Por Felipe Vega de la Cuadra
Uno de los argumentos más utilizados en el discurso del progresismo ecuatoriano es el de que los datos objetivos desarticularían y anularían los relatos construidos por la derecha política y los medios hegemónicos. Si así fuera, la batalla cultural hubiese sido ganada hace años con solo exhibir un listado de obras de la Revolución Ciudadana o los indicadores básicos de empleo, pobreza, economía o criminalidad que en los últimos 6 o 7 años reflejan, sin lugar a dudas, el deterioro del estándar de vida de ecuatorianos y ecuatorianas y la ineptitud y sevicia con las que han destruido la institucionalidad pública los tres últimos gobiernos de nuestro país. Pero no es así, los datos no cambian las creencias de las personas, más bien las ratifican, porque los dos apelan a diferentes procesos de la psiquis de las personas.
Es necesario saber que los datos son asumidos y procesados por las capacidades lógicas del cerebro, que en nuestras sociedades no son ejercidas, alentadas ni cultivadas; mientras que los relatos se afincan en los constructos mentales que, transitando por lo emocional, se dilucidan en la contradicción afecto – desafecto o, como sostenía Freud, placer – displacer. Para procesar un relato no hacen falta capacidades lógicas ni procesos críticos, solamente apertura hacia el narrador. Por esa razón el recurso de los cuentos se aplica y se ha aplicado largamente con la infancia y con los pueblos (casi siempre cándidos, analfabetos y con lógicas primarias) para generar mitologías e implantar creencias que buscan mantener, ratificar y justificar el poder y las estructuras sociales injustas. Es decir, quienes detentan el poder, desde siempre, han creado mitologías en los pueblos, a través de narrativas extensamente difundidas que terminan por consolidarse como creencias y con ello apuntalan su poder y su administración; pues las creencias hacen que la gente actúe inclusive en contra de su propio interés y supervivencia.
El ejemplo paradigmático podemos encontrarlo en las religiones: un cielo pletórico de mujeres y placeres que espera a sus mártires es la narrativa del islam, la creencia producto de ella hace que los jóvenes (chiitas o sunitas por igual) se inmolen sacrificando sus propias vidas a la espera de un premio en el más allá; lo mismo sucede con la narrativa de la Patria y su defensa que ha llevado a millones de hombres jóvenes, convencidos de su heroísmo, a morir en las guerras defendiendo un trapo al que la misma narrativa lo ha convertido en símbolo.
El mundo de la post segunda guerra montó una narrativa política en contra de la Unión Soviética que, luego de liberar Europa del nazismo, podía convertirse en el paradigma de los estados, demoliendo el capitalismo como sistema de gobierno y relacionamiento social. Luego de la conferencia de Yalta, los aliados occidentales construyeron aquella narrativa en la cual el comunismo era el enemigo de la humanidad. Los cuentos se convirtieron en creencias y hoy existe toda una mitología alrededor del comunismo que, asumida por Milei en Argentina y otros libertarios en Europa, reactualiza la creencia en el “demonio” comunista y reactiva los mecanismos de violencia para “enfrentar” lo que en la creencia es contrario al sistema de valores que la misma narración ha creado.
¿Qué narrativas, creencias y símbolos constituyen la mitología política contemporánea en el Ecuador…? Lo tratamos en la segunda parte.