Por Felipe Vega de la Cuadra
En un intento de detener el republicanismo, impulsado por la masonería en los siglos XVIII y XIX, la iglesia la condenó, fundamentada en la narrativa de que los masones adoraban al diablo y que, en sus ágapes, comían la carne de niños sacrificados. La bula del Papa Clemente XII: In eminente apostolatus specula, prohíbe a toda autoridad, sea esta civil o eclesiástica, tomar parte de la sociedad de los francmasones o brindar ayuda a sus prosélitos; luego, el Papa Benedicto XIV lanzó un nuevo anatema que llevó a los reyes españoles Felipe V y su hijo Fernando VI a propiciar asesinatos indiscriminados contra los republicanos tras la creencia de que cometían actos repudiables. Similar cosa sucedió en la segunda mitad del Siglo XX contra el comunismo.
En el Siglo XXI se ha impuesto nuevas narrativas en contra de los movimientos progresistas, especialmente en Ecuador. Que Rafael Correa influyó psíquicamente a las personas para que cometan actos ilegales; que “robó” 70 mil millones de dólares; que pactó con el narcotráfico y con la delincuencia organizada; que impuso una tabla de “consumo” de drogas para que los niños en las escuelas se vuelvan adictos; que todo su gobierno era corrupto; que entregó el Ecuador a China; que mandó a asesinar a un general y a un candidato presidencial y un largo etcétera de mentiras y disparates que constituyen una narrativa terrible que ha terminado por convertirse en creencia, a tal punto que, una de las víctimas de la falsedad y el framing: el secuestrado y perseguido político Jorge Glas Espinel, se ha transformado, injusta y arbitrariamente, en símbolo del “delito” y, según el presidente Noboa, de la “criminalidad”. Otro ejemplo de narrativa perversa que termina por arraigar como creencia; de entre los cientos de infamias consolidadas que podemos citar, una es la que se ha tramado respecto del ex candidato Andrés Arauz, a todas luces uno de los talentos económicos más altos que ha producido el Ecuador, pero que la narrativa de la derecha le ha convertido en “lelo”, en “débil mental”, para descalificarlo como posible mandatario del Ecuador.
La colección de narrativas intencionadas se ratifica en los constructos mentales de la gente, reafirmados en sus imaginarios como creencias, y estas se tejen, en un nivel más profundo y sistemático como mitología. Una vez que la sociedad ha adscrito a las narrativas y creado convicciones, el poder (a través de los medios hegemónicos y la conversación pública) haya elaborado mitologías políticas, ningún dato, ninguna reflexión, ningún discurso puede transformarlas, cambiarlas o desaparecerlas. Con ello afirmamos que la mitología construida y arraigada de que el progresismo es un mal contemporáneo que coagula la violencia, la delincuencia, el narcotráfico, la corrupción, el robo, el entreguismo a potencias extrajeras y la maldad (más o menos lo que significa, falsamente, Venezuela en el sistema de referencias del mal en la mente del público común), será una tarea muy difícil, pues no se puede cambiar la adscripción de la gente a ese sistema de convicciones, como no se puede cambiar, con argumentos y datos, la fe de una persona.
Se trata de una batalla simbólica, de una confrontación emocional que abordaremos en la tercera parte.