pretende acoplarse a una eventual administración de Trump mostrando que, si bien no logra enfrentar con éxito a las bandas delincuenciales que actúan en Ecuador, en cambio sí resulta capaz de llevar adelante una política exterior dispuesta a lastimar a aquellos a quienes una futura administración republicana podría señalar por sus diferencias ideológicas y políticas, empezando, claro está, por el fututo gobierno mexicano.
En el estar “dispuesto a todo”, Daniel Noboa asumió el costo político de las críticas y reprimendas de otros gobiernos de la región, incluso, por parte de la administración de Joe Biden, frente a quien percibe que no alcanza a valorar el problema de inseguridad del Ecuador en su justa dimensión.
No importa. Lo principal en este momento es complacer y evidenciar buena predisposición y coincidencias ideológicas con quienes podrían gobernar al país del Norte a partir de enero de 2025, apenas un mes antes de las elecciones que tendrán lugar en Ecuador y a las que Noboa seguramente se volverá a presentar para su reelección.
Tomado de Página 12