Para comenzar, quiero dejar en claro que mi posición frente al aborto es que debe ser legal, seguro y gratuito en todos los casos; pretender hacerlo una opción para circunstancias específicas es una muestra de la violencia machista que es producida por un capitalismo patriarcal que teme emancipar el cuerpo de las mujeres. La maternidad debe ser elegida y deseada, y ninguna ley/código penal debería obligar a una mujer a parir si ella no lo quisiese. Sin embargo, no puedo negar la importancia que tiene/tendría, que el aborto se despenalice en ciertos casos en un país como Ecuador, pues esta(s) sería(n) la(s) primera(s) piedra(s) que se derrumben en el camino por su despenalización total y a la vez construyan una mujer más libre.
La discusión que propongo no parte de los índices de violencia de género que tiene nuestro país, que son los que han utilizado (por ahora) los movimientos feministas que buscan la despenalización del aborto; no porque carezcan de importancia, sino porque creo que la lucha feminista no debe situarse en las consecuencias, sino en las causas, lo que no quiere decir que no acompañen y ayuden a quienes han sido víctimas. El capitalismo, que como un modo de (re)producción de formas de vida económica y social se ha adueñado de cómo nos relacionamos, ha formulado un sistema patriarcal en el que las mujeres han sido las más afectadas, ya que es la causa de expresiones machistas que atraviesan la sociabilidad, lo público y privado, la cultura, las mentalidades y subjetividades (Sousa Santos, 2010). La violencia de género y sus estadísticas son resultado de un capitalismo patriarcal que la naturaliza, por lo tanto, a donde se debe apuntar es a la crítica despiadada, en términos de Marx, de las condiciones materiales que (re)producen este tipo de relaciones sociales.
Las leyes/códigos penales que dictan qué se castiga y qué no, son un reflejo de esta base en la que se producen relaciones sociales determinadas. El aborto se convierte aquí en más que una cuestión de dar o negar derechos a un sujeto, en este caso las mujeres, pues pasa a ser parte de un problema que es todavía más grande y que perjudica a todos (en mayor o menor medida). El patriarcado, las feminidades, las masculinidades y un cúmulo de estereotipos apegados al cuerpo, la sexualidad y el género, nacen junto al capitalismo, y, por lo tanto, son formas de determinar quiénes están sobre otros y por qué, pues hay que recordar que ser un sistema desigual es una de las razones para su funcionamiento. Negarle a una mujer decidir sobre su cuerpo ha sido la primera forma en que el capitalismo ha utilizado al patriarcado como una herramienta para lograr introducirse en todo el mundo y en todas las relaciones sociales que lo mantienen vivo.
El patriarcado como un instrumento en la transición hacia el capitalismo, fue diseñándose alrededor de los úteros con la misión de perseguir y castigar a quienes decidían sobre sus cuerpos. La mujer es parte de las características contradicciones en la formación de la modernidad capitalista, pues mientras la bandera que ondeaba este periodo era la emancipación y la libertad, ellas resultaban violentadas por ese mismo hecho. Bajo la maternidad como un milagro de la vida, fueron explotadas obligándolas a tener hijos, alimentarlos y criarlos, generando fuerza de trabajo para el sistema laboral (necesario para la formación del capitalismo) de manera gratuita y quienes se negaban y utilizaban métodos anticonceptivos o abortaban, quedaban resumidas a cenizas por la feroz caza de brujas que en cierto momento las alió con fuerzas sobrenaturales (Federici, 2016). El aborto se convirtió (hasta nuestros días) en una causa para perseguir a las mujeres, juzgarlas por decidir sobre sus cuerpos y violentarlas en el diario vivir por mecanismos políticos y legislativos que dictan leyes que atraviesan la conciencia de todos como “justas e igualitarias”.
El patriarcado hace imposible que muchos vean a las mujeres libres, con la capacidad de decidir sobre sus cuerpos, e incluso rechacen formas no tradicionales de pareja. La estructura a la que hemos estado acostumbrados o más bien impuestos, ha sido la de una familia como una institución que asegura la transmisión de la propiedad y la reproducción de la fuerza de trabajo (ibídem, 2016, p.135), la famosa base de la sociedad. La despenalización del aborto genera la conmoción que hemos visto en redes sociales y medios tradicionales por buscar lograr un cambio en leyes/códigos penales que han sido construidos apegados al modelo patriarcal de la sociedad. Por eso que quienes son defensores del sistema en el que hoy vivimos, no pueden aceptar ni perdonar a las mujeres el haberse dado cuenta que son parte de la maquinaria que coloca a las mercancías por sobre las personas, y peor aún, el haberse propuesto a cambiarlo.
Las mareas verdes no deben ser vistas como un capricho de mujeres o, peor aún, como un movimiento de resentidas por las calamitosas situaciones a las que se han visto obligadas a vivir bajo la violencia de género, que se siguen defendiendo a través de los recursos que le brindan el machismo y su naturalización en la sociedad, al igual que tampoco se deben ver a sus aliados como personas que sienten lástima, sino como colectivo que entiende que hay que cambiar las condiciones materiales a las que mujeres han estado atadas durante siglos y que ha causado humillaciones, acosos, asesinatos, violaciones y un total silencio por parte del estado. El empoderamiento, la emancipación de las mujeres a través de la libre elección de qué hacer con su cuerpo, es solo el inicio de un cambio en las relaciones sociales que las siguen colocando por debajo en ámbitos laborales, científicos, económicos, estudiantiles, entre otros.
El aborto debe despenalizarse de manera completa, debe ser legal, seguro y gratuito, no solo porque es una deuda de la modernidad con las mujeres, sino porque a través de esto se encontrarán con la verdadera emancipación y libertad que se les ha prometido, que merecen sobre sus cuerpos y sus vidas. Este es el camino para una reconstrucción de los sentidos comunes sobre la sexualidad y género; para encontrar y cambiar formas específicas de explotación; eliminar elementos machistas que aún predominan en nuestra conciencia respecto al papel de las mujeres; conformar una lucha de clases, que hoy ya ha sido iniciada/continuada por ellas, pero a la que aún falta que se sumen obreros y etnias, que también han sido aplastados por el capitalismo. Porque esta no es una lucha de hombres contra mujeres, sino una lucha contra el capitalismo patriarcal-clasista-colonial.