Ariel Garrido
Primero fue un discurso, el de posesión, en el que átomos, héroes y dragones se articularon en un disfraz de moralina que hacía temer que lo peor estaba por venir. Después, la pelea con el expresidente en lo que fue la escenificación de una politiquería a medio camino entre lo kafkiano y lo chistoso, pero que en realidad tenía otro mensaje de fondo: la política no es lugar para la gente común. Pasó, sin más. Unos meses después, el encarcelamiento del vicepresidente de la República y una sucesión de glosas y amenazas a todos los funcionarios que hubiesen tenido alguna relación con el gobierno anterior. El mensaje se fortalecía: la política no es lugar para la gente común. Y así llegó, de espaldas a la normativa, una nueva Vicepresidenta a la República. Pasó, sin más. La complicidad de los medios reforzó una campaña del miedo en la que participar en la vida pública y política se empezaba a convertir en una actividad de alto riesgo.
Y así, de a poco, nos fuimos creyendo que la política no es lugar para la gente común. Por eso la Consulta Popular llegó en el momento preciso, cuando el gobierno actual contaba todavía con la confianza social y los “nuevos aires” no anunciaban la tormenta que vendría: el reparto de la nación entre las élites. Entre el engaño y el miedo, un CPCCS-T tomó el control del desmantelamiento del país… y no hubo respuesta. Superada la etapa más difícil, la implementación de medidas neoliberales llegaría, como llega, también sin respuesta: reducción del Estado, eliminación de instituciones, despidos masivos, condonación de la deuda a las grandes empresas, atropello de derechos, silenciamientos, aumento del precio de la gasolina, devastación de la integración regional con el desprecio incluido de la UNASUR como actor político, designación de fiscales provinciales a golpe de decreto, feriado constitucional, sometimiento a la doctrina gringa, asesinato de ciudadanos… Pasó sin más porque, nos han dicho, la política no es lugar para gente común. Y también, claro, porque los medios andan demasiado ocupados cobrando las facturas (algunas de ellas millonarias) que le han sido asignadas en plena época de ¿crisis?…
El último anuncio de la multa de 9.000 millones de dólares que Ecuador tendrá que pagar a la transnacional Chevron esconde tras de sí lo que está por venir: la manera en que se supo la noticia (antes de la declaración oficial de La Haya), no sólo la evidencia que el Ejecutivo actual desprotege a la Amazonía, al mismo tiempo pretende argumentar la responsabilidad del gobierno anterior para seguir privilegiando a las grandes empresas. Más allá de todo aquello, significa sumir al país en una profunda crisis económico-financiera de la que no será fácil salir. Para pagar la multa a la transnacional que ha contaminado unas 500.000 hectáreas de la Amazonía del país, Ecuador acudirá a las recetas del FMI, cuyos resultados ya conocemos: disminución de salarios, aumento del desempleo, precarización laboral, incremento de la pobreza (más) y de las desigualdades, migración masiva (otra vez)… El presente y el futuro de al menos las dos próximas generaciones de ecuatorianos acaba de ser condenado a muerte. Mientras tanto, el silencio se apodera de una sociedad anestesiada que pasea persiguiendo luces por la capital bajo la sombra de una desdolarización brusca y descontrolada… porque la política no es para la gente común.
Para cuando despertemos, el monstruo seguirá ahí, haciendo por nosotros algo llamado política, pues eso sí es para ellos… nos han dicho. Pero la política es que las calles estén asfaltadas e iluminadas, la política es tener acceso a una educación pública de calidad, es contar con hospitales bien equipados, la política es que nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) no tengan que empezar de cero en otro país, la política es también reflexionar, debatir, compartir opiniones similares o enfrentadas, la política es salir a la calle y exigir que se cumplan las promesas por las que votaron más de cinco millones de ecuatorianos el 2 de abril de 2017, la política es alzar la voz para que se respeten los derechos ciudadanos y se protejan unas condiciones de vida y trabajo dignas. ¿Hasta cuándo va a durar la anestesia del miedo que paraliza al punto de permitir tamaña burla? ¡Despierta, Ecuador!