Por Felipe Vega de la Cuadra
El filósofo francés de origen argelino Jacques Derrida, fundamental para el análisis semiótico, propuso que, desde todas las perspectivas semánticas es imposible establecer un sentido único para un texto, por lo que habría muchas interpretaciones legítimas del mismo. Sin embargo, lo que nos interesa de su pensamiento no es precisamente aquello, sino el proceso de lo que él llamó como deconstrucción.
El proceso de deconstrucción en términos generales, puede comprenderse como un desmontaje de los elementos básicos de una estructura, como forma de acceder a un mayor entendimiento de la misma. Digamos que no es otra cosa que desarmar una máquina pieza por pieza a fin de llegar a comprender la manera en que ha sido construida. Los científicos chinos entendieron aquello y basaron su desarrollo tecnológico en la “ingeniería inversa”, es decir desmontar (deconstruir) para entender y luego copiar para producir e innovar.
Pero Derrida va un poco más allá del simple desmontaje, pues para deconstruir un texto, un discurso, una conducta o un pensamiento, es imprescindible interrogar los supuestos que lo constituyen con el propósito de alcanzar una nueva perspectiva, una significación diferente de lo que parecía estar diciéndonos. Entonces, inquirir, preguntar, hacer una ruptura crítica, una discriminación selectiva de las percepciones y constructos será la vía para deconstruir esas mismas convicciones e ideas sobre la realidad y poder cambiarlas, sanarlas y mejorarlas.
Deconstruyamos entonces el odio, un sentimiento que se expresa en las sociedades hoy contra personas y grupos determinados y que se canaliza, especialmente, en las redes sociales y hagámoslo con una serie de preguntas en primera persona del singular:
― ¿Por qué odio?
― Porque tengo rabia.
― ¿Por qué tengo rabia?
―Porque me siento frustrado.
― ¿Por qué me siento frustrado?
―Porque no se cumplen mis expectativas personales.
― ¿Por qué no se cumplen tus expectativas personales?
―Por culpa de…
Correa, la Revolución Ciudadana, los “zurdos”, Cuba, los socialistas del Siglo XXI, la “ideología” de género, los trans, los GLBTI, las “feminazis”, Marx, los venezolanos, los migrantes, los subsaharianos, Nicolás Maduro, el islam, los palestinos, China y un larguísimo etcétera de chivos expiatorios, que se han hecho acreedores de mi rabia y mi odio.
― ¿Por qué la culpa es de… (cualquiera de ellos o ellas)
―Porque me afectan.
En este punto la deconstrucción del odio se vuelve múltiple, dependiendo de cada “culpable” y de cada imaginaria afectación. Pensemos, por ejemplo, en el discurso de Camila Vallejo, la milenial chilena que luchó por la gratuidad y universalidad de la enseñanza en su país y que hoy, siendo vocera de gobierno, dice que Nicolás Maduro ha afectado al pueblo chileno (SIC). Deconstruyendo su discurso de odio, ella misma ubica la afectación en razón de que habrían tenido que “atender” más de 800 mil venezolanos, es decir, la migración, que para una militante comunista no puede satanizarse (máxime si reconocemos los éxodos de chilenos a todo el mundo y que fueron acogidos y protegidos), se explica con otro discurso, uno que se lanza contra el chivo expiatorio de elección: el ¿socialista? y dictador Nicolás Maduro.
Deconstruyamos ahora una lógica impuesta por los medios de comunicación:
― ¿En qué me afecta o me ha afectado la Revolución Ciudadana, si en el gobierno de Rafael Correa vivíamos mejor?
Las respuestas serán muchas y muy diversas, dependiendo de la que se haya asumido del discurso interesado que algunos factores de opinión sembraron como explicación en apariencia plausible, pero falsa, a una afectación también falsa: Es que era un dictador o, no había libertad de prensa o, nos vendió a China (otro demonio de elección) o, se robó 70 mil millones o, sacó a la base de Manta o, eran corruptos o, simplemente, “son maricones” …
― ¿Y eso cómo me afecta?
―Yo no odio a los “maricas” (o a los costeños, a las feministas, a las mujeres, a los indígenas, afros, migrantes, etc.), ni me afecta, pero no está bien que sean así, es pecado, lo que si me molesta son los trans y los podría tolerar, pero lejos de mi familia… A los demás, a los que he anotado entre paréntesis, la explicación sería: son ladrones, odian a los hombres, son ignorantes y destruyen la ciudad, son vagos, son delincuentes, son prostitutas… son, todos los males, todo lo indeseable, todo lo que me inoculan como narrativa para que yo termine por odiarlos al sentirme, moralmente, afectado, supuestamente por su culpa y no llegue a concluir que la culpa es de los verdaderos culpables que, gracias a mi odio siguen lucrándose y enriqueciéndose sin límite y con la más repugnante impunidad.
Necesitamos deconstruir completamente nuestros prejuicios para dejar el odio y no seguir como víctimas de quienes nos afectan en la realidad y culpables reales de haberles entregado el poder con nuestro voto.