Por Ramiro Aguilar Torres
Hace más de cien años, allá por 1904 y 1905, el pensador alemán Max Weber escribió una serie de ensayos que luego fueron compilados bajo el título La ética protestante y el espíritu del capitalismo. El texto de Weber entre otras cosas expresa que la creación de una ética capitalista fue obra -no deliberada- del ascetismo intramundano del protestantismo; que empujó a la vida de los negocios a los elementos más piadosos y más rigoristas, que buscaban el éxito en los negocios como fruto de una conducta racional de vida. Sobre todo, el calvinismo destruyó en general las formas tradicionales de la caridad, las que consideraba como pretensiones de sobornar a Dios. Lo primero que eliminó fue la limosna sin orden ni concierto. Para el calvinista, el Dios inescrutable tiene sus buenos motivos para repartir desigualmente los bienes de fortuna y el hombre se prueba exclusivamente en el trabajo profesional.
Todos los predicadores puritanos, afirma Weber en su ensayo, parten de la idea de que la falta de trabajo de los capaces para trabajar es culpa suya. Con los años, los sucesores de Calvino fueron suavizando el concepto en el sentido de que la salvación o la condenación no estaban predestinadas, y que la forma de obtener la salvación era el trabajo y la austeridad. Ahorrar e invertir. No ostentar.
Estas reflexiones weberianas que parecerían tardías – han pasado más de cien años desde que fueron escritas -, son en el primer cuarto del siglo XXI, muy útiles para intentar descifrar las enormes contradicciones que el liberalismo extremo, ahora bajo el nombre de libertario, adopta particularmente en Latinoamérica.
Furiosos libertarios, el político argentino Javier Milei es un ejemplo de ello, hablan a gritos en contra de los subsidios y la prestación de servicios públicos lo que consideran gasto superfluo y limitante del potencial humano. Quieren un mercado desregulado y absolutamente autónomo que se rija por las leyes de la oferta y la demanda. Consideran que cada ciudadano está obligado a emprender y que el pobre es pobre porque quiere. Sí. Los libertarios tienen un fervor casi calvinista; pero sin el rigor vital del calvinismo: (ahorro, inversión, no ostentación, respeto a la palabra y a los contratos; pero sobre todo respeto a la Ley).
Me parece que Weber tuvo razón en hacer el enlace entre el nacimiento del capitalismo liberal del norte de Europa con el desarrollo de una nueva ética protestante a finales del siglo XVI.
La respuesta de la iglesia católica fue la Contra reforma, cuya estructura ideológica la dio básicamente la monarquía española y la Compañía de Jesús. Los jesuitas, entendieron que había que dotar a la Iglesia de una nueva ética y a la monarquía española de un sustento filosófico desde el catolicismo que aborde la cuestión de Estado al margen de la visión pragmática del maquiavelismo. Ignacio de Loyola empezó por casa y dotó a la Compañía de reglas de conducta, que en el texto eran muy rígidas. Una respuesta ascética también a la ética protestante.
No obstante, y aquí empieza a latinizarse la cuestión, los jesuitas de los primeros años, empeñados en llegar a la monarquía y en obtener fondos para la labor de la compañía, fueron acercándose cada vez más a la nobleza y creando excepciones a la Regla de Ignacio de Loyola. Mantuvieron la caridad como un peculiar mecanismo de llegar a Dios.
España colonizó América y trasladó su forma de entender la economía, la política, la ética y el derecho a sus colonias. La corona española fue todo menos liberal al igual que sus dominios en ultramar. Las cargas atávicas coloniales más grandes son el irrespeto a la ley (creando, muy a lo jesuita, siempre excepciones a la regla); las trampas comerciales como el contrabando; la caridad como forma de sobornar a Dios y la consiguiente evasión de impuestos; y el irrespeto a la palabra dada, a los contratos.
En este choque de conceptos, los libertarios del siglo XXI, es donde hacen trampa. Toman de los principios del liberalismo clásico los conceptos de libre mercado; hablan de ahorro e inversión privada; y de la capacidad de la interrelación entre la oferta y la demanda para establecer los precios, salarios y tasas de interés; pero guardan un silencio absoluto sobre la desigualdad humana. Me atrevería a decir – y por eso la introducción weberiana de este artículo – que asumen como inexorable designio divino la condición de pobreza y desigualdad.
La desigualdad es un concepto amplio con muchos significados distintos: existe igualdad y desigualdad en los derechos legales, en la alimentación, en la educación, en la renta familiar, Una sociedad desigual con una economía desigual, no permite ni el libre mercado ni el emprendimiento. Una sociedad desigual genera marginalidad, desempleo, deserción escolar, migración y pobreza.
En teoría, el gobierno del Ecuador es neoliberal y entre sus asesores hay muchos libertarios. Sin embargo, son libertarios traumatizados por dos mundos. Han recibido a través de lecturas y formación universitaria una ideologización en el capitalismo más agresivo; pero no fueron permeables al rigor ético del protestantismo imperante en los países más liberales dónde muchos se educaron. En lo que a la ética se refiere, los libertarios latinoamericanos se refugian en los atavismos coloniales (hispano/católicos) de sus familias: no cumplir la ley o modificarla a su antojo y mantener el privilegio, sobornando a Dios con la caridad/beneficencia para con los pobres.
Para terminar, hay que dejar sentado que una sociedad desigual con una economía desigual no es una sociedad libre. Spinoza decía que la humanidad opina que es libre porque es consciente de sus voliciones y de su apetito, y ni por sueños piensan en las causas por las que están inclinados a apetecer y a querer puesto que las ignora.
Hay que evitar creer en la ficción de la libertad económica cuando el condicionante más grande de ella, es la desigualdad.