Por Luis Herrera Montero
Los resultados de las elecciones últimas, principalmente en relación con alcaldías y prefecturas, ha provocado diversos análisis. Varios de estos análisis interpretan el contexto político como una ruptura del bloque oligárquico en el ejercicio estatal del país. Es necesario relativizar tal enfoque, a pesar de la derrota electoral sufrida por las oligarquías ecuatorianas. Al respecto, debe sostenerseque apenas lograron constituir una alianza electoral para la presidencia de la república en el 2021, factor que es insuficiente para argumentar la construcción de un bloque en el poder. El mismo presidente Lasso impidió que los social cristianos tomen la presidencia de la Asamblea Nacional, pese a la alianza electoral mencionada e,incluso, a acuerdos específicos para que el hecho se concrete en el órgano legislativo nacional.
Un adecuado análisis político de bloques en el poder debe sustentar los argumentos en hechos reales. Si se revisa la historia del Ecuador, es evidente más bien la repetidapresencia de fraccionamientos oligárquicos en la conformación gubernamental. Es de dominio público la existencia constante de disputas hegemónicas, entre oligarquías de Quito y Guayaquil, en el control del Estado. Esa realidad se ha reproducido en la historia contemporánea; acontecimientos que prueban lo dicho seconstatan en las disputas entre las oligarquíassocialcristianas y demócrata populares: Febres Cordero arremetió contra el gobierno de Hurtado, ejerciendo fuertes procesos de oposición; años después, el socialcristiano Nebot abandonó al demócrata popularMahuad, a pesar de haberle dado su apoyo en la segunda vuelta electoral, para así derrotar a Álvaro Noboa, representante del más poderoso oligopolio de Ecuador.
Vale más bien insistir en el sostenido desgaste de la clase política neoliberal, el que implica no solo la inviabilidadgubernamental de Lasso, sino también la inestabilidadoligárquica, antes calificada por muchos analistas como la larga noche del neoliberalismo. Las oligarquías han sido seriamente afectadas por este contexto político, al grado de desatarse una crisis que significara la caída de varios presidentes, además por la incapacidad de dichas oligarquías para constituirse en bloques en el poder, si usamos las categorías de Gramsci con el debido rigor. A consecuencia de tal situación, se produjo un nuevo proceso constituyente y la instauración de un gobierno que fue relecto con un amplio apoyo popular, logrando triunfos en una sola vuelta electoral. Este proceso fue interrumpido por el desvío político del expresidente Moreno, que dividió a Alianza País y que se deslindó del sector que le llevara a ser primer mandatario de la nación. He insistido, en otros artículos, que tal acontecimiento no fue una traición al correísmo, sino que más bien fue una traición al progresismo a los movimientos sociales, en definitiva, al pueblo ecuatoriano en su integridad.
Con esto deseo argumentar que la crisis no es un problema simplificado en la individualidad desgastada del presidente Lasso, sino en la necesidad de comprender al neoliberalismo como una postura de dominación de clase, la más oligárquica del sistema capitalista, conocida hoy como globalización unipolar. El actual gobierno es una indiscutible continuidad del proyecto oligárquico neoliberal, que se reinstalara en el Estado con la traición de Lenín Moreno. Entonces el desgaste es de clase, que termina generando abandonos a sus representantes, dejándolos incluso en situaciones de absoluta soledad política.
Ahora es indispensable recordar que la reinstalación neoliberal se produjo también por errores del progresismo y de los movimientos sociales. No fue posible implementar y desarrollar procesos suficientemente orgánicos y solventes ideológicamente, aspecto que devino en la división-traición provocada por Moreno y en el agudo fraccionamiento político social de las izquierdas y centro izquierdas, que causara el triunfo electoral de la alianza Lasso- Nebot. Esta historia ha sido modificada por las gestas unitarias del actual liderazgo de la CONAIE. El nivel de crisis de la reinstalación neoliberal puede interpretarse como todo un retorno a los tiempos del feriado bancario. Es más, la actualidad da cuenta del peor momento de crisis institucional de la historia política de Ecuador. Si a Moreno muchos lo han catalogado como el peor presidente, Lasso se ha empeñado en dar continuidad a tal calificativo.
Durante octubre de 2019 y junio de 2022, se produjeron acuerdos catastróficos por parte de las oligarquías ecuatorianas. Antes la caída de presidentes se produjo sin posibilidad alguna de contención. Hoy se impide eso por pura sobrevivencia política de las clases dominantes en la gerencia y práctica gubernamental. Cabria recordar a las oligarquias en disputa y cierta oposición al régimen, que sostener un gobierno, ilegítimamente, les es de innegable inconveniencia política. Nadie hoy puede sostener la existencia de un golpe de Estado, porque el desgaste social es demasiado agudo y los resultados electorales así lo confirman. La unidad ha sido la clave principal y es con esa clave que se debe exigir la primacía de la democracia y la aplicación constitucional del juicio político contra el presidente Lasso. De igual manera, si el proceso unitario se consolida, los resultados electorales para el 2024 serán de notable contundencia, con posibilidades de triunfo en una sola vuelta. Un nuevo fraccionamiento es indiscutiblemente riesgoso, procede pues al menos unirnos para una segunda vuelta electoral, pues se trata de consolidar democracias, evitando el juego demagógico de las oligarquías. “El pueblo unido jamás será vencido”